¿Cómo puedes curar el corazón herido de un partido político? – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

El país despertó eufórico en enero de 2016. Diciembre había producido el gran acontecimiento que partiría la historia y anunciaba el fin de la pesadilla. Con una inteligente, aplomada y exitosa carrera electoral desde 2006, finalmente la Unidad propinó un knock-out fulminante al gobierno, preanunciado en la victoria por decisión de 2010.
La emoción navideña en restaurantes, mercados, calles y centros comerciales llenos de gente, recordaba El violinista en el tejado de Marc Chagall, en el que la alegría colectiva hacía volar un burro sobre el campanario de una aldea rusa. 62% de votos y mayoría calificada en la Asamblea Nacional (AN) soplaban a algunos que el Gobierno estaba caído. Para otros más cuidadosos, el forcejeo seguía pero en nuevas y mejores condiciones.
Foto Cortesía: El Universal
Comenzaba otra etapa difícil, especialmente por los peligros del ímpetu opositor y era necesario bregar tenazmente la victoria eludiendo las alucinaciones.
La MUD exultante prometió el kaputt de Nicolás Maduro antes de fin de año, aporreado públicamente por dos decenas de dirigentes del PSUV. Era simplemente un problema de método (y de meses). La AN lo defenestraría al gusto del consumidor, por referéndum revocatorio, abandono del cargo, Constituyente, 350 u otra fantasía, y se optó por la primera.
Raro que los que más insistían en llamarlo dictador, estaban convencidos de que se iba a comportar como jefe del gobierno suizo y saldría disparado ante la invocación constitucional.
Y se desató la justa presidencial imaginaria digna de Moliere. Al «líder» que vacilaba sobre el imperativo de restearse con el RR, los asesores le decían «es tu momento: si te inhibes desapareces. Si te atreves, tumbas al gobierno y seremos jefes del país» ¿Cómo fue posible tanta ceguera? (Saramago pensaba que la verdadera ceguera es del logos).
Cualquier dirección política standard, terminada la embriaguez, habría evaluado serenamente con qué contaba y con qué contaba el adversario.
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«El hambre no espera»
Así intentaría prever sus movimientos de defensa, iniciar una ofensiva de lucha y seducción y dar el paso marcado: elección de gobernadores y alcaldes. Pero sobre todo hubiera ofrecido al gobierno lo que Steve Jobs llamaba paracaídas de oro. La estrategia exitosa había sido gradual por sus atributos, democrática, pacífica, electoral, para romper con la de choque realizada hasta 2005, paro petrolero, sucesos de abril, Plaza Altamira y retiro de candidaturas a la AN, cuando la candidez radical nos desnucó de tanto embestir contra los burladeros del Estado autoritario.
El cambio de carril de 2006 eludía la polarización (la confrontación directa) y trasladaba el debate, con extraordinarios resultados. Pasar de la alta política, democracia, libertad, dictadura, Derechos Humanos, comunismo, que solo llegaba a sectores ilustrados, a los asuntos de las mayorías populares. En 2016 todo eso se desecha y en la web duermen las aladas palabras de una decena de grandes dirigentes que despreciaban las regionales por irrelevantes.
«Qué regionales ni que gajo de mamones: hay que pensar en grande». Las guacharacas tuiteras, siguiendo la línea, agitaban contra las prevenciones de calma, una de las consignas más necias de la historia: «el hambre no espera».
Pero en las altas esferas opositoras no captaban que la peor pesadilla para los jefes del gobierno era el referendo revocatorio (RR). Lo que no podían aceptar. Significaba su salida abrupta, a patadas, sin negociación ni acuerdos, y era preferible para ellos incluso un golpe de Estado.
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Por tanto hicieron lo previsible. Maduro usó el TSJ, el CNE y las FF.AA. a fondo. El efecto en la ciudadanía fue rudo, seco, amargo, mineral, la decepción masiva después de la exaltación. En vez de captar el mensaje de por las malas no funciona, implícito en la paliza, van por una nueva quimera, esta vez, además, extraconstitucional: elecciones generales adelantadas en 2017.
Ni siquiera se tomaron la molestia de explicar la derrota a la gente que firmó y reafirmó el RR, y a la que habían prometido el cambio.
El tuitero jurista 
Pero junto a la arrogancia, desfilaron la ingenuidad, la irresponsabilidad y la carencia de sentido común. El error se agravó ahora con una insurrección callejera desarmada cuyo Moloch se alimentó con el luto de 130 familias.
Cómo olvidar la frialdad de rana verde del general Nguyen Giap aquel que, increpado sobre la muerte de inocentes por los colectivos y la GNB, afirmó con erudición polemológica que «en toda confrontación hay bajas» como si fuera la batalla de Dien Bien Phu, y no muchachos desarmados con escudos de cartón.
