Volver a los diecisiete… – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Volver a los diecisiete es como vivir un siglo es como descifrarijQRMSXo_400x400 signos sin ser sabio competente… podría haber sido la estrofa de Violeta Parra que acompañase los obituarios ofrecidos por los dolientes –engañados y desengañados– que han escoltado las honras fúnebres de quien fuera el mandamás de una isla; ingeniero de paredones feroces; mayoral de un insular complejo azucarero amargo como el fracaso; veterinario de razas vacunas de mísero rendimiento; propulsor de un sueño descalabrado –el foco guerrillero– que martirizó a tantos jóvenes idealistas en la búsqueda de su particular Sierra Maestra. Fidel Castro Ruz.

Las venas obturadas del pensamiento político latinoamericano fraguaron la leyenda del Prometeo barbudo, del David antillano enfrentado al Goliat del norte, tan sólo armado con la honda de su uniforme verde oliva y unos cuantos rifles de incierta percusión. Al fin y al cabo, cuenta el cuento, estaba designado por los dioses del Olimpo plebeyo para realizar grandes hazañas, para salvar a Cuba, luego a Latinoamérica, y más tarde al mundo subdesarrollado, de la terrible tenaza del imperialismo norteamericano y capitalista. A sus pies se postró lo más selecto de la intelligentsia regional y europea, atraídos por un socialismo con tumba y bongó.

Ya había pasado por Venezuela y encajado el rechazo de Rómulo Betancourt a su pretensión de ser mentor de los procesos democráticos del continente, pero el gesto altivo e independiente del presidente venezolano pasó desapercibido para parte importante de quienes alimentaban una gesta heroica poblada de Rolex GMT Master, y ensueños trágicamente montañeros. En la invasión del país por las playas de Machurucuto, dirigida por algunos de sus mejores operadores militares, encalló uno de sus primeros intentos de exportar la revolución cubana.

Habría que añadir la despistada pasantía revolucionaria del Che en el Congo y posteriormente en Bolivia; la confiscación del envión democrático que derrocó a Somoza en Nicaragua por una vanguardia también verde oliva; la aventura militar angoleña que firmó la sentencia de muerte del general Arnaldo Ochoa y –entre otros– uno de los “jimaguas” de la Guardia, Tony, tan dolorosamente narrado por Norberto Fuentes en su libro Dulces guerreros cubanos. Y como telón de fondo de tantas costosas aventuras, el hundimiento de un país en la pobreza y el atraso, la ausencia de democracia y derechos humanos, el éxodo de sus ciudadanos hacia el Imperio en los más creativos objetos flotadores manufacturados por el hombre desde el Arca de Noé.

Vendría el abrazo fraterno y millonario del difunto presidente Chávez para sacarlo de la bancarrota histórica que hoy es herencia compartida. Ambos países naufragaron en el mar de la felicidad. Y Venezuela sigue siendo rehén de ese encuentro malhadado entre tres difuntos sonrientes.

Pero el mito navega, persiste, cuece los huesos de grandes escritores fallecidos, labra la impenitencia de sus admiradores de la primera hora, ilumina el trazo de las esquelas fúnebres de gobernantes y periodistas. Alguien escribe que, “para bien o para mal se labró un lugar en la Historia”; otro argumenta que, “Cuba era su propiedad, pero ¡qué propiedad! ¡Y cómo la transformó!” Y viene el retintín de la Cuba prostíbulo del Caribe, de los gringos protestantes buscando santuario para pecar. Y no podía faltar, una referencia a la segunda entrega de El Padrino, de Coppola. Y créanos, provienen de gente que hace años de años, despidieron a ese esqueleto de sus closets.

Como un curioso homenaje, dos días después de que el Comandante mandó a parar su estancia en este mundo, se inauguró el primer vuelo comercial entre Estados Unidos y Cuba del post-fidelismo. Volver a los 17…

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