Carta de amor a Roberto Ampuero, el canciller de Chile – Elizabeth Fuentes

Publicado en: El Cooperante

Por: Elizabeth Fuentes

Foto: Agencias

Querido Canciller:

Prometo no aburrirle ni caer en la tentación de empalagarlo o ser cursi, lo primero que ocurre cuando se trata de una declaración de amor urgente, como esta, donde el sentimiento surge a primera vista y sin previo aviso. Un flechazo radiante que creció y creció a medida que usted se dirigía a Jorge Arreaza, ese pequeño dictador venezolano sin alma en la mirada, a quien usted desnudó en los pocos minutos que duró su inolvidable intervención, una paliza verbal sin un adjetivo demás, sin una grosería mediante, pero que dejó en la lona la arrogancia del funcionario chavista, reducido al ridículo mientras en la sala y en la audiencia y en casi toda Venezuela aplaudíamos su inteligencia y su coraje.

Lamentablemente, ese pequeño dictador parecía no tener idea de quién era usted cuando trató de agredirlo, como a todos. Porque la ignorancia suele ser la gran aliada del gobierno de Venezuela, no solo ejercida desde el poder – se asombraría usted de los curriculum y experiencia de la mayoría del tren ejecutivo-, sino también alimentada meticulosamente desde el poder con miras a gobernar para siempre a un pueblo iletrado, sin el equipaje intelectual necesario para discernir. De manera que se han dedicado durante 20 años no solo a destruir escuelas, universidades, diarios, librerías y organismos dedicados a la investigación, sino a convertir a los votantes (lo único que les importa), en gente hambrienta capaz de cambiar su voto por una caja de comida porque, como dijo públicamente uno de los “próceres” de esta desgracia, “no los vamos a sacar de la pobreza para que se conviertan en escuálidos -así le dicen a los opositores- y no voten más por nosotros”.

Pequeño dictador que no debe saber que usted ha escrito más de 15 novelas, que es profesor en universidades de Estados Unidos y que pasó por la izquierda pero la abandonó nada menos que estando en Cuba, cuando se percató de que el socialismo real era una falacia, como lo escribió el año 2013 en el diario chileno El Mercurio, donde además pidió perdón públicamente por todos los errores cometidos “porque entre 1970 y 1973, desfilé por las calles convencido de que a la democracia de Chile había que arrojarla por la borda”.

Pues permítame decirle que ese pequeño dictador mintió sin vergüenza alguna frente a usted y todos los cancilleres de la OEA, usando la vieja estrategia nazi de “mientras más grande sea la mentira, más la creerán”: Aseguró que Nicolás Maduro ganó con 9 millones de votos (no llegó ni a 6 en unas elecciones injustas y fraudulentas) y dijo que durante las protestas del año pasado los opositores “quemaron vivas a 29 personas porque tenían el color de la piel oscura y los confundieron con seguidores del gobierno”. Una mentira del tamaño de las guayaberas de Nicolás Maduro, porque semejante hecho habría sido no solo una noticia a escala planetaria, sino que habría evidenciado la inutilidad de un gobierno que permitió semejante barbaridad. Cuando la verdad fue que hubo un joven quemado del bando opositor, a quien le estalló en las manos una bomba molotov, imagen terrible que dio la vuelta al mundo y por la cual el venezolano Ronaldo Schemidt se ganó el primer premio en el certamen de fotografía World Press Photo.

Aunque la más grande mentira de nuestro Goebbels tropical fue haber asegurado que el Consejo Nacional Electoral es el mejor del mundo, que ninguno de los países allí presentes tenían algo parecido y que era un garante de transparencia, cuando media humanidad sabe que ese CNE está al servicio del gobierno desde los días de Hugo Chávez, que sus rectoras son fichas claves de Nicolás Maduro y que para cada elección afinan sus trampas sin disimulo para convertir a Maduro en una suerte de Emperador.

En fin Canciller, no le aburro más. Por ahora me dedicaré a buscar sus novelas, todo un acto de amor en esta Venezuela sin librerías.Trataré de acercarme a usted de la manera más bonita posible, como es leerlo y admirarlo en secreto. Y me despido agradeciéndole ese momento magnífico que tanto bien le trajo a mi alma ( se me salió lo cursi, lo siento….), y que me puso a rebobinar esa escena de usted ante Arreaza, esa que siempre hemos querido protagonizar la mayoría de los venezolanos.

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