Noticias del infierno

Temprano en la mañana llegó un tuit de Henrique Capriles: “Murió Natanael” ¿Quién es Natanael? Yeison Natanael Mora Castillo, de escasos 17 años, fue herido ayer en el Plantón que realizó la oposición en todo el territorio nacional. Natanael es oriundo de Barinas, y allí le hirieron. Le dispararon una metra. Una metra de metal, grande como una golondrona, que es lo que ahora disparan, dicen, las fuerzas del orden. Según afirman los expertos, esto lo hacen para que no quede huella ni traza posible. Como no sé del asunto, el argumento me resulta incomprensible. Pero, de ser cierto, sí le capto el tufo a trampa: las llamadas fuerzas del orden estarían ocultando algo. Y si ocultan es porque están haciendo algo que no es correcto. Algo prohibido, ilegal. ¿Al margen de estas fuerzas hay otras que puedan disparar semejantes proyectiles? Según los mismos expertos en criminalistica, no. Esto no da pie para acusar directa y abiertamente a las fuerzas represivas del régimen, pero la duda, evidentemente, queda abierta, inmensa. Lo único cierto es que al joven Natanael Mora, cuando manifestaba en el Plantón del lunes 15 de mayo, en Barinas, le dispararon una metra de metal que le entró por el ojo derecho y se le quedó incrustrada en la cabeza. Esta mañana murió.

Ayer también murió otro joven de 17 años, Luis Álvarez. Ocurrió en Palmira, Táchira. A Luis lo mató una bala en el cuello. Metra en el ojo, bala en el cuello. Un informe de una ONG defensora de derechos humanos, establece que la mayoría de los muertos, de los asesinados en las manifestaciones de este último mes y medio, ha sido con disparos a la cabeza, del cuello hacia arriba, disparos para matar.

Diego Hernández, de 32 años, también falleció ayer. Esto también ocurrió en el estado Táchira, en Capacho Nuevo. Según el reporte, Diego se desplazaba en su motocicleta para trabajar como motaxista. Pasó por el lugar donde había una confrontación entre manifestantes y fuerzas policiales, cuando fue alcanzado por un proyectil, en este caso a la altura del pecho. Fuentes oficiales aseguraron que este homicidio fue producto de un atraco. El argumento resulta extraño ya que no coincide con el escenario descrito previamente.

Estas tres víctimas de ayer elevan la cifra de muertos en este mes y medio de protestas y manifestaciones a 43. Más de un muerto diario. En total, según cifras del Foro Penal, ya han sido presentados en tribunales militares 275 ciudadanos civiles, y 159 de ellos están privados de libertad.

Hablando de militares, el mismo Foro Penal hizo esta denuncia que se convierte en el escandaloso, horroroso e inaceptable titular de primera página hoy en El Nacional: “Militares obligaron a detenidos a comer pasta con excremento”. Según el testimonio del Foro Penal, “los funcionarios les pusieron polvillo de bomba lacrimógena en la nariz para que abrieran la boca y entonces les metieron la mezcla con heces”. Además, según el mismo testimonio, a los jóvenes detenidos -porque la inmensa mayoría son jóvenes- les apagan cigarrillos en el cuerpo, como en los tiempos de la dictadura perejimenista.

Heces, golpes, quemaduras. ¿Qué busca el régimen con este tipo de torturas tan extremas e inhumanas? La respuesta quizá esté en el gran titular de hoy del diario oficialista Correo del Orinoco: “Según artículos 337, 338 y 339 de la Constitución Nacional, oficializan Decreto de Estado de Excepción y Emergencia Económica.” ¿Por qué? Dicen que por el acoso de sectores nacionales y extranjeros que “impiden la recuperación económica de Venezuela”. Es decir, porque hay manifestaciones no hay recuperación económica. ¿Cómo tragar semejante estupidez? Si, precisamente, la gente está en la calle, entre otras razones, porque tenemos un país cuya economía está postrada, congelada, irrecuperable. Las razones para justificar el decreto son falsas, como falsos suelen ser todos los argumentos del régimen. Pero después de ese decreto, y tras haber presenciado la represión salvaje en las calles y las torturas inhumanas en las cárceles, los venezolanos debemos, muy a nuestro pesar, prepararnos para el peor infierno. Recemos por su brevedad.

 

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