Nuevamente a morder el polvo, no hay «elecciones generales», sino constituyente y en el derrape, un desfile de sketchs de ópera bufa: el tragasables, la mujer barbuda, los enanos acróbatas, el escupe fuego, los payasos peleones. Sus equivalentes, el 350, el referéndum popular, los trancones, las marchas, hasta la cima de la inverecundia: la hora cero.
El tuitero-jurista argumentaba brillantemente esos badulaques (todavía diserta profusamente), banalidades que ponían en riesgo a los ciudadanos y al objetivo, y cuyo resultado es frustración colectiva, fracaso, abstención, derrota electoral y un mundo de sombras.
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Luego Maduro clavó el estoque en el morrillo de la desmoralización general opositora, ganó 18 gobernaciones y acto seguido el propio toro se autodescabelló llamando a abstenerse en las elecciones de alcaldes, las más importantes para las bases de los partidos.
Menosprecio absoluto por la provincia
El toro masoquista se cortó el mismo las orejas, el rabo y las patas, cuando finalmente decidió no participar en las presidenciales, llamar a abstenerse y emprender contra Henri Falcón, un incuestionable aliado desde 2010, una de las más siniestras campañas de destrucción moral nacional e internacional que hayamos visto, tal parecía que hablaban de Bin Laden.
Acciones torvas, malos resultados y un bumerang porque es el único que hoy tiene tarjeta en el CNE. Algo exuberante es que casi todos los escribidores que manifestaron su asco por el «turbio» pasado chavista del Falcón, habían sido ellos mismos chavistas.
La danza macabra
Habían dejado su firma en aquel reptante documento que el servilismo preparó para festejar los crímenes de Fidel Castro cuando vino a Venezuela en 1989.
Con la abstención, los opositores se tragaron crudos diez años de aciertos y hoy están bárbaramente intoxicados.
Asombrados vimos y oímos lo increíble, promisores dirigentes llamar a no votar y luego la danse macabre, la mayoría de la oposición y connotadísimos estrategas, celebrar el triunfo, porque 50% del electorado decidió el 20 de mayo de 2018 no presentar batalla y entregarle el país a Maduro en un acto proverbial de autosodomía.
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Recordaba un espectáculo surrealista, incomprensible en 1991: la gente se volcó a las calles de Irak a aclamar «la victoria» de Saddam Hussein, mientras el mundo había seguido por TV la paliza al intento de anexarse Kuwait que le dieron los norteamericanos con la operación espada del desierto.
Por aquellos días flotaba la inquietante idea de que en la guerra aérea los norteamericanos disfrutaron de ventajas tecnológicas pero la toma de Bagdad por los marines prometía ser el cuerpo a cuerpo más cruento de la historia. Las tropas de Saladino contra las de Ricardo Corazón de León en la batalla de Arzuf, ríos de sangre, beduinos enterrados en las arenas que saldrían de ellas como espeluznantes espectros a despedazar invasores.
Pero para asombro universal los soldados iraquíes aterrados se lanzaban a besar las botas de los gringos.
Abstenerse en elecciones en las que el gobierno tenía 80% en contra es imposible de entender para cualquier mente normal, sobre todo cuando las alternativas a votar y ganar eran (¿son?) la derrota aplastante o ilusiones cándidas que colocan la solución en manos del gobierno u otros. Una es la invasión extranjera desmentida hasta el cansancio por los supuestos «invasores».
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Otra el golpe de Estado democrático ingenuidad peligrosa en mayores de 15 años.
Totalitarismo con dolcezza
Por último la perla negra, el trébol de cuatro hojas, el vellocino de oro, la invención de la rueda: ¡señores y señoras! ¡la renuncia! Que alguien le ponga la mano en el hombro a Maduro y le diga: «!oye pana. Pon de tu parte!».
El tiene un saldo de seis años más, y en lo que pueda pasar en el futuro, la oposición por el momento tiene poco que decir y menos que dirigir. Si hay solución exógena o endógena, habrá que correr o encaramarse.
Maduro el débil cuenta con el ejecutivo nacional, los consejos regionales, alcaldes, gobernadores, la ANC y podrá hacer concesiones para exhibir tolerancia y bonhomía. Si la oposición no vota en diciembre, será el primer Estado totalitario sin paredones ni guerra civil, pero con el nuevo método: la abstención. Ojalá que por poco tiempo.
Maduro se afianza en el poder pese a la hiperinflación que podría ser la mayor conocida, no se inmuta y continúa sus desaforadas políticas serranianas, seguro de tener por delante al menos seis años más. Es la peor situación vivida en 20 años. Los partidos democráticos están en el foso, incluso la MUD que llegó a morder 60% de prestigio, y hoy calzan por debajo de las FF.AA. y la «constituyente», que es mucho decir, en los últimos puestos.
