Juego de Tronos – Antonio A. Herrera-Vaillant

Por: Antonio A. Herrera-Vaillant

Antonio A. Herrera-Vaillant

El “proceso” que demolió a Venezuela política, económica y socialmente nació, transcurrió y fenece como mero exabrupto a contracorriente de grandes lineamientos mundiales: Toda su trayectoria ha sido una permanente huida hacia adelante.

El fantasioso proyecto de un primitivo, delirante y megalómano coronel y sus cómplices militares siempre estuvo destinado al fracaso. Aquello estuvo en todo momento definido por inmutables reglas de economía y duras realidades históricas de geopolítica global.

Quienes intentan buscarle analogías con el Tercer Reich o aún con otros ejemplos cercanos de totalitarismo más podrían revisar la grandilocuente fanfarronería de Benito Mussolini, cuya trayectoria dictatorial y patético final luce mucho más afín con lo que en Venezuela se ha experimentado.

Desde siempre se conoció la infecta calaña del mediocre entorno del inconsciente e irresponsable taumaturgo criollo. Esta caterva siempre estuvo destinada a ser parte del colapso por su intrínseca esencia anodina, criminal y mercenaria.

El analista Fausto Masó predijo al comienzo: “El peor problema que tiene Chávez es que está rodeado de la gente menos de fiar de toda Venezuela.” La historia le ha dado la razón.

Las únicas variables desconocidas del experimento venezolano siempre han sido su duración, el nivel de sus daños y los términos de su colapso. Gran parte del daño ya se hizo y las otras dos condiciones resultarán de una confluencia decisiva de factores internos y externos que terminará en el desmoronamiento de un frágil parapeto montado sobre puras ilusiones, billetes, los delirios de un puñado de utópicos y la sórdida ruindad de una cuerda de crápulas.

El único factor positivo y atenuante de toda esta destructiva experiencia ha sido la irreductible y tenaz resistencia del movimiento democrático durante más de 20 terribles años, y la esperanza de que esta espantosa experiencia sirva de escarmiento para numerosos sectores adictos a vivir del cuento y de la bonanza petrolera.

Ya desaparecieron las ilusiones y los billetes. Al régimen le quedan algunos locos y la mayoría de los crápulas. Es por ese motivo que nadie debe esperar un providencial último capítulo glorioso o gesta heroica para una cruel farsa que no ha tenido un solo instante de grandeza en toda su miserable y mezquina trayectoria.

Como en la recién fenecida serie televisiva – Juego de Tronos – lo único que podemos dar como cierto es que los episodios finales de la tragicomedia venezolana se parecerán mucho a toda su ejecutoria: sórdidos, sorpresivos, y confusos. Esa basura no da para más.

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