Un ayayay por Ramón – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

No sé qué escribir. Abundan los textos festejando su

carrera profesional. No en balde su destacada trayectoria en los medios. Amigo de sus amigos, también leo textos que resaltan amores y afectos. Yo no sé qué escribir.
Lo conocí hace un montón de años. Él era joven y yo lo era todavía. Hicimos inmediata conexión. Eso que algunos llaman química y que yo no tengo la palabra exacta para describir. Nos volvimos cómplices. De esos que se contaban cosas de las que califican como secretos. Nos reíamos a mandíbula batiente, de nosotros mismos, de nuestros muchos disparates. Hicimos coincidir un viaje a Europa para encontrarnos en París. Claro, con escasos dineros, nos pusimos de acuerdo para celebrar con estilo. Compramos una botella de champagne y en una boulangerie de la Rue Kleber nos hicimos de unas baguettes y Camembert. Y almorzamos en un parque. Que éramos pelabolas, pero teníamos clase. Al día siguiente lo llevé a la Moufettard. Tomamos una copa de vino. Y desarrollamos uno de los ejercicios más importantes y baratos que se puede en París: ver pasar gente e inventar historias sobre ellas.
Le encantaba el terciopelo y los chalecos. Y compartíamos cierto gusto sibarita por la gastronomía. Cualquier domingo sonaba el teléfono en casa: «Epale, vamos a comer». Pagaba quien hubiera cobrado. Leía mucho y se paseaba por un nutrido portafolio musical. Fue con él mi única ida a «El maní», un antro caraqueño. Por cierto, tenía dos pies izquierdos y bailar con él era un imposible.
En Río nos metimos en un boteco de dudosa reputación. Y terminamos huyendo cuando se armó un botellazo entre los presentes. «Esto no se lo podemos contar a nadie», me dijo ahogado de la risa mientras conseguíamos montarnos en un taxi.
Fue la voz que identificaba a «Bancoex». De hecho, escribí esas cuñas pensando en él. Ya era famoso en esos años, pero no tanto. Un par de años antes había hecho radio con él, un programa nocturno sin agenda, en el que él me suplicaba no decir barbaridades y yo las decía sólo para verle la cara de apuro. «Ella, amigos, hoy se volvió loca» dijo una noche al aire.
Lo voy a extrañar. Como colega, como profesional de catadura moral. Y mucho más como pana, como amigo. Voy a extrañar sus preguntas en cualquier momento: «epa, el verbo tal, ¿es regular o irregular? Voy a extrañar sus opiniones y sobre todo sus densas e incómodas  preguntas. Voy a extrañarlo en los silencios cómplices. Voy a extrañarlo en los miedos de a dónde conduce todo este desmadre de país. Y sí, voy a extrañar su voz.
Siento que el corazón se me pobló con un gigantesco ayayay.
@solmorillob

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