Patria o muerte – Alberto Barrera Tyszka

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Portada del libro
Portada del libro

Patria o muerte

Autor: Alberto Barrera Tyszka

Editorial: Tusquets

Premio Tusquets de Novela 2015

 

 

Doctor Miguel Sanabria hilo conductor en la narración de la novela. De él se dice en una de las primeras páginas:

 “Sentía que Venezuela era una mierda, un derrumbe que ni siquiera llegaba a ser país. Creía que la política los había intoxicado, y que todos de alguna manera estaban contaminados. Condenados a la intensidad de tomar partido, de vivir en la urgencia de estar a favor o en contra de un gobierno. Llevaban demasiados años siendo una sociedad pre apocalíptica. Una nación en conflicto, siempre a punto de explosión. Todos los días podía suceder un cataclismo. Conspiraciones, magnicidios, guerras, atentados terroristas, fusilamientos, ejecuciones, sabotajes, sublevaciones, linchamientos. Todos los días podía acontecer una hecatombe. El país siempre estaba a punto de estallar, pero nunca estallaba. O peor, vivía estallando lentamente, poco a poco, sin que nadie se diera demasiada cuenta.”

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Lecuna pensó que Chávez nuevamente estaba logrando lo que tanto deseaba, y casi siempre obtenía, ser el centro absoluto de atención. Esa quizá era su verdadera ansia, su pasión más secreta y  no necesariamente consciente. Quería ser el eje de todo, de la nación, de la historia, de la vida pública y privada de los ciudadanos y lo estaba consiguiendo. Desde el comienzo se estaba convirtiendo en el paciente de todos. Su enfermedad era un enigma que contagiaba a todo el país. Ante eso, el periodismo suele ser una forma de ordenar la neurosis. La curiosidad siempre es obsesiva. Tratando de buscar datos importantes de última hora, Fredy Lecuna entrará en contacto con Ailin, una enfermera cubana – de esas que vinieron acá por Barrio Adentro-, que quiere irse del país, es decir de Cuba, aunque también de Venezuela y le propone de todo para lograr el gran tubazo de la misteriosa enfermedad de Hugo Chávez.

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Chávez no había tumbado a ningún dictador. No había combatido ninguna invasión, pero hablaba como si fuera el Che Guevara, como si perteneciera a la liga de los grandes combatientes latinoamericanos. Su temperatura verbal estaba por encima de su realidad. Solo había ganado las elecciones en un país petrolero. Nunca había enfrentado un peligro inminente en una acción militar. Era un funcionario, no un guerrillero.
Así pasó, durante el 2012 Chávez se fue construyendo como personaje religioso. A finales de año en el mensaje leído a los militares escribió: “El pueblo de Simón Bolívar es la luz del mundo”. Su iglesia comenzó a profesionalizarse en el 2013. Muy pronto comenzaron a hablar de Chávez como el redentor de los pobres, como el mártir de los oprimidos. El discurso político comenzó a contaminarse de la retórica ritual que anunciaba la creación definitiva de una nueva congregación. “En su nombre, por él y en él” dijo una vez  el Vicepresidente, aludiendo por supuesto al Comandante. Las consignas nuevas apuntaban ya hacia el firmamento. “Seamos como Bolívar, seamos como Chávez”. El presidente mudo, la voz silenciada, empezó a ser sustituido por el mito. En el territorio de los símbolos el Chávez real estaba muriendo. El enfermo era cada vez más enfermo y más imagen sin cuerpo, imagen sagrada.
El Chávez iracundo y grosero, autoritario y caprichoso se desvanecía dando paso a un nuevo personaje de ficción, a un fetiche. El cáncer solo podía curarse con un sacramento. La mercadotecnia mística lanzó su nuevo producto religioso. Aquí está el Cristo de los pobres.

 

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