El casabe – Soledad Morillo Belloso

Este gobierno es como el casabe: a lo que le pongas sabe. El nivel demk9HMijk_400x400 ridiculez del espectáculo montado en la isla de Margarita con ocasión de la cumbre de los desalineados, desaliñados, huelepegas y otras especies aromáticas fue de pronóstico. Un show neosifrino, de abyecto rastacuerismo y despilfarro de insólitas proporciones. Describamos. La isla fue inundada de miles de soldados, guardias, policías y milicianos, armados hasta los dientes, que convirtieron nuestro maravilloso espacio en una gigantesca cárcel militar. Suprimieron en los hechos, sin decreto mediante, todas las libertades y garantías constitucionales. Ello, empero, no consiguió evitar que los margariteños, locales y navegaos, expresáramos nuestro repudio y disgusto ante la mayor farsa que se pueda recordar aquí. Los mercados fueron atapuzados de productos importados, que ningún ciudadano local podía comprar por los extravagantes precios. Ante el cierre real de las fronteras insulares, los turistas que habían hecho planes para visitarnos en los últimos días de temporada, no pudieron venir. Así, los restaurantes, bares, chiringuitos, tiendas, etc., no tuvieron clientes y fueron los «paganinis». Las delegaciones, que nadie consiguió descubrir a cuantas personas se elevaban, estaban integradas por varios tipos de países, muchos de los cuales tienen gobiernos autoritarios, habituados ellos a mandones que gobiernan poniendo la pata encima. A esos nada de extraño les pareció llegar a un lugar pintado de uniformes militares. Varias delegaciones, alertadas por sus respectivas embajadas de la precariedad en toda suerte de insumos, llegaron trayendo todo lo que supusieron podrían necesitar. Otros delegaciones, bautizadas por los ñeros como «los platúos» nos enrostraron sus automóviles de lujo, sus extravagantes joyas y sus miradas por encima del hombro. Todo esto mientras en la isla la gente registraba la basura en los alrededores de los hospedajes en procura de algo que comer.
Toda esta payasada de la cumbre tenía un abanico de objetivos que el gobierno quería alcanzar. En primer lugar, mostrar una Venezuela ficticia,con mercados abastecidos y seguridad ciudadana tipo Disneylandia. Miraflores quiso distraer la opinión pública nacional e internacional de la verdadera situación catastrófica que en términos económicos y sociales vive Venezuela. Para ello hizo chacota y burla de los ciudadanos. Además, en un estado de excepción no declarado, tuvo el tupe de importar aplaudidores de oficio que fueron alojados en carpas sin servicios en terrenos adyacentes a la sede principal de reunión. Intentaron, sin éxito, disimularlas clocando,as detrás de una pared ruinosa. Pero en esta isla todo se sabe. No hay secretos posibles. Claro, bien sabía el gobierno que aquí entre los locales y navegaos le sería imposible reclutar hinchas de su comedia, ni siquiera ofreciendo cuantioso emolumento. Este estado, Nueva Esparta, detesta al gobierno. Y no va a rendir pleitesía. No hay argumento que valga. Y este secuestro y agravio a los isleños sólo logró agravar el disgusto y sembrar mayor descontento. El episodio de Villa Rosa estaba demasiado fresco en la memoria como para esperar que los ñeros obsequiaran sonrisas y carantoñas.
Mención especial merece el asunto de las limitaciones y cerco a la libertad de expresión y prensa que ocurrió. Lo hicieron de la manera más deshonrosa posible. Los servicios para cobertura se vendieron en dólares, en unos paquetes inalcanzables para los ya muy mermados presupuestos de los medios venezolanos, a los cuales, además, se les impuso unos procedimientos de acreditación indignos, con curso de inducción incluido. Y qué decir de la «coincidencia» de trasladar a Braulio Jatar, nuevo preso político, a una penitenciaría en Guárico, y la abierta persecución del Sebin a Richard Fermín, alcalde del municipio Arismendi y a varios concejales, una aberración de indisimulables características tiránicas.
Pero lo más patético de toda esta historieta de la cumbre es haberla usado para alcanzar un fin que podría haberse logrado sin este show de medio pelo con semejante templete y despilfarro incongruente con tamaño estado de pelazón general en la isla. Lo que buscaba y necesitaba el gobierno era negociar la cobranza, con descuento considerable, de deudas. No lo sabemos con certeza, pero seguramente consiguió unos mil millones de dólares o algo más. Invirtió unos 200 y tantos millones de dólares. Es decir, la cuenta termina en azul. Cualquiera con mentalidad de mero contador diría que entonces valió la pena. La cuenta que no sacan, y que hay que sacar, es el inmenso costo político de esta idiotez. El país entero vio una pachanga, con estatua del finado incluida, que durará lo que una flatulencia en chinchorro, cuando espontáneamente sea derribada por indignados, lo cual no podrán evitar ni con amenazas de prisión. La ridiculez encontrará un parao en la acción de gente del común para quien la mofa gubernamental resulta intolerable. Aquí se dice, y con harta razón, que el difunto y el actual desde siempre detestaron a Margarita.
Total, pusieron la cómica, ante los ojos de los margariteños. Y quienes aquí vivimos sentimos que hasta la Vallita lloró de rabia. Y el casabe sigue igual: a lo que le pongan sabe. Y al pueblo el gobierno y sus torpezas y advertencias les saben a casabe. Las cacerolas sonaron todos los días. La sordera gubernamental ya es patológica.

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