Nuevo país musical – Antonio López Ortega

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  Antonio López Ortega, nos convocó un tiempo atrás a un grupo de melómanos para que aportasemos cuatro nombres de jóvenes interpretes para cada uno en un área específica. Nos convocó a seis melomanos para que sirvieramos de curadores para seleccionar un cuarteto en cada área. Aquiles Báez seleccionó a cuatro músicos en la sección de música raíz tradicional. Gerry Weil selección a cuatro jóvenes para el jazz en Venezuela, Félix Allueva seleccionó a los cuatro del pop rock, a Jaime Bello León le tocó seleccionar a los interpretes de la música académica, a María Guinand los interpretes de la música coral. Cierro el ciclo porque tuvo el honor de seleccionar a cuatro interpretes en el renglón de la salsa. Cuando Antonio nos convocó y sugerí los nombres y escribí algunas cosa, pensé que se trataría de un libro interesante, un libro bien, bueno para apuntar en el porvenir pero nada más allá. Mi sorpresa cuando vi el libro fue mayúscula. Ese es un libro importantísimo, y vamos a acompañar la reseña, vamos a invitarles a leer el libro con la presentación que hizo el propio Antonio López Ortega en las palabras de presentación el día del bautizo allá en la sede de Banesco. Ese texto acompaña estas breves palabras y lo acompañan también la entrevista que en su momento le hicimos al propio Antonio López Ortega y a la Vicepresidenta de Asuntos Institucionales de Banesco Mariela Colmenares.

Portada del libro
Portada del libro

Nuevo País Musical

Autor: Antonio López Ortega

Fondo Editorial Banesco

BANESCO

Libro Nuevo País Musical

Palabras Presentación Antonio López Ortega

 

Hace apenas unos años, leyendo la novela El último encuentro del gran escritor húngaro Sándor Márai, me encontré una frase que no olvido, y que a la luz de la presentación del libro Nuevo País Musical cobra un sentido especial. Dice así: “Y como la música no tiene ningún significado que se pueda expresar con palabras, probablemente tenga algún otro significado, más peligroso, puesto que puede hacer que las personas se comprendan, las que se pertenecen no sólo por sus gustos musicales, sino también por su estirpe y su destino.” Es sin duda una sentencia poderosa: ésa de decir que la música tiene otro significado y que además permite la comprensión entre personas. ¿Pero en qué o a qué nivel se da esa comprensión recíproca? Sin duda en una instancia que va más allá de la razón y que, por comodidad, podríamos creer cercana al sentimiento. Al compararla con las palabras, Márai asoma otro gran debate, por demás recurrente, y es el de preguntarse si la música no es la más superior de las artes, por encima de la literatura o de la plástica, quizás porque nos acerca con mayor soltura y penetración a los trasuntos del alma. Dicho con mejores palabras, el poeta venezolano Igor Barreto afirma tajantemente que “el alma es un hecho musical”.

Pues bien, viniéndonos a la realidad cultural venezolana, se hace evidente que ese “hecho musical” brota en todos los rincones de la geografía, y lo viene haciendo desde hace siglos. Algo en nuestra conformación cultural creó equilibrios prodigiosos entre las nutrientes hispana, indígena y africana. Ya en la raíz tradicional los músicos encuentran un compendio inusitado de melodías, compases y ritmos; y no hay que creer que por ser popular esa música no sea compleja. Un etnólogo que quizás hemos olvidado, Juan Pablo Sojo, primo del gran Vicente Emilio, da cuenta de haber descubierto en 1921, en las orillas del río San Pedro de Yaracuy, un canto de lavanderas. En su cuadernillo de notas asienta una de las cuartetas cantada a capella por una de estas mujeres: “Agua que corriendo vas/ por el campo florido/ Dame razón de mi ser/ mira que se me ha perdido”. Cada vezque releo estos versos pienso nada menos que en Heráclito, para más señas uno de los grandes presocráticos, porque la noción del río como imagen fidedigna del tiempo también está presente en estas lavanderas. Preguntarle al río por mi ser no es un ejercicio que repitamos todos los días. Y ahí está presente de manera natural, espontánea, para dar cuenta de que la música de raíz tradicional también puede ser metafísica.