Es el peor momento en los veinte años de esta triste historia. La oposición descuartizada en cuatro tasajos y ninguno de ellos parece saber qué ofrecer, luego de la cadena de fracasos inexplicables.
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Algún atorrante desvencijado amenaza con sacar muchachos a la calle, pero el gobierno roncó («si van para la calle vamos a radicalizar la revolución !Y Uds. saben lo que eso significa!») Jefes en el exilio, otros preparan su ida, y otros mantienen un silencio mineral.
Las declaraciones que aparecen son memoriales de sufrimiento, quejicas, llantenes mal pensados y peor escritos, relatos de los dolores que vivimos como si no se supieran, y baladas sobre lo malucos que son Cabello o Rodríguez. No parecen obra de políticos sino conversaciones de peluquería.
La vida es bella
Muchos se refugian en el solipsismo, en una patología de lo imaginario que recuerda demasiado aquella celebrada y empalagosa La vida es bella, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni: no hubo elecciones, Maduro no es Presidente, la constituyente es ilegítima, Delcy no es vicepresidente, la fiscal es Luisa Ortega, hay un TSJ en Miami, actuará la international community, las sanciones nos salvarán y hasta alguno brega que lo nombren presidente en el exilio para mejorar su nivel de vida.
Un altísimo porcentaje de ciudadanos considera, tal como le dijeron los partidos y el frente abstencionista, que no se debe votar hasta tener condiciones democráticas. Cuchillo envenenado para la garganta de los que lo inventaron a sabiendas de que con las mismas condiciones se ganó por nueve años hasta 2015.
Se derrotó al chavismo en diversas confrontaciones, junto con las leyendas urbanas de las clases medias, con frecuencia proclives a descocarse políticamente: los hackers rusos y chinos, el cable submarino a Cuba, el barco ruso, los técnicos nicaragüenses, la alteración de resultados en tiempo real desde computadoras en Miraflores. Los poderes infinitos de Tibisay, las hordas de votantes cubanos y colombianos, que estaban solo en la cabeza de gente ingenua ilustrada. No eran más que consejas y la gente y terminaba por votar al ver que los partidos mantenían su política electoral firmemente y con éxito.
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Pero hoy el cuadro es extremo porque la demencia antipolítica tomó el siquiátrico y los que esparcieron las quimeras y supersticiones fueron nada menos que los dirigentes. Ahora los delirios no son marginales, sino que se apoderaron de la mayoría de la oposición y fueron su discurso oficial ¿Cómo recoger el agua derramada? Habrá que lograr que la ciudadanía vote en el futuro, lo que de no ocurrir pudiera perpetuar los últimos resultados, o unos parecidos en futuros procesos.
El desplome de Kill Bill
Razonable pensar en enero 2016 que el poder estaba cerca, porque lo estaba, pero faltó «lo que hay que tener» para alcanzarlo, que no son las ciclópeas entrepiernas de Manolete o El Cordobés, sino lo que llamaba Isaiah Berlin «el sentido de la realidad». El ánimo romántico hace que un desatino reciba la bendición popular si demuestra testículos o su femenino, lo que es una garantía de fracaso. Naturalmente no tener coraje impide hacer cualquier cosa, pero sustituir el cerebro por otros órganos fracasa igual. Hay que volver a la política real y apartar, como en 2006, el capricho, el voluntarismo, las utopías y el exceso de hormonas. Recoger escombros y reconstruir fuerzas, no subestimar al adversario, erradicar la arrogancia infundada, olvidar que «el hambre no espera» y tomar el camino electoral, el posible referéndum constitucional, las municipales de diciembre y en año y medio las parlamentarias. El gobierno insiste en una política económica que siembra violencia y hay que enfrentarla. No se cuan rancia esté la idea de unidad, pero habría que explorarla aunque sea con otro nombre y nuevas bases. Pero la unidad o como se llame no podría guardar silencio ante las necedades de «calle, calle y más calle», los infantiles juegos putchistas, la abstención o cualquier animal del mismo pelaje. En la película de Tarantino, Beatrix Kiddo asesta a Kill Bill el golpe llamado «cinco puntos de Pai Mei», que despedaza el corazón pero con efecto retardado. Cuando Bill se da cuenta, traba una conversación dolida con su exmujer, le dice que la quiere aunque él es un asesino. Más tarde se desploma. Igual pasa con la abstención. Gente desprevenida la celebró como un triunfo y, en otros casos, no se han dado cuenta de los estragos incalculables y desastrosos, pero los descubrirán dolorosamente. Para tener una idea, basta medir el clima chagalliano de 2016, la voluntad de comerse el mundo, con la lánguida depresión de hoy, ante el vacío de mañana. Para que haya horizonte los partidos deben salir del clóset y asumir las elecciones abiertamente. No hay libertad sin democracia, ni democracia sin partidos, pero para sobrevivir hay que tener instinto de conservación. La fe mueve montañas, pero…
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