El progreso y el pesimismo – Andrés Hoyos

Publicado en: El Espectador

Por: Andrés Hoyos

Es corriente leer textos de gente muy prestigiosa, famosa y ya mayor (hasta enferma), en los que fulminan al tiempo presente. Todo tiempo pasado fue mejor, es más o menos lo que dicen. Pero grullo respondería que no es el tiempo de ellos y, sobre todo, que no será el futuro de ellos.

La tradición de advertir a los jóvenes sobre lo que vendrá y señalar los errores, supuestos o reales, que la gente está cometiendo o va a cometer es más vieja que el hilo verde. Raras han sido, en cambio, las advertencias de veras admonitorias o las personas que realmente vislumbraron con claridad lo que vendría. Pero incluso ellos no podían estar seguros de nada pues la experiencia más aquilatada de todas es que el futuro no se conoce. Con frecuencia hay dificultades incluso para conocer el pasado, sin hablar de las incertidumbres del presente.

Cierto, en el resto de este siglo XXI —para no meternos con los incógnitos siglos venideros— habrá muchos problemas. Algunas condiciones ambientales y sociales se están deteriorando, al tiempo que en muchos otros terrenos se ensayan soluciones novedosas y efectivas. ¿Cuál será el balance en 2100? Pago lo que me pidan por verlo, así sea seguro que voy a ver apenas lo precedente y eso cuando ya esté muy viejo, si no firmo antes la planilla de salida.

Al rompe uno diría que resulta fácil hacer una que otra predicción tecnológica, aunque en eso los descaches han sido monumentales. Es sobre todo difícil predecir el ritmo al que evolucionará esta o aquella industria. Debemos saber que cada éxito será la cría de alguna mente brillante que trabajará días, meses y años para diseñar la novedad. Imposible que alguien pueda anticipar en detalle algo así. Nadie vio venir el mouse de los computadores, nadie los antibióticos.

Lo que ignoramos hoy del futuro es trascendental. ¿En 2100 habrá 10.000 millones de personas, 11.000 millones, 12.000 millones o más? ¿Menos? Habrá muchos viejos, sí, pero ¿en qué proporción? Nadie tiene la menor idea. Un planeta con 9.500 millones o uno con 11.500 serían dramáticamente distintos. Dar algo útil que hacer a una cifra u otra son retos distintísimos. Yo me inclino a pensar con el deseo que no habrá nunca más de 10.000 millones y que más adelante serán menos de 9.000 millones. Lo demás, casi puede decirse, será lo de menos.

Se han intentado locuras, como la prohibición del alcohol en Estados Unidos o la actual prohibición de las drogas. Uno sospecha que nada de eso quedará en pie en 2100, pero no puede estar del todo seguro. Otro factor crucial son las ideas políticas y el tipo de regímenes que vendrán. ¿La inequidad seguirá creciendo hasta llegar a un punto explosivo? Lo dudo. Un mundo y otro tienen implicaciones de gobierno muy diferentes. ¿Cuánta pobreza quedará en 2100 y dónde estará ubicada? ¿Serán tres, cuatro, cinco o 50 los países pobres? Uno espera y hasta sospecha que la inteligencia humana encontrará maneras de inyectar estabilidad, prosperidad y armonía no ya en países como Suiza, sino en Haití, en Bolivia, en Honduras y, claro, en Colombia. Sí parece cierto que antes de 100 años de vida independiente un país no se estabiliza. A veces les toma 200, 250 o hasta más. Las formas de ser de estos progresos no son previsibles.

En fin, mermémosle al futurismo facilón y pongámonos metas alcanzables. Después que venga lo que el propio futuro quiera.

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