La música en Venezuela es como una vestimenta: se lleva encima, por no decir adentro. Si al enorme patrimonio que ya tenemos se agregan las grandes corrientes de la contemporaneidad, tendremos algo de lo que este libro que hoy presentamos refleja: una naturaleza musical, un talento desmedido, que se desborda en todos los sentidos y apunta hacia todas las direcciones. Insisto en el concepto naturaleza, porque como cultura incluso los oyentes tienen el oído afinado. En Venezuela, por ejemplo, puede ocurrir que una determinada audiencia aplauda la lectura de un poema cursi, pero jamás aplaudirá una voz desafinada o un cuatro mal entonado. En ese campo, también hemos aprendido a ser exigentes.

La primera impresión que genera la lectura de Nuevo país musicales la de una humanidad variopinta, diversa, obsesiva, que ha internalizado la música hasta volverla fluído sanguíneo. Es impresionante ver cómo desde distintos orígenes, ciudades, escuelas, maestros y hogares, el torrente va hacia el mismo sitio, como si todo estuviera cifrado de antemano. ¿Qué hace que este pequeño género humano se encomiende a la armonía, al ritmo, a lasmúltiples sonoridades, para definir un principio de vida? ¿Y qué hace que en cada músico haya también un maestro, un docente, un ser que reconoce que su legado debe quedar en manos de los otros?

Hay historias de vida que hablan de largos trayectos para asistir a una clase, hay otras que agradecen a los padres por el apoyo incondicional, hay quienes reconocen a las instituciones que los han becado y hay quienes recuerdan al maestro específico que les cambió la vida. En algunos casos, un hecho trágico impulsó la vocación, o una reprimenda, o una lección; en otros, se trata más de predestinación, de saber que estaban marcados para llegar adonde han llegado. Algunos vienen de hogares humildes, otros de barrios, otros de poblados de provincia, otros de escuelas musicales. Es asombroso rastrear en cada familia aquel abuelo que tocaba violín, aquel tío que hacía paraduras, una madre que escuchaba a Sinatra, un padrino que tocaba gaitas, aquel primo que se encerraba en su cuarto a oír a The Beatles. Al cabo de la lectura se siente que cada familia venezolana tiene su propia historia musical, así sea la de melómanos empedernidos.

El hecho musical domina la oferta cultural venezolana, y en parte porque a partir de la creación del Sistema de Orquestas, en 1975, el efecto se volvió masivo y las posibilidades de estudiar prácticamente infinitas. Sin embargo, este libro apunta hacia otro lado: trata de establecer una breve cartografía del nuevo talento musical venezolano. Lo cual siempre es difícil y hasta temerario, porque las generaciones emergentes son cada vez más numerosas y porque los estudios se han sistematizado como nunca. Por música estamos entendiendo, además, todos los géneros, expresiones o variantes existentes en nuestro país, que por recomendación de un cuerpo de asesoreshemos agrupado en seis categorías: música clásica, música coral, jazz, música de raíz tradicional, salsa y pop rock. En manos de los músicos, investigadores o especialistas Jaime Bello León, María Guinand, GerryWeil, Aquiles Báez, César Miguel Rondón y Félix Allueva, respectivamente, ha recaído la responsabilidad de juntar a 24 músicos (cuatro por categoría) para completar la selección. Ejercicio, si se quiere, nada fácil, y hasta tortuoso, porque siempre son muchos más los que se quieren incluir, y con méritos más que suficientes, que los que finalmente quedan. Para muchos asesores, de hecho, el ejercicio no consistió en hacer una suma, sino más bien en restar a partir de una preselección de virtuosos. Las empresas humanas, lo sabemos, siempre tienen límites, y en tal sentido este libro sólo aspira a presentar una muestra representativa del enorme talento musical que deambula por todos los rincones del país, y muchas veces incluso más allá de nuestras fronteras.

