El arte de viajar en el tiempo

Por: Sergio Dahbar

Viajar en el tiempo siempre ha sido un deseo eterno del ser humano.

  

No sólo para escapar de la rutina que nos acosa a diario, sino para modificar el destino y cambiar la realidad que conocemos. Queremos otra vida, pero también modificar con pequeñas cirugías el pasado, para que el presente y el futuro sean obras de arte y no ese producto caprichoso que el azar se ha encargado de hacer con nuestras vidas y en general con la humanidad.

  

Hoy esta odisea se ha vuelto cotidiana a partir de la lectura de libros clásicos, como el iniciático La máquina del tiempo, de H. G. Welles que data de 1895. En años recientes, es decir, en el siglo veinte, Ray Bradbury, quien falleció el mes pasado, también jugó con el destino de los hombres en numerosas ficciones. Se destaca en particular el relato «El sonido del trueno», incluido en Las doradas manzanas del sol.

  El cine, que siempre busca historias taquilleras, posee demasiadas aventuras que viajan en el tiempo, ya sea por adaptar a Welles o Bradbury, o bien porque ha encontrado la manera de convertir esa operación ciertamente imposible en una realidad que el cinéfilo se traga casi siempre con facilidad. Ahí está la saga de Volver al futuro y por supuesto ese clásico de Cameron, Terminator, por citar apenas dos gotas de un río caudaloso.

  La odisea más reciente, la que pareciera querer poner la guinda sobre una larga bibliografía y filmografía acerca del tema, la emprendió nada menos que Stephen King con su novela salida del horno: 11/22/63. Y para lograrlo ha escogido la madre de todas las tragedias estadounidenses: el asesinato de un presidente. Pero no cualquier magnicidio. Aquí se trata de hablar de la pérdida de la virginidad del pueblo de Estados Unidos: J. F. Kennedy.

  

Hablemos primero de este monstruo de la literatura popular contemporánea llamado Stephen King. El hombre que Rodrigo Fresán ha comparado en musculatura intelectual con Charles Dickens. Y que la ensayista Cynthia Ozick, reconocida como intelectual de alto calibre, ha descrito con esta admiración: «Lo que hace [King] no es algo sencillo, no es mero palabrerío contemporáneo, y no es una tontería. Y lo anterior tal vez sea una forma torpe de decir que algo es inteligente, pero eso es lo que quiero decir».

  

Con 64 años, después de tres décadas de masticar esta trama (que le resultaba imposible de desarrollar), apareció 11/22/63. Es un libro adictivo, que no se puede soltar y que uno lamenta tener que ir al banco, dormir o hacer lo que sea necesario en la vida cotidiana, porque lo que desea todo lector sensato una vez que abre la primera página es no abandonarlo hasta saber cuál será el punto final de Jack Epping, el protagonista, divorciado, 35 años de edad, que viaja en el tiempo con la misión de salvar a Estados Unidos de sus propios demonios.

  

»Si alguna vez quisiste cambiar el mundo, esta es tu oportunidad.

  

Salva a Kennedy, salva a su hermano. Salva a Martin Luther King.

  

Evita los choques raciales. Tal vez pon fin a Vietnam… Podrías salvar las vidas de millones».

  Esta es la inequívoca misión que le encomienda su amigo Al, el dueño de la hamburguesería que esconde en su sótano un portal que permite viajar en el tiempo. Él lo utiliza para trasladarse a 1958, comprar carne barata y venderla más cara en 2011.

  

Stephen King toma decisiones radicales: se aparta de las teorías de las conspiraciones que han desvelado a gente como Oliver Stone y escoge la idea de que Oswald actuó solo. A partir de ahí traza una saga que le permite trabajar sobre las modificaciones de la sociedad estadounidense en diferentes épocas. El caudal de información que organiza este escritor es alucinante. Epping sabe cómo ocurrirán los cambios culturales y puede adelantarse, jugar con el tiempo y divertirse en secreto ante lo que ocurre frente a sus ojos.

  

King advierte que el pasado hará todo lo que pueda por permanecer inalterado. Con esa fuerza ancestral debe enfrentarse Epping, para salvar a un presidente estadounidense. Por eso se enferma, le pegan, el carro le deja de funcionar…

  Algo nos sugiere que los hombres no deberían meterse en los asuntos del destino. Queda por supuesto el consuelo de viajar al pasado para enamorarse de la mujer con la que siempre has soñado. Otra vez King ratifica y amplia el tamaño de su leyenda.

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