¡Llorando y vistiendo al muerto! – Carlos Raúl Hernández

Por: Carlos Raúl Hernández

Pase lo que pase lo importante es seguir. Recoger los inhabilitados y poner nuevos soldados al frente                           carlos raul

Comienza la precampaña electoral y siguen embrollos y confusiones, aunque esto no se refiere al gobierno, que lo único que hace es campaña. Repartirán millones este año, pero el gasto público irracional es como la heroína: entretiene en el momento y mata después. Y los resultados serán cada vez más nocivos para sus consumidores y para el país: mientras más bolívares arrojen para comprar los muy escasos bienes en existencia, mayor inflación. Hay que prevenirse de anzuelos que la inteligencia cubana arroja a las aguas para que muerdan los peces opositores más inhábiles. En este momento, su juego consiste, como en Irán de comienzos de los 2000, en usar los organismos del Estado para obstaculizar que se presente las planchas parlamentarias de la alternativa y forzarla a abandonar el camino.

Imposición atropellada de la paridad femenina, inhabilitaciones descabelladas, manipulación de pequeños partidos, acusaciones estrafalarias, y es de prever que vengan cosas peores. No habría que extrañarse por la detención de uno o varios jefes políticos. Pero pase lo que pase lo importante es seguir. Llorar y vestir al muerto. Recoger los inhabilitados y poner nuevos soldados al frente. Enfrentar el abstencionismo inducido, con el que pretenden impedir que se conforme la nueva mayoría. A diferencia de la metafísica, las mayorías electorales no son entes que preexisten, que yacen en un yacimiento, y solo son reales en el momento electoral, producto aleatorio de un laborioso proceso de construcción, y hasta ese momento pueden variar repentinamente. Por eso es necio afirmar «somos mayoría» hasta que no esté contabilizado el último voto.

49,5% no es cualquier cosa

Otro elemento poderoso de la intriga abstencionista es «el fraude» que apela a elementos reales, pero oculta parte sustancial de la realidad: que la candidatura disidente sobrepasó 49% de los electores en 2013. De haber sido un resultado prepago, como mienten, confortable habría sido ponerle 35 o 40% para evitar el escándalo, los efectos desestabilizadores, el debilitamiento del triunfo y de la imagen del gobierno. Quedaron en entredicho por ese resultado, pero gracias a la cadena de disturbios de 2014, superan el fantasma de la precariedad y las ironías sobre su origen electoral, y ante los suyos el gobierno comenzó a verse como el duro, triunfador sobre un levantamiento (irreal), un Chávez el 13 de abril. Fue un mega pote de humo que administraron brillantemente. Con ese CNE y pese a él se ganaron las parlamentarias de 2010, 8 gobernaciones y la Alcaldía Metropolitana en 2008, que muchas se perdieron cuando las clases medias volvieron a abstenerse con su mohín despectivo.

Se triunfó nada menos que en Miranda y Barinas-capital. El factor decisivo para garantizar los votos es una maquinaria eficiente de testigos de mesa, transporte, logística y respaldo, y hasta hoy esa ha sido una falla. Equivocado fue concentrar la campaña en un conjunto de municipios urbanos donde era muy posible ganar como ocurrió, para perder la elección por efecto de los pequeños. El poder esparce la maraña de que el CNE es la guillotina electrónica, como si el fraude electoral hubiera nacido con las máquinas de votación. Un «experto» pirata afirma rotundamente y con plena irresponsabilidad que «en ningún país democrático hay voto electrónico», aunque existe en EEUU, la India, Brasil, Filipinas, Bélgica, entre las democracias más grandes, y avanza en Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá y otros.

Rebelión de las máquinas

Casi 30% de los electores del planeta votan con máquinas. La gran historia del fraude se escribió con sistemas manuales. México, otrora «la dictadura más perfecta», fue por 70 años el arquetipo, sin máquinas de votación. La trapisonda en Florida contra Gore en 2000, fue en conteo manual. La automatización electoral en Venezuela es la mejor noticia para quienes enfrentan a los que pueden usar la administración pública como aparato electoral. Hasta la náusea se repite la tonta tontería de que dictaduras no salen con votos, que revela ignorancia, superficialidad y filibusterismo. El dramático rescate de las democracias latinoamericanas durante los 80s y 90s, y en el pétreo comunismo, se hizo en procesos electorales controlados por las dictaduras. En Bolivia después de casi 20 años de autocracia, Siles Zuazo gana las elecciones de 1980. En 1981 en Ecuador triunfó el líder democrático Jaime Roldós.

En Argentina se agrieta la hegemonía militar y en 1983 Raúl Alfonsín triunfa electoralmente. En 1984 el jefe opositor brasilero Tancredo Neves ganó consulta de segundo grado en el Congreso. En Polonia Solidaridad aplasta en 1988 al general Jaruzelski, y la oposición obtiene 100 de los 100 escaños del Senado y 160 de los 161 diputados. ¿El despotismo chileno se desploma con el triunfo del NO en el plebiscito de 1989 o eso es una fantasía electorera? En 1990 Rusia elige a Boris Yeltsin y un año después él disuelve la Unión Soviética. Ese año en Nicaragua, Violeta Chamorro, con el apoyo de Carlos Andrés Pérez paseó a Daniel Ortega, y en Hungría en los comicios barren las fuerzas renovadoras. En 2000 finaliza la dictadura perfecta de México setenta años, cuando el PAN le da el varapalo con Fox; y en Perú el Congreso destituye a Fujimori colapsado por el fraude que quiso hacerle a Toledo.

@CarlosRaulHer

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