El circo de las pulgas – Fernando Rodríguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

Fernando Rodríguez

No hay duda de que desde mucho tiempo para acá vivimos en el mundo de lo insólito. Limitémonos a decir que son tales los recovecos en que se esconde la racionalidad, esa donde A es igual a A, que cuesta demasiado unificar los hilos del quehacer político nacional.

Pero visto el enredo a distancia, sin ínfulas de querer desenredarlo, uno puede ver dos cosas al menos: que el crecimiento del rollo parece cada vez más indetenible, más enrollado y desconcertante y, por ende, más trágico, insoluble mal que nos está matando. Pero también cómico, porque los enredos iniciales permitían cierta mínima coherencia que se fue acabando a medida que se le sumaban nuevas vueltas y nudos que la hacían desaparecer por acumulación, teatro del absurdo.

Chaplin practicaba ese esquema con maravillosa destreza: de un pequeño incidente, el barman que moja ligeramente y sin querer a una dama, a un tumulto donde los muchos clientes del lugar se golpean unos a otros sin límite ni razón discernible. No es igual el asombro que uno sentía oyendo hace ya muchos años los disparates de los discursos de Chávez, digamos, a un país con dos presidentes, con inmensas riquezas naturales y millones de migrantes menesterosos, y ahora con una oposición (hay varias) que hace oficios domésticos para el gobierno. Tanto desvarío amontonado causa el mismo efecto que los gags por acumulación del genial Charlot y, no crea, a ratos es saludable reír para no desesperarse.

El resentimiento es sentimiento generalizado, doloroso y a la vez cruel. No es posible que usted tenga su partido, y no diga cuando tiene pasado y hasta santuario, y no le paran. Usted o ustedes (unos pocos) son cadáveres políticos, coroneles que no tienen quien le escriba, fantasmas del viejo pasado, ceros a la izquierda, recién llegados sin rostros para unos tipos (iba a decir chamos, pero me acordé de Ramos Allup) que manejan asambleas, hasta la presidencia interina del país, la solidaridad internacional y además los encarcelan y le hacen todo tipo de vilezas. Todo ello porque son mayoría indudable y ustedes no juntan seis diputados en conjunto y la militancia de cada quien cabe en un Volkswagen, como se decía antaño. Entonces más vale ser, al menos, colas de ratón, así se existe, y a ver cómo nos paga el patrón y, qué diablos, ya los tenían a uno muy mal vistos como gobierneros camuflados que mejor salir del clóset.

Pero este grupo de partidillos y líderes olvidados no tiene mayor importancia, son un circo de pulgas que aspira a tener algún poder y a engordar. Eso sí, tienen que hacer su trabajo como se debe. Es recomendable, para empezar, que no olviden que son oposición y que deben de vez en cuando lanzarle piedras al gobierno. Es parte de su papel, y ya sabemos que no es fácil y propensa a olvidarse de golpear la mano que le alimenta. Pero no se les ha contratado para amar al gobierno, sino para detestarlo pero democráticamente, como compatriotas que somos, como dialogantes. Ojo, ni muy serviles ni muy feroces.

Pero más importante que ocuparse de las pulgas son los propósitos del dueño del circo con esta triste jugada, de armar una mesita casera con invitados que ni siquiera la oposición los quería como acompañantes, al menos como iguales. Un tarantín político en definitiva de muy poca monta. Ya la respuesta internacional la dio la Mogherini, para ser dialogantes hay que tener representatividad política. Y nacionalmente no creo que nadie crea que su hambre y su salud y sus derechos van a ser mejorados por esta comandita –en adelante el diminutivo va a tener que usarse muy a menudo– de despechados políticos.

En mi muy disminuida opinión (ver supra) me da la impresión de que este gobierno se dio cuenta de que no era cosa de su tamaño y sus mañas la propuesta de Noruega, con fama de ser tan fríos y serios en estos asuntos como su clima; además, apoyada y seguida por la democracia mundial, como para seguir debatiendo bajo semejante supervisión. No había ni siquiera la compañía siempre alentadora de Zapatero, que por cierto debían traerlo y ahora sí, jefe de la mesita criolla, reivindicar su fama de mal alcahueta, lo merece. Tampoco funcionaban las viles tretas y las falsas risas de Jorge. Así que mejor bajar a las ligas menores, aunque a mí me parecen demasiado chiquitas.

Lea también: «Michelle Bachelet y la izquierda democrática«, de Fernando Rodríguez

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