Últimas palabras – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

¿Ha pensado usted en sus funerales? ¿Se ha paseado usted por el hecho de su imposibilidad de opinar y decidir qué debe hacerse con sus restos una vez que usted haya cruzado el páramo? ¿Tiene usted escrita su última voluntad?

El asunto parece lúgubre. Pero resulta que si usted no ha dejado claras indicaciones, sus familiares y deudos harán lo que les plazca y puede ser que ello no sea de su agrado. Así, a pesar que no me aqueja mal de morir (o al menos ningún matasanos me lo ha detectado) y que estoy lo suficientemente joven como para esperar poder transitar por la vida unos cuantos años más (a menos que mi dulce marido tenga pensado tomar alguna acción para “difuntearme”), tengo una cierta obsesión con respecto a cómo se habrán de llevar a cabo mis funerales y otros detalles relacionados. Al fin y al cabo, la única condición necesaria para morir es estar vivo. Y yo lo estoy.

He visto muchos disparates en estos tiempos, desde obituarios en los que al sepelio invitan personas que ya tienen el oficio de difuntos o han sido redactados con insufribles errores ortográficos o gramaticales, hasta despelotes y zafarranchos para cumplir con algo de elegancia y propiedad con los ritos funerarios.

Entonces, he decidido preparar mi sepelio. Tengo hecho mi testamento, pagado el seguro funerario, establecido que seré cremada y que mis cenizas irán a parar a un lugar determinado y escritos mi obituario y epitafio. Tengo definido hasta un regalito de salida. Lo siento pero no confío ni en mi marido ni en mis hermanas, cuñados y sobrinos. Puede darles por pichirrear, bajo la premisa de “da igual”. No, no da igual, no me va a dar igual.

Mi padre decía que los funerales y los obituarios -y epitafios- son reveladores de lo que fue el finado en vida, de si generó amores, de si deja más deudas que deudos y de cuánto pesa la cuenta bancaria que lega el difunto. No es cierta la sentencia según la cual “no hay muerto malo”. Qué va. Como caiga uno en manos de personas que le tuvieron inquina, el sepelio puede acabar siendo un bodrio. Y uno, ahí, tieso, metido en un cajón, sin poder hacer nada para remediar el desaguisado.

Tengo escogida la urna, el traje que me van a poner, las flores que quiero y la oración que deberá rezar un cura, de preferencia jesuita, con el debido respeto a las demás congregaciones. Espero que alguna de mis lindas sobrinas tenga la gentileza de maquillarme y que exijan al funerario que me ponga la cara sonreída. Y por el amor de Dios, que no se les olvide ponerme zarcillos.

Detestaría pensar que alguien pueda decidir que mi funeral sea uno solemne y aburrido, así que tengo escogida la música y el condumio. Tengo escrito mi obituario y estoy a punto incluso de redactar una elegía, no vaya a ser que a alguien se le ocurra un discurso lastimero de esos que ponen a la gente a bostezar. De nuevo, no confío ni en mi marido ni hermanos para ello. Moriría de nuevo si alguien tuviera la infeliz idea de evitar chistes y chascarrillos y cayera en un ataque de cursilería. Nada de ayayayes y uyuyuyes. Nada de cánticos plañideros. Al fin y al cabo, buena parte de mi vida la he dedicado al humor. Pretendo que la gente salga de mi sepelio diciendo que estuvo buenísimo y que es una lástima que no pueda repetirse.

A mi padre lo recuerdo revisando cada día la prensa en la sección correspondiente y marcando y recortando aquellas notas necrológicas que llamaban su atención. De él aprendí a concurrir a cementerios en cada ciudad que visito y a fijarme en los epitafios. Cuando tuve edad suficiente para comprender que aquello no era un ejercicio morboso, me sumé al asunto de llevar un archivo de asuntos funerarios sobresalientes.

De epitafios y obituarios podría escribirse un extenso tratado. Algunos tomaron el asunto del deceso como lo que es, un paso inevitable. Otros dramatizaron el tema. Listo a seguir algunos magníficos epitafios. Espero los disfruten tanto como yo.

El epitafio de Molière, escrito por él mismo, reza así: “Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace muy bien.”

En la lápida en la tumba de Groucho Marx se puede leer: “Disculpen que no me levante.”

En el cementerio de La Almudena de Madrid, en la tumba de un ciudadano del común puede leerse: “Aquí estoy con lo puesto, y no pago los impuestos.”

En una tumba en el cementerio de San José en Granada puede leerse: “Por aguantarme un peo aquí me veo.”

