La habitación del pánico – Carlos Raúl Hernández

Por: Carlos Raúl Hernandez

Después de las turbulencias vividas y por vivir, ojalá algún díacarlos raul tengamos una Carta decente…

Cuentan dirigentes y funcionarios importantes del entonces Consejo Supremo Electoral, que en 1999 se levantaban aterrorizados a las 4:30 de la madrugada a revisar los despropósitos aprobados por la Asamblea Constituyente en el Halloween de la noche anterior. Las propuestas más descabelladas, al estilo de crear un Banco Central paralelo en manos del gobierno, penalizar a quienes tenían cuentas en el exterior, o partir en dos el estado Bolívar, eran normales en aquellos aquelarres. El país de las maravillas donde se celebra todos los días el no cumpleaños, y la reina manda a cortar la cabeza al que se le ocurre. En aquel momento la moderación la representaban Hugo Chávez, -aunque Ud. no lo crea-, y Luis Miquilena que sabían el terreno que pisaban a diferencia de la turbamulta delirante.

Algún abogado arribista de la época declaró que «sobre la constituyente solo Dios y el pueblo», en esa metafísica vomitiva que ponen de moda las revoluciones, para justificar sus miserias detrás grandes potestades. A ningún político democrático que sepa lo que hace, se le ocurre entregar el poder absoluto, omnímodo, a 150 fulanos sometidos a pasiones e intereses, mayorías y aplanadoras, a un partido dominante y finalmente a la voluntad de un hombre. Las constituyentes legítimas aparecieron para reconstruir el orden civilizado luego de dictaduras que arrollaron cualquier vestigio de Estado de Derecho, y elaborar desde cero un orden jurídico democrático donde no existía. Rómulo Betancourt le temió una vez electa en 1946 y por eso la bloqueó en 1958 e hizo que el Congreso se encargara de redactar la nueva Constitución de 1961.

Abominablemente escrita

Existe a partir de 1999 una Carta abominablemente escrita pero que más bien abruma de derechos y garantías que el gobierno incumple, porque el país le entregó voluntariamente todos los poderes con «la constituyente» de 1999 y sucesivos errores que remacharon el cepo. Cambiar la Constitución es un falso objetivo de los revolucionarios de todo signo, porque el verdadero es la ensoñación de barrer el status con «la constituyente» misma.

El mundo feliz pasa, creen, porque la libertad, la vida, la familia y las propiedades pasen a un poder total que las administre con justicia, igualdad y rapidez. Luego del fracaso de la Unión Soviética, Fidel Castro convoca radicales realengos para discutir qué hacer entre los escombros humeantes del comunismo.

Por eso Lula Da Silva funda el Foro de Sao Paulo y en 1992, año de sombras en Venezuela, recomienza la revolución, pero es en 1999 cuando cristaliza la nueva estrategia para arrasar la democracia con la reluciente adquisición: «la constituyente». Tal monstruosidad jurídica, consagra que unas decenas de galfaros están por encima de la ley, libres de controles institucionales y con facultades para cambiarlo todo: la vía pacífica al totalitarismo. Antonio Negri, líder de las Brigadas Rojas italianas dijo que «la constituyente es la revolución». Funcionó en Venezuela, Bolivia y Ecuador para destruir el poder democrático. ¿Funcionará ahora para la guagua en reversa, el merecido toma-tu-tomate? Frente a la inminencia de las elecciones parlamentarias de 2015, posiblemente dentro de seis meses, es una burrada. Distraer esfuerzos que deberían consagrarse a ellas es electoralmente suicida e irresponsable. Y moralmente reprobable jugar con la buena fe de la gente, porque el CNE oficialmente declaró que las firmas no son válidas.

Ghost: sombra de un amor

El ánima del comandante se posesiona de algunos y sus tres principales mandamientos, la constituyente, la vía rápida, la mentira, reaparecen y las personas hablan en barinés de atrás para adelante. La engañosa feromona del fast track seduce gente decente con la esperanza de «limpiar» los males y dejar todo pulcro de una buena vez, a pesar de que 1999 les soltó el tiro por el percutor. El exorcismo real es en 2015, y lo otro es la necia propuesta de embarcarse en trifulcas durante dos años si al CNE le da la gana, recolección válida de firmas -¿quién las conseguirá?- elección de los constituyentes y referéndum aprobatorio. En vez de dedicarse el país entero a forjar la nueva mayoría nacional de un Parlamento para la reconstrucción económica y social en paz, se juega conscientemente con espejismos polarizadores.

Una mayoría parlamentaria sólida buscará regresar progresivamente al funcionamiento normal de las instituciones, desterrar los atropellos a la ley y bajar el conflicto bipolar. Al ser descentralizadas, procesos relativamente independientes, las parlamentarias son menos dramáticas. Los camaradas tendrán que encajar su derrota sin el camelo de ir jugando a Rosalinda. Jellineck dijo que la Constitución democrática es «la jaula que encierra la bestia del poder», asegura la permanencia, la estabilidad de reglas confiables, y la «constituyente» rompe los candados de la jaula. Hay que incinerar el artículo que permite convocarla. Después de las turbulencias vividas y por vivir, ojalá algún día tengamos una Carta decente, bien escrita, y sobre todo exenta de ese tumor, esa amenaza permanente a la libertad, ese mandamiento de inestabilidad, de «la constituyente».

@carlosraulher

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