El heroísmo de los bolígrafos – Alberto Barrera Tyszka

Publicado en prodavinci

Por: Alberto Barrera Tyszka

Podría ser una historia de desplazados, de gente que fue forzada aVk8PW2VL_400x400 (2) escapar de su tierra, a cruzar una frontera, sorteando la geografía y evitando las fuerzas militares. No es así. Fueron 180 personas que querían ejercer un derecho que consagra la Constitución: validar sus firmas para activar el referendo revocatorio. Pero para hacerlo tuvieron que atravesar una montaña y cruzar un río. Caminaron 5 horas. Ocurrió en el Estado Aragua pero la misma experiencia, con diferentes variantes, se repitió en muchísimos otros lugares de todo el país. Esta semana, el gobierno y las instituciones que controla se convirtieron nuevamente en enemigos de los ciudadanos. El Estado revolucionario existe para impedir la democracia.

La imagen de todos estos hombres y mujeres, vestidos como quieren o pueden, de manera irregular y multicolor, todos distintos, con pensamientos y caprichos diferentes, unidos por la pasión y la paciencia de hacer valer sus firmas, sus marcas íntimas en medio de esa mayúscula grandilocuente que llaman pueblo;  la imagen de todos ellos luchando por defender sus nombres, tan suyos y tan patria como cualquier nombre, es un símbolo que desarma al poder, que deja desnuda la retórica rimbombante de estos 17 años ¿Al servicio de quién está la autoridad?  ¿Qué es, en verdad, la unión cívico- militar? ¿Dónde está? La famosa Fuerza Armada Bolivariana y Chavista parece destinada a cumplir tan solo con el manual de Engels: son un cuerpo violento, dedicado a proteger a la clase dominante. No le de más vuelta, General Padrino López. Usted está ahí para defender los privilegios de los poderosos.

Hugo Chávez siempre habló como si su historia fuera una epopeya. Sin embargo, su historia no lo correspondía. Así pasa. Sus palabras decretaban una épica que no tenía relación con su vida. La escena que dibuja de manera más patética este dinámica sucedió el 2 de marzo del año 2008. Chávez, aguerrido y frontal, ordenó lo siguiente: “Señor Ministro de Defensa: ¡envié 10 batallones a la frontera con Colombia de inmediato! ¡Batallones de tanques¡!La aviación militar que se despegue!”  No estaba en el frente, entre bombas y cañonazos. No se encontraba tampoco en un fuerte militar. Para nada. Chávez estaba en su programa de televisión. Dijo lo que dijo y el público aplaudió. El General Rangel Briceño, Ministro de la Defensa en ese entonces, respondió que sí,  por supuesto, pero volvió a sentarse otra vez en su silla. No pasó nada grave. No hubo mayores consecuencias. Como si la guerra fuera una parte del show. Como si todos supiéramos que, en realidad, Chávez estaba fanfarroneando un poco, que tampoco la vaina era así, que no debíamos tomarnos eso tan en serio, que mañana se le pasaría y todo seguiría igual.

La épica del chavismo estaba en los dólares. Cuando había dinero, el heroísmo fluía de manera fascinante, maravillosa. El precio del barril de petróleo guarda un particular equilibrio con la moral bolivariana.  La boina roja se alimenta con billetes verdes.  Y ahora que se acabó el dinero, que la gente tiene hambre y protesta, la unión cívico-militar de repente se ha esfumado. Las hazañas de las FANB son otras: detienen impunemente a jóvenes, golpean a mujeres, cierran las vías para que 180 personas no pueden ir a validar sus firmas.

En un extraordinario artículo, publicado hace unos días en el periódico español El País, Colette Capriles señalaba cómo, en esta ocasión, el CNE ni siquiera ha podido practicar el “decoro republicano” que –hasta ahora- lo había ayudado a disfrazar algunas de sus anteriores acciones. Se va la plata y se va el pudor. Ya no hay recato. Ya no hay respeto por las formas. Ahora solo administran la violencia.

En medio de toda esta jerga pomposa, en el contexto de un discurso oficial militarista, esta semana es tal vez más importante de lo que aparenta. De pronto irrumpió de nuevo el otro heroísmo. Aquí está la épica de a pie. La épica que no se financia con el dinero público. La épica que no quiere obedecer sino expresarse de manera individual.  Es el heroísmo de los bolígrafos, no de las armas. El heroísmo que no lleva uniforme. El heroísmo que no grita en cadena nacional, lanzando amenazas al aire. El heroísmo que no cuenta con escoltas ni con bachaqueros rojos rojitos. El heroismo que no tiene guardaespaldas ni programas de televisión.  El heroísmo feroz que camina horas, que enfrenta agresiones, que no se deja silenciar. El heroísmo que solo tiene un nombre, su propio nombre, su nombre propio. Y el inmenso desespero de decirse, de reafirmarse, de pronunciarse limpia y libremente sobre el mapa.

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