Ingeniería del cuerpo – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

(Dedicado a mi sobrina Makina, estudiante de Medicina en lamk9HMijk_400x400 Vargas)

Cuando mi sobrina Makina, además ahijada, anunció que quería seguir la carrera de Medicina, yo me alegré enormemente, aunque ello augurara un largo y escarpado camino por recorrer. Ser médico no es -o no debería ser- apenas una profesión útil. Debe ser una vocación, con rizos de apostolado, que la sociedad debe aplaudir y cobijar.

El inventor de los famosos «stents» que ya le han salvado la vida a varios millones de personas afectadas de tapones cardiovasculares es un médico que lo es porque, queriendo estudiar ingeniería, no pudo hacerlo por razones de limitaciones económicas de su familia en ese momento cuando debía continuar estudios universitarios. Este señor estudió así Ciencias Médicas pero en realidad no abandonó su vocación, pues la convirtió en ingeniería del cuerpo.

De este hombre hay muchos relatos interesantes. Pero uno en particular cautivó mi atención. Siendo él un cirujano joven, recibió la llamada de un amigo quien le dijo que necesitaba pedirle un favor. Le contó que había un curita muy enfermo, pobre, que unas monjitas compasivas habían llevado al hospital. El curita no tenía ni medio con qué enfrentar los gastos. El amigo no tuvo que insistir mucho para que el joven cirujano aceptara ir a revisar al curita enfermo. Fue al hospital donde se hallaba y lo encontró en terrible estado, en pésimas condiciones de salud. Salió del cuarto y le dijo al amigo que el curita requería ser intervenido de emergencia. Cuestión de vida o muerte. El no cobraría pero el Hospital debería garantizarle que el sacerdote no sería sacado de hospitalización, la cual él no podía prevenir cuántos días serían, si sobrevivía a la cirugía mayor que le practicaría. El curita estaba en pésimas condiciones y su situación, aun con cirugía, era de pronóstico reservado.

En efecto, el cirujano operó al curita. Una larguísima y compleja intervención quirúrgica. Al día siguiente muy temprano el médico fue a ver a su paciente. Lo encontró totalmente distinto. Adolorido pero con otro cuadro de salud. Despierto, alerta y sonriente. El curita le dijo que él no tenía plata, pero que si él le daba algo de tiempo, con la ayuda de amigos lograría reunir algo de dinero. El médico le dijo que ni se preocupara, que no le debía ni un céntimo. Entonces el curita le dijo que al menos le permitiera hacerle un regalo. Y le dio un libro sobre la historia de San Ignacio de Loyola. A los tres días, el curita fue dado de alta. La clínica tampoco cobró y de hecho se ocupó de los tratamientos posteriores.

Muchos años después, el médico, ya convertido en inventor de los «stents», estaba con su esposa en Londres, asistiendo a un congreso médico. Y luego de dictar su conferencia, ya bajado del podio, se le acercó un hombre. Se identificó como «representante de El Vaticano». Y le dijo que Su Santidad Francisco deseaba reunirse con él en la Santa Sede. Claro está, el médico pensó que habiendo el Papa demostrado preocupación por el asunto de la salud, eso justificaba tan extraña invitación. Pero, había un problema. El médico tenia programado un compromiso médico de enorme relevancia y debía regresar a Buenos Aires en tres días. Era jueves y él debía estar en Bs.As. el lunes sin falta. El representante de El Vaticano le pidió que le diera unos minutos. Al rato regresó con una pregunta: ¿estaría bien para usted el domingo a la tarde? El médico le dijo que perfecto.

Hizo los cambios de itinerario y el sábado a la tarde estaba en Roma. El domingo a las 3 pm entraba en El Vaticano. Caminando. Se había negado a molestar con recibir vehículos oficiales.

Francisco lo esperaba no en la oficina. Caminaba por un jardín. El médico fue acompañado hasta él por un muy atento asistente. «Santo Padre, su visitante». Francisco se dio vuelta y le dijo: «¡Caramba, qué placer ver al hombre que me salvó la vida!»
El médico no entendió y el Papa le refrescó la memoria. El era el mismo curita a quien él había operado cuando era un cirujano joven.

Es una maravilla está historia. Es un ejemplo de la recompensa en hacer el bien, sin mirar a quién.

Makina mi sobrina tiene talento para la felicidad. Ama la vida y es muy generosa. Eso, y muchos años de dedicación, aprendizaje, estudios y vocación harán de ella un excelente médico.

Y yo, simplemente feliz…

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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