Sobredosis – Carlos Raúl Hernández

Por: Carlos Raúl Hernández

El Gobierno sabe que puede contar con los partidos para un compromiso de gobernabilidad                     NyNNjCel_400x400

Venezuela parará en seco «el proceso» del Estado fallido, aunque hoy sufrimos sus efectos. Sartre escribió una vez que, en general, cuando líderes o aspirantes a serlo disertaban sobre el dramatismo de las circunstancias y los riesgos larvados, el interlocutor se cuidaba de aclarar algo al final del discurso: que esos males se materializarían inevitablemente, a menos que se hiciera lo que, a continuación, el expositor planteaba. Y se largaba con la propuesta salvadora. Pero en el caso actual no se trata de tomar medidas para prevenir la llegada del huracán, sino que estamos dentro de él, pero se van a controlar daños y superarlos al menor costo posible. Según los creadores del concepto, en los casos fallidos, el Estado legítimo sufre una pérdida progresiva de capacidad para garantizar la soberanía del territorio y el monopolio institucional de las armas y grupos irregulares pasan a compartir estas funciones.

Según Freedom House en Venezuela, bandas criminales, «violencia política y una corrupción sistemática son riesgos crecientes» para la democracia. Y en el techo de la cárcel de San Antonio en Margarita, acampaba un batallón de presidiarios artillados que presentaron respetos de guerra a un colega caído heroicamente en la puerta de una discoteca. Igual el toque de queda impuesto en Maracay en días pasados por grupos armados de Aragua, Carabobo y Guárico, como luto por la baja de un delincuente a manos de las autoridades. Frente a estas realidades los factores de poder actuarán para impedir el colapso de la vida civilizada y no permitirán semejante perspectiva. Pero inquieta por qué el Gobierno quema una tras otra las posibilidades de rectificar en una secuencia de pie quebrados y actos fallidos.

No medidas aisladas

Batea flaicitos en el cuadro, con una ingenuidad no apta para mayores de edad. No cepillarse los dientes tres veces al día, no gastar más de cinco pares de zapatos al año, apretar bien los controles de precios, enviar al Sebin, no enfermarse ni comer tanto, no importar «carne muerta» sino ganado en pie. Y pincharle los ojos a los gringos o sembrar cebollín en las ventanas. Parecen chistes de velorio frente al cadáver, cuando la oleada hiperinflacionaria de 900% en alimentos diezma a los pobres. El déficit fiscal puede llegar a 40%, y caída del producto a -15% o más, los tres indicadores, los peores del mundo. Escasez de 70%, ni más ni menos la economía europea después de la II Guerra Mundial a lo que el Vice en alarde de humor, afirma que aún no han construido el socialismo. Bank of América y la empresa nipona Nomurasugieren que permitir deslizar los precios -gasolina, arroz, café, harina- es simplemente reconocer la inflación sin hacer nada para corregirla.

Es dejar que se profundice, sus efectos sean mayores, igual que las consecuencias a mediano plazo. Un importante empresario nacional recomendó recientemente algunas acciones de emergencia, una idea positiva mientras un próximo gabinete de grandes ligas inicie programa de reformas estructurales económicas, sociales y políticas de una estrategia de desarrollo. La incógnita es por qué el Gobierno se resiste a lo que todo el mundo en sentido estricto, fuera y dentro, sabios e ignorantes, incluso su propia gente, le dice que haga. Esa resistencia cognoscitiva, -terquedad- conduce a divagar sobre leyendas, como la explosión social y otras, equivalentes urbanos de las narraciones folclóricas sobre la Sayona, el Silbón, la Bola de fuego, etc. Quienes han estudiado con cuidado el asunto saben que lo único que ocasiona esos actos de anarquía colectiva, esos levantamientos masivos, riots, es la falta de respuesta disuasiva en las primeras de cambio.

El apagón

Tantas veces se ha dicho: el 27 de febrero de 1989 la Policía Metropolitana de Caracas estaba en huelga y no actuó al inicio del incendio social. Pero existe una circunstancia especial, una sola, a la que hay que temer: las fallas eléctricas, como las de NY que en dos fechas ocasionaron fenómenos de esta índole. Es seguro que las FF.AA saben las consecuencias posibles de un apagón y la necesidad de prevenir cualquier incidencia que pudiera una siniestra situación con terribles pérdidas de vidas, ruptura del orden público y de la seguridad del Estado. Está en primer lugar la Asamblea Nacional, una institución con prestigio y legitimidad flamantes, dispuesta a hacer cumplir la Constitución en cualquier circunstancia, hacer respetar los DD.HH y respaldar la estabilidad institucional.

El Gobierno sabe que puede contar con los partidos y la sociedad civil para un compromiso de gobernabilidad y evitar lo que en las Revelaciones se denomina el día de la bestia, y es el único que se niega. Empresarios, políticos, opinion makers, periodistas lo repiten permanentemente y hay que insistir, así como habría que hacer una campaña sistemática, abarcadora, densa, amplia, sobre la importancia de otorgar la propiedad a quienes viven «arrimados» en viviendas gubernamentales. Ambas propuestas tienen mucha más trascendencia que las que se hagan con el cuchillo entre los dientes, que no entusiasman más que a los ya entusiasmados. El Gobierno sigue la ruta que él mismo se trazó y en este caso es muy poco el valor agregado que confiere una sobredosis de voluntad.

@CarlosRaulHer

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