El gran Miguel de Unamuno escribió personalmente su epitafio: “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo.”

En un cementerio en el estado de Minnesota en EEUU: ‘Fallecido por la voluntad de Dios y mediante la ayuda de un médico imbécil.’

Consta en mi archivos un epitafio que anoté pero que no tuve la previsión de anotar dónde está y de quién es: “Yace aquí un hombre que en vida hizo mucho bien y mucho mal… todo el bien que hizo lo hizo mal y todo el mal que hizo lo hizo bien”.

En la tumba de Orson Welles: “No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores.”

En una lápida en California se lee: “Aquí yace Jane Smith, esposa de Thomas Smith, marmolista. Este monumento fue erigido por su esposo en memoria suya y como modelo. Sólo cuesta trescientos dólares.”En un cementerio en Ávila en España: “Aquí yace Isabelita, que por ser tan buena y no querer, se fue para la otra vida con muy poquito placer.” “Que conste que no quería.”. Así reza la lápida de una tumba en Sevilla.

Los hay en verso, como éste que puede leerse en un cementerio en Chile:

“Aquí yaces 

Y haces bien 

Tú descansas 

 Y yo también.” 

Shakespeare escribió su epitafio, que dice así: “Buen amigo, por Jesús, abstente / de cavar el polvo aquí encerrado. / Bendito sea el hombre que respete estas piedras / y maldito el que remueva mis huesos.”

El Marqués de Sade dejó para su tumba la siguientes frase: «Si no viví más, fue porque no me dio tiempo». En la lápida de Martin Luther King se lee: «Libre al fin. Libre al fin. Gracias Dios Todopoderoso. Soy libre al fin».  John Wayne estipuló que en su lápida se escribiera: «Feo, fuerte y formal».

“RIP, RIP, ¡HURRA!”. ¿Les gusta? Es el epitafio que Groucho Marx escribió para la tumba de su suegra. “Llame fuerte, como para despertar a un muerto”.

Epitafio de Jean Eustache (escrito en la puerta de la habitación del hotel en la que se pegó un tiro). 

“Murió vivo”. Es el epitafio de Antonio Gala.

“Esto es lo que le pasa a los chicos malos”. Epitafio de Alfred Hitchcock (lo escribió pero no fue colocado).

“Desapareció en combate, apareció aquí”. Epitafio del coronel Francis Chartres.

“Parece que se ha ido, pero no se ha ido”. Epitafio de Cantinflas.

«Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga”. Epitafio de Johann Sebastian Bach.

«Estuve borracho muchos años, luego morí”. Epitafio de Francis Scott Fitzgerald.

“Estoy listo para encontrarme con mi creador. Si mi creador está listo para encontrarse conmigo es otra cosa”. Epitafio de Winston Churchill. “Si alguien va a mi funeral con una cara larga, nunca le hablaré de nuevo”. Epitafio de Stan Laurel.“Cuando naciste reían todos y sólo tú gemías, procura que al morir sean todos los que lloren y sólo tú el que rías”. Epitafio de una tumba en el cementerio de la Almudena de Madrid.

“Aquí descansa Pancrazio Juvenales, buen esposo, buen padre, pésimo electricista”.

“Gustava Gumersinda Gutiérrez Guzmán. Recuerdo de todos tus hijos (menos Ricardo que no dio nada)”.“Aquí descansa mi querida esposa. Señor, recíbela con la misma alegría con que yo te la mando”. “Aquí yace mi mujer, fría como siempre”. “Aquí yace uno en contra de su voluntad”. “Mi esposo me olvidó al mes de fallecida”. Epitafio en un cementerio en Sevilla.

“Estos días se me hacen eternos”. Ese lo vi en el cementerio de Recoleta en Buenos Aires.

 “Ya sabía yo que esto acabaría mal”. “Aquí yaces y yaces bien, tú descansas y yo también”. Epitafio en la tumba de una suegra.

«Vivió mientras estuvo vivo”. Epitafio en una lápida en un cementerio en España. “Que conste que yo no quería”.Este lo leí en internet. “No grite, que estoy muerto no sordo”. Genial. Epitafio de un quejón: “A ver, ¿qué tenía Lázaro que no tenga yo?”. 

De un ateo arrepentido: “Dios, nunca creí en ti ¡pero te juro que me arrepiento!”.

El mío dirá algo así como: “Tráiganme flores que seguro he muerto de mal de amores¨ o “La escribidora cambió el sitio de su escritorio, pero sigue escribiendo”.

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