Una cuestión de educación – José Rafael Herrera

Por: José Rafael Herrera

Educere quiere decir guiar o conducir la construcción del proceso dee55ea19d9a7935c30dea1a6d37ed4c70_400x400 formación integral, es decir, orgánica, de las generaciones nacientes. Mientras que el educare constituye la base referencial indispensable del estudio técnico-analítico, el educere es el término que comporta la necesaria idea de la síntesis. El proceso educativo deviene como resultado del recíproco reconocimiento de estos dos elementos fundamentales, de estos dos extremos polares de la dialéctica del conocer y el saber, de la unidad diferenciada delcertum y el verum, la parte y el todo. Parafraseando al respetable Kant, el entendimiento sin la razón es ciego; pero la razón sin el entendimiento es vacía.

De la bella genialidad de Giambattista Vico conviene recordar lo que, según su desbordada creatividad, dio origen nada menos que a las bases sobre las cuales se sustenta “la naturaleza común de las naciones”, la entera civilización humana: “educere y educare, la primera se ocupa con elegancia señorial de la educación del espíritu, y la segunda de la del cuerpo. La primera fue extrapolada por los físicos para designar el surgir de las formas de la materia, puesto que con dicha educación heroica surgió la forma del espíritu humano”. La segunda “es la educación del cuerpo. Los padres, con su poder ciclópeo, y las ofrendas sagradas, comenzaron a educir o extraer de la corpulencia gigantesca de sus hijos la forma corpórea humana”.

La imaginación viquiana permite comprender la necesidad tanto de lo uno como de lo otro, a objeto de dar inicio al cabal desarrollo de aquello que denomina la “economía poética”, a saber, el orden y la conexión de las ideas y de las cosas civiles o, en términos más contemporáneos, la creación –o producción– y consolidación de la vida del Estado, comprendido como Ethos, cabe decir, como el reconocimiento de la sociedad política y de la sociedad civil: “No como un tirano que impone su ley, sino como una reina de las cosas humanas que las dirige con las costumbres hacia el Estado de las familias”. La respuesta sustantiva a los problemas políticos, sociales y económicos no se resuelve únicamente superando –remontando– un gobierno de bestioni, sino, además, creando una sociedad de auténticos ciudadanos, gentiles, gente en y para la civilidad, la materia prima que forma y conforma al Estado como totalidad ética.

Salir del actual régimen es, apenas, el comienzo de la jornada que viene por delante. Es salir de la prehistoria de la humanidad, como dice Marx, pero solo para dar inicio a la difícil tarea de construir lo que, hasta el presente, ha sido un gran espejismo, una esperanza jamás cumplida, una utopía no realizada, como manifestación objetivada del desgarramiento existente entre la Paideia, el Ethos y la Polis. Lo que constituye toda fundamentación económica y toda actividad humana es la producción espiritual y material, porque a medida que se da forma al Espíritu se forma la materia y viceversa. Una nación espiritualmente pobre es necesariamente una nación materialmente pobre. Materia y forma son términos correlativos, se constituyen recíprocamente. Son uno y lo mismo, pero con sus propias determinaciones y especificidades. Lo que distingue a los humanos de cualquier otra especie es la conciencia, pero lo que posibilita la conciencia es la fuerza productiva, la actividad sensitiva humana, que es, a la vez, génesis y resultado de la educación, del entramado continuo del educere y del educare.

Lo que define a un sistema político –dice Deleuze– es el camino por el que su sociedad ha transitado. Eso incluye, por supuesto, la educación. No se trata, pues, de que la barbarie insista en irrumpir, con su acostumbrada violencia, en el interior del sistema educativo. Se trata, más bien, de que el sistema educativo, no sin paciencia, asuma la barbarie como su punctum dollens hasta la realización de su autosuperación, reconfigurando el organismo vivo del Estado. La educación deja de serlo cuando se hace incompatible con la vida social dentro de la cual se imparte. Por eso mismo, se hace indispensable la revisión a fondo de toda la estructura educativa actual, tan llena de formas sin contenido, tan acartonada y burocratizada, tan instrumentalmente sustentada en presuposiciones cuya relación con el entorno social y cultural –con el presente y lo real– resulta cada vez más ajena, más extraña, más deforme y cómplice. Todo educador debe ser educado. No se trata de una educación meramente analítica, de la simple –y, por cierto, cada vez más deficiente– instrucción. Se trata de que la condición analítica logre elevarse cada vez más para devenir síntesis concreta, modo de vida, o como la llama Croce, “religión -re-ligare- de la libertad”.

El folklorismo de la barbarie y su consecuente “piratería” –cabe decir, la mediocridad como intermediación con la vida social y política– no puede seguir siendo el telos del sistema educativo. Las ciencias, en sentido estricto, nada tienen que ver con la sayona y el silbón, esas almas en pena que anuncian el arribo de un remedo de vida en lumpanato. Tampoco el estudio de los derechos y deberes tienen que ver con el capricho individual ni con las abstracciones propias del patrioterismo, elementos tan cercanos al fascismo y sus desgarraduras místicas, las cuales, al final del día, terminan en la peor de las corrupciones del alma: la de la deshonesta prepotencia del ignorante.

Los ladronzuelos tienen su lugar de origen en una pésima escuela cuyos ecos más próximos reflejan los resentimientos de un mal hogar que, a su vez, reproduce, mecánicamente, los más insanos preceptos y convenciones de una sociedad en descomposición, carente de virtudes. Una nueva escuela, una escuela auténticamente democrática, auténticamente humana, tiene la obligación de romper el círculo vicioso: luchar contra la sedimentación tradicional del mundo, en pro de una concepción cuyos principios esenciales estén abocados a la superación cualitativa de los elementos más primitivos y pedestres del ser social. Tiene que rebelarse contra toda representación de lo muerto, de lo innoble, de lo improductivo, para recrearse en el horizonte de la vida, la justicia, la paz, la prosperidad y la libertad, haciendo de todo ello una nueva constelación civil.

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