Érase una vez una casona

Érase una vez una casona – Soledad Morillo Belloso

Érase una vez una casona
Frescos corredores, preciosos jardines, espacios que invitan al recogimiento, lugares donde soñar y crear. Su capilla convoca a la oración; sus salones al consenso; sus bibliotecas a la introspección. No resalta por el lujo. Antes bien, por la sobriedad y la moderación. Alberga valiosas piezas de arte, cuadros de importantes pintores, colecciones de cerámicas y porcelanas, tapices que narran historias, mobiliario que ha sido testigo de nuestro pasado como nación. Sus jardines cobijan árboles, arbustos, flores. Allí van de visita cada día pajaritos y mariposas.
Nunca fue concebida como albergue de poderosos. Una casona de hacienda de la época provincial, su adquisición a sus originales dueños – la familia Brandt- y posterior restauración y conversión en hogar presidencial cumplía el propósito de recordar a los mandatarios que Venezuela reivindica la familia como indiscutible eje de nuestra sociedad. Sus primeros huéspedes presidenciales fueron los Leoni.
Desde su apertura en 1967 fuimos muchos los que alguna vez visitamos ese homenaje a la sencillez que conocemos como La Casona. No me refiero tan sólo a ser invitados a reuniones de trabajo o a encuentros, sino también al programa de visitas que ocurría apoyado por guías expertos que mostraban la residencia, contaban la historia y explicaban cada esquina con detalles. Fueron varias las primeras damas que supieron entender que vivir allí las obligaba al respeto y les exigía el cuido. Conocí varias que se sentían honradas de poder decir que eran las amas de casa de La Casona.
Abundan las anécdotas sobre La Casona. Dicen que allí habita el fantasma de uno de los Brandt, que nadie ha visto jamás pero que se siente su presencia. Cuentan que en las mañanas del 25 de diciembre se escucha la risa cantarina de un bebé en las adyacencias de la capilla. Doña Menca preparaba en la cocina los dulces que le gustaban a su marido, en particular el cristal de guayaba. Doña Blanquita sacó a relucir todo su coraje de mujer venezolana cuando enfrentó a los insurgentes de 1992. Durante mucho tiempo podían verse las marcas de las criminales balas en sus paredes.
Hay textos interesantes y conmovedores sobre La Casona. Paula Girard nos obsequia uno que revela vivencias que cuentan con lo sublime de la sencillez. Totó Aguerrevere narra con su prosa fresca las experiencias de un muchachito caminando por sus corredores y recintos. Los pueden leer fácilmente ingresando en la red y buscando en cualquier navegador.

Inventario

En el Despacho del Presidente debe estar un retrato ecuestre de Bolívar, realizado por Alfredo Araya Goméz, obsequio del presidente de Chile. Y tienen que estar un escritorio y sillones de estilo renacentista español en caoba tallada. Detrás del escritorio debe estar El Cristo de Antonio Herrera Toro, una lámpara estilo siglo XVII y una biblioteca que hospeda una de las nutridas bibliografías de Bolívar, así como diversas piezas de legislación, discursiva y ensayística de los presidentes que allí han tenido su residencia.
En la Sala Mayor de Audiencia debe haber una mesa central tallada y policromada, un reloj de tres metros de altura, un retrato de Simón Bolívar de Centeno Vallenilla y la «Pentesilea» de Michelena. En la Sala del Consejo de ministros debe haber una gran mesa estilo XVIII francés con elementos de bronce y la pieza «Los Causahabientes», a saber, la última obra de Tito Salas.
La sala Andrés Bello debe albergar un escritorio de madera y bronce y un conjunto de sillones. Ahí debe estar la copia del retrato de Andrés Bello que está en la universidad de Chile. En la sala de los edecanes debe haber mobiliario estilo Luis XIV y una mesa de nogal con incrustaciones que datan de la época de Napoleón III. En el despacho de la Primera Dama debe haber muebles y piezas portuguesas y también algunos muebles estilo provenzal.
En el salón Simón Bolívar debe estar el retrato del Libertador de Juan Lovera, una gran alfombra de la Real Fábrica de Tapices de España, sillones y muebles de estilo Luis XVI y la obra «Plaza Mayor» de Camille Pissarro. Hay un salón donde debe estar una de las obras más bellas de Michelena, «Diana Cazadora». También en ese salón debe estar un alfombra a medida realizada en Lavonnerie, Francia, piezas de estilo Isabelino en tonos verdes y un mueble valioso de estilo Boulle de la época de Napoleón III.
En el Salón de los Embajadores debe haber varios muebles que deben exhibir porcelanas francesas y una colección de relojes franceses realizados por Pons y Paulin que datan del siglo XIX. Uno de ellos le perteneció a Napoleón I quien posteriormente se lo diera a su hermano Jerónimo Bonaparte. En ese salón deben estar obras de Emilio Boggio, Armando Reverón y Héctor Poleo.

Oro y porcelana

En el comedor tiene que haber una gran mesa Sheraton, un jarrón de Capodimonte y tres obras de Antonio Herrera Toro sobre las estaciones. Y en La Casona tiene que haber vajillas con oro y blanco de porcelana de alta calidad, cristalería de Baccarat tallado y cubiertos de plata inglesa grabados con el escudo nacional.
En la capilla tiene que haber una lámpara de sagrario del siglo XVIII, dos reclinatorios y un documento firmado por el Papa Juan Pablo II. En esa capilla se celebraban misas todos los domingos y en los días de fiestas y solemnidades religiosas. En la biblioteca del área de huéspedes tiene que estar la colección de los premios Nobel de Literatura, varias obras de Reverón, el libro de Firmas y piezas portuguesas de madera.
Me consta que La Casona fue entregada por los Caldera a los Chávez en impecables condiciones y sin deuda alguna. Doña Alicia era una señora por demás estricta y disciplinada que nada dejaba en la categoría de pendientes. Incluso el día del traspaso las camas estaban tendidas con almidonadas sábanas y en los sanitarios colgaban lencerías perfumadas. En las alacenas había alimentos para un mes, las bodegas estaban correspondientemente surtidas y se acompañó el procedimiento de transmisión de ocupación con varios ejemplares del Manual de protocolo, estilo y mantenimiento de la Residencia Presidencial La Casona. Al fin y al cabo, es patrimonio nacional y sus transitorios habitantes están en obligación formal de cuidarla y protegerla.

Inventario

No sé si cuando Marisabel Rodríguez se separó del presidente Chávez y dejó La Casona hizo inventario, cual era su obligación como Primera Dama saliente. Me ha sido imposible hacerme de una copia. Si existe, debería ser un documento público y disponible para consulta. Corren espantosos rumores sobre que la residencia se encuentra en franco deterioro y que se han roto o «extraviado» piezas de incalculable valor artístico e histórico. A la fecha no sabemos formalmente los venezolanos -y tenemos derecho a saberlo- quién o quiénes habitan en La Casona y en calidad de qué.
A La Casona ya no se la puede visitar. Sus puertas han sido cerradas a los venezolanos, pero los vecinos de la zona reportan ruidos muy molestos y el arribo de muchos vehículos, incluso a altas horas de la madrugada. En esta manía del secretismo que es norma del gobierno, nadie rinde cuentas. Y en medio de una situación en la que la gente lucha por sobrevivir, estas cosas suenan a intrascendentes. Y pasan. Con absoluta impunidad.  Como tantas cosas.
@solmorillob

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