Esa cobardía impertérrita – Soledad Morillo Belloso

Por Soledad Morillo Belloso

Les tomó apenas horas al ex presidente de Cataluña y varios de sus «compañeros» para salir en volandas rumbo a Bruselas, en una ruta prometo terrestre -de Barcelona a Girona y de allí a Marsella para tomar un vuelo a Bruselas.. Linda ciudad en la que, además de disfrutar de unos magníficos moules, encontraron un abogado con cierta experiencia en defensa de impresentables como algunos terroristas etarras. Vaya pues.

Hay muchas víctimas en esta historia. Cataluña tiene unos doscientos mil empleados públicos dependientes del gobierno autonómico. A esos abandonó Puigdemont. A su suerte. Luego de haberlos puesto en alto riesgo de quedar cesantes, en la calle, viendo como enfrentan el temporal. Si algo caracteriza a individuos como Puigdemont es el ser «mano muerta», padecer de lo que llamó cobardía impertérrita. A saber, tirar piedras, huir cuando la cosa se pone peluda y dejar el reguero. Espero que esos doscientos y tantos mil empleados entiendan el tamaño engaño en el que han caído y no caigan en la tentación de actos subversivos. Y espero también que el gobierno español entienda que no debe emprenderla contra ellos sino, antes bien, mostrar el máximo nivel de comprensión.
Puigdemont hace una rueda de prensa desde el Press Club de Bruselas. Ya la Fiscalía General de España ha iniciado una querella contra él y sus cortesanos. La presenta con extremos, incluyendo delitos máximos. Rebelión, sedición, malversación, prevaricación y varios otros delitos severos. Carles se presenta ante la nube de periodistas y reporteros gráficos como una ovejita casi dulce y tierna. Declara fluidamente en francés, catalán y castellano. Usa los idiomas alternativamente. Con ello dificulta la redacción de los titulares en un mundo donde las noticias se publican con la inmediatez que permite la tecnología. Pone cara de gran estadista. Y de víctima de una trapisonda  de un conciliábulo de poderosos que manejan el estado. Es una película muchas veces vista, la de los políticos que usan a la gente para propósitos secretos e inconfesables que tienen que ver con poder y ambición. Todos por cierto se visten de «progre». Tienen discursito que manosea las debilidades y sufrimientos del pueblo.
Más allá que comentar lo que Puigdemont dijo, me concentro en lo que no dijo. No dijo que había cometido errores gravísimos, no se hizo responsable del quiebre de la convivencia social en Cataluña ni de haber generado la fuga de ya miles de empresas. No aceptó su culpa en el uso de fondos públicos en la promoción de su disparate, lo cual es malversación. Ni aceptó que se negó a cumplir con los deberes que le imponía el Estatuto autonómico y la Constitución de España, lo cual es prevaricación. Es decir, se plantó frente a la prensa y la opinión pública como una dulce palomita, incapaz de una acción que no sea noble. Lo escuchaba y sentía que se me generaba un estado de náusea.
El brollo catalán será empero  (y ojalá) un episodio de aprendizaje para los separatistas/secesionistas/independentistas que existen en otros países europeos.  El costo de este disparate lo pagarán en primera instancia los catalanes y los españoles pero su coletazo recibirá también el conjunto de Europa. Ni con años de cárcel o inhabilitación y menos con los pocos dineros que le puedan incautar conseguirán Puigdemont y sus socios podrán resarcir el coste de sus aventura. Por lo anterior y por mucho más  esta historia aún no ha terminado.
@solmorillob

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