Bajo fuego amigo – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

La imagen cinematográfica la hemos visto repetida­men­te en grandes producciones y en esforzados inten­tos de presupuesto apretado: el soldado encargado de comunicaciones se aferra desesperadamente al auri­cu­lar de su teléfono de campaña mientras grita entre ja­deos: ¡Oye idiota, nos están disparando a nosotros! ¡Me copias, imbécil! Roger, responde una voz envuel­ta en un crepitar de estática. Pero es ficción y quienes vue­lan por los aires son actores de reparto y las extre­midades que se desgarran son sintéticas. Siempre es producto de un error de cálculo, un despiste en el ma­pa, o una brújula desorientada. Nunca es adrede, al me­nos en los estudios de Hollywood.

No así en los campos de batalla de la oposición vene­zo­lana, donde el plomo es parejo de lado y lado y cuan­to más difícil está la situación, más tupida es la metralla que escupen los combatientes de la oposición de la oposición. Y mire usted, el objetivo no lo escogen por equi­vo­ca­ción, mientras se pintan la uñas de los pies y teclean tuits alternativamente ellas, o saborean una cerveza dis­plicentes ellos. No señor, las teclas telescópicas apuntan fríamente a la cabeza del supuesto traidor o del cobarde indiciado por los Gorriones de nuestro Juego de Tronos vernáculo.

En su momento escarmentaron a Henrique Capriles por no haber conducido a “la gente” hacia la confla­gra­ción final. Hace unas semanas crucificaron al presi­den­te de la Asamblea Nacional (AN), Julio Borges, uno de los diputados que más agresiones físicas ha recibido, por no enfrentarse físicamente con un desquiciado ves­ti­do de verde oliva. Y en los días que corren, la han em­pren­dido en contra de los diputados opositores de la AN por no haber declarado la existencia de un mundo vir­tual, un estado paralelo, una pompa de jabón que haría tambalear al régimen.

Por supuesto que hace falta la crítica, en criticar somos ex­celsos los venezolanos, pero cuando la crítica se con­vierte en mera maledicencia: tarifados, traidores, vendidos, acomodados y un largo trinar de ponzoña, estamos hablando de otra cosa: del bajo oficio de inten­tar destruir moralmente a quienes no piensan igual. El estalinismo hizo uso de ese método para des­truir a la oposición fuera revolucionaria o no. En Cuba su­peraron a los maestros.

La insensata campaña desatada en contra de los diputados opositores en momentos tan difíciles para el país y para la oposición democrática, debe ser denun­cia­da por los principales líderes de la Mesa de la Uni­dad Democrática (MUD). Quedarse callados para agra­dar al narcisismo bullicioso de la primera fila sería un la­mentable desacato a la solidaridad debida.

Ese grupo de diputados, mayoritariamente jóvenes, que han acompañado las manifestaciones pacíficas de los demócratas venezolanos y con quienes se puede sim­patizar o no simpatizar políticamente, constituyen el reservorio de líderes que garantizan la continuidad de la lucha por la recuperación democrática que será larga y ya ha sido muy costosa.

Hay que defenderlos del fuego enemigo que pretende anularlos y del fuego amigo que quiere mancillarlos. No los dejemos solos.

 

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