Gente que no se rinde – Luis Carlos Díaz

Por: Luis Carlos Díaz

Estas semanas, en los distintos lugares donde trabajo, he vistodWHpcwxH_400x400 paredes tumbadas, proyectos de actualización digital, jornadas de formación, evaluaciones de presupuesto y contratación de personal.

No es coincidencia: llevo rato juntándome con gente que invierte. Es gente rara que siente la crisis cada día pero no se entrega ni se derrota.
Hay expansiones. Hay inversiones porque la plata parada se desintegra y ese es un buen estímulo para no quedarse esperando. Hay nuevas estrategias para mantener las cosas abiertas, funcionando y ofreciendo lo posible. Lo mejor posible.

Pero esa no es otra casualidad: trato de juntarme con gente que tiene estándares de calidad y no cede, gente que me reta, se reta, y no anda con concesiones porque el contexto esté mal, gente que respeta lo que hace y lo honra. La dignidad también es resistencia contra la desesperanza.

Lo comparto poco porque le temo al “síndrome de la bola negra”, como lo describían hace años en un programa de radio que me encantaba. Basta que digas que algo está bien, para que la bola negra le caiga encima y lo destruya.

El lunes nos mudamos de estudio temporalmente porque el nuestro cambiará. Si pones atención, escucharás los mandarriazos. Las radios han crecido y el nuevo canal de televisión IVC lleva meses al aire. Lo puedes ver en Inter y DirecTV.

La semana pasada vi un plan de transformación de una página web para incorporar comercio electrónico y delivery. En esta ciudad y en este contexto. Sin ser un Clap. Porque hay que hacer que las cosas pasen.
Otros están planeando su segundo semestre con una nueva estrategia de comunicación que le pueda decir a los consumidores “aquí estamos”, porque seguirán produciendo y distribuyendo.

Los tercos y las tercas nos salvan del cierre total. Brotan cada día porque tienen ganas de estar vivos. Hay cachitos en la panadería porque dejan más ganancia que el pan, pero también porque hay un portugués tozudo, un maestro panadero que respeta sus rutinas, un distribuidor de harina que no obedece a la estructura mafiosa del poder y un fabricante de embutidos que sigue luchando por fingir normalidad.

Si vamos al mercado y quedan calabacines o plátanos es porque una cadena de gente no se entregó. Ha bajado la calidad, la variedad, la continuidad, han subido los precios, muchísimo, para llorar, pero algunas cosas siguen funcionando y eso se debe a gente que hace lo que le corresponde.

También hay quienes esperan que todo esto sea arrasado, que al final sea inútil, quizás sólo por el placer de tener razón, y está bien. Es su lío. Probablemente no consigan otras formas de placer. Pero en este país que se desmigaja aún se ama, aún se sufre, aún se espera, y también se trabaja fuerte. Por eso estaremos allí para ayudarnos.

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