Al entusiasmo de los asesores que hemos nombrado, para quienes sólo tenemos un hondo sentimiento de gratitud, se suma la labor de 48 profesionales de la comunicación, entre periodistas y fotógrafos, que asumieron el reto de construir verdaderos relatos de vida. Quien lea cualquiera de las entrevistas del volumen, más que reconocer una trayectoria o identificar una pasión, descubrirá a personajes al desnudo, que se desvisten para hablar de sus obsesiones, obstáculos, aprendizajes, decepciones o realizaciones. Esas estampas humanas, que anteceden a los personajes públicos, son quizás el aporte mayor de este libro, verdaderos retratos de alma donde están las claves para entender el por qué de las vocaciones o de las determinaciones. “La creatividad nace de la angustia”, hubiera dicho hace unos años Albert Einstein.

Aparte de los asesores, periodistas y fotógrafos que nos han acompañado, esta publicación debe su impulso o concreción al apoyo de la Vicepresidencia de Comunicaciones y Responsabilidad Social de Banesco, a la producción ejecutiva de Fundación Artesanogroup, al hermoso diseño concebido por Verónica Alonzo y a la corrección y supervisión editorial del maestro Alberto Márquez. Y como no conviene hablar de música apoyándose solamente en la letra, este libro también viene acompañado por dos discos compactos que reúnen temas o interpretaciones de los 24 músicos participantes. La selección y montaje ha corrido por cuenta del productor musical Alejandro Blanco Uribe, quien en interacción directa con todos los músicos acordaron los temas o piezas que debían incluirse.

Este Nuevo país musical deja un sentimiento de afirmación, de voluntad, de perseverancia. El esfuerzo que han hecho estos profesionales para llegar a ser lo que son es ejemplar: habla de continuidad, de fe, de pasión. Nadie acompaña esas determinaciones, ni siquiera las presencias más cercanas, porque finalmente se forjan en soledad, en la intimidad de los pensamientos y sentimientos. Una niña que desde sus siete años viajaba todos los sábadostres horas para llegar a Caracas y recibir clases de violín nos habla de seres excepcionales. ¿Qué hay en esa niña? ¿De dónde le viene el tesón, la seguridad? Hay un país subterráneo que no conocemos, lleno de aptitud y convicción, a la espera de moldear un país público que nada nos dice, para sabernos mejor de lo que creemos ser.

Hay quien ha definido la operación artística como la más formidable herramienta que tiene la condición humana para ir más allá de la finitud o del sinsentido que representa la muerte. El arte aspira a ser atemporal, y a vivir y regenerarse cada vez que una pieza artística es vista, leída o escuchada. Ni Bach, ni Rembrandt, ni Quevedo están muertos; viven y resucitan cada vez que repasamos sus obras. Una de las piezas que mejor ha descrito ese milagro de la condición humana es precisamente un poema de Quevedo llamado “Amor constante más allá de la muerte”, que según especialistas como Dámaso Alonso debe de ser el más importante soneto de la lengua castellana. Con sus cuatrocientos años de edad, el inmortal Francisco Quevedo nos sigue diciendo:

Cerrar podrá mi ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora su afán ansioso lisonjera; 

mas no de esotra parte en la ribera

dejará la memoria, en donde ardía;

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido:

         su cuerpo dejarán, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado

He allí mejor descrita que nunca la condición humana: ser polvo enamorado. Es decir, admitir que irremediablemente desapareceremos de la faz de la tierra, pero siempre en estado de enamoramiento, pero siempre con una última pizca de humanidad. De esto está imbuido todo gesto creador, toda apuesta contra la muerte, y si antes veíamos similitudes entre una lavandera de Yaracuy y Heráclito, también las podríamos ver entreQuevedo y un músico oriental llamado José del Pilar Rivera, mejor conocido como el Indio Rivera. Cuenta el gran investigador de música popular venezolana Oswaldo Lares que este tío del gran Luis Mariano Rivera, el famoso compositor de “Canchuchú florido”, era tan o más diestro que su sobrino, pero no tan dado a la escena pública. Pero como este libro es también una celebración, un despliegue de talento y una apuesta contra la muerte, quisiera cerrar con estos versos cuasi quevedianos que el Indio solía repetir cuando tocaban a la puerta de su casa:

Si yo muriéndome estoy

     y me vienen a buscar

     como sea para cantar

     dejo la muerte y me voy

 

Muchas gracias y buenas noches

 

 

 

 

 

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