¿Me explico? – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

 Varios países de la América han vivido crisis severas a lo largo de su historia. Han visto colapsar sus economías ysoledad morillo belloso 2 también, pasado cierto tiempo, han vivido el resurgimiento. De tales experiencias quizás no hayan aprendido lo suficiente y por ende han caído en mismas o nuevas zanjas. Brasil, México, Argentina, Estados Unidos, por sólo nombrar cuatro, son casos históricos de formación, auge, caída y renacimiento. Varias veces.

Contrario a lo que pueda pensarse, en tiempos provinciales Venezuela fue próspera. Claro, bajo los estándares de esa época. Hubo momentos en los que con una población de unas 800 mil almas, había unas cuatro millones de cabezas de ganado. Venezuela fue un significativo productor y exportador de café, cacao, añil, cueros, tabaco, sal, carne salada, derivados de caña de azúcar y otros rubros. Es cierto, no tuvimos el esplendor de otras provincias españolas en Indias, pero es incierto que fuéramos una «triste y pobre Capitanía General», como le he leído a algún escritor mal informado o como se plantea con sesgo insoportable y manipulador. Luego vino la guerra emancipadora. Quedamos libres pero hechos añicos, diezmados en población, con los campos arrasados y calcinados, las villas y villorrios asolados y el aparato económico y social pulverizado. A seguir, la ristra de guerras poco heroicas, como la Federal, el vía crucis de montoneras y caudillos (a cual más patético), las dictaduras -a cual más conservadora, aunque se tiñeran de colores de avanzada. La aparición del petróleo fue el inesperado premio gordo de la lotería y cambió el tapiz de obituarios que por años asfixió al país por una notable recuperación y el progreso.

Con excepción de esos tiempos de pólvora, epitafios y pleitos de poder, Venezuela y los venezolanos desconocemos un colapso sistémico. Hemos sufrido problemas, pero jamás un desplome. Hubo momentos en los que faltó algún rubro o lapsos con procesos inflacionarios que generaron alarma y angustia en el gobierno y la población. Pero no existe en nuestro conocimiento la experiencia de una crisis de la proporciones y características de este tiempo. Durante las guerras mundiales escasearon productos. Complicado pero no grave. Mi abuelo pertenece a la generación que vio afectada su vida por la Gran Depresión. Mis padres sintieron el latigazo de la Segunda Guerra Mundial. A mi generación le tocó lidiar con la primera devaluación en serio y el primer control de cambio. Fueron años complejos. No fue fácil. Así como nosotros estrenamos la primera bonanza en serio de nuestra vida republicana, también la primera confrontación con la inflación.

Lo que nadie puede pretender meternos de contrabando es la idea de que esta crisis es más leve que otras que hayamos atravesado. Ni hablar del peluquín. Porque este despelote conjuga varios detallitos: (casi) hiperinflacion, desabastecimiento y escasez en prácticamente todos los rubros, destrucción de empleo y del aparato productivo nacional, precariedad institucional del Estado, insatisfacción de necesidades básicas de la población. Es decir, hay una tremenda crisis económica, una portentosa crisis social, una espeluznante crisis del Estado, una crisis política de magnitudes catastróficas, una crisis de (in)seguridad que nos pone los pelos de punta, una crisis de arraigo que ya ha hecho que contabilicemos más de un millón de emigrantes, una crisis industrial que ya da cuenta del cierre de miles de empresas, una crisis de corrupción que hace que todo lo anterior parezca mero ensayo. Y por si fuera poco, parió la abuela. Al gobierno le dio un espasmo patriotero y arrancó un pleito horroroso con Guyana. Por mucho que nos quieran meter la cabra de una Venezuela disneyniana, estamos a las puertas del desplome.

Los economistas creen que la solución es económica; los sociólogos apuntan que el remedio es social; los políticos y politólogos dicen que el compón es la política; los comunicadores suponen que una campaña sensata nos sacará del hueco y salvaremos el pellejo; los místicos recomiendan rezar; los psiquiatras recetan antidepresivos y antipsicóticos. Todos tienen razón y están a la vez errados. Las crisis sistémicas no se resuelven sino sinérgicamente. Entretanto, los ciudadanos, sin ninguna experiencia en el manejo de problemones de esta envergadura, estamos absolutamente extraviados en este marasmo de errores confundidos y continuados. Y Marcos Rodolfo, más perdido que el hijo de Lindberg. En una crisis de la categoría que vivimos, nos puede la lógica del absurdo.

La gestión de «micomandanteeterno» fue epiléptica. La del presidente Maduro es catatónica. No se atreve a tomar las acciones necesarias. Ante el terror del costo político de las decisiones inevitables, opta por… la nada. Quieto como agua de tanque. Habla mucho, mucho más que el finado, que ya es mucho decir. Cantaría La Lupe, «teatro, puro teatro».

Por estos días les dio un ataque de caspa y entraron como ejército de ocupación en unos galpones de Polar en Caracas, dizque porque necesitan esos terrenos para la misión vivienda. Es decir, destruyen empleos para hacer casas donde habitará gente que no tendrá trabajo. Un autogol, pues. En el interim, el kilo de atún está en 1500. Nos desplomamos todos, menos los enchufados, pero los precios tienen velocidad ascendente supersónica. Y Maduro, a quien le toca por ley batear, juega billar. Quiere que la revolución pierda las parlamentarias. Sabe que es su única salvación.

La mamá de las crisis, ésta que nos envenena, podría medio superarse en unos 18 a 24 meses, de tomarse las acciones correctas. Pero eso hay que contarlo a partir de las elecciones. El gobierno no va a tomar ninguna decisión antes, aunque el cielo se le caiga encima. Cuando prefirió la escasez antes que la inflación, no entendió que tendría escasez con desabastecimiento e hiperinflacion. Ahora, para medio sobrevivir estos meses pre electorales, decidieron vender oro y deuda y liquidar activos a precio de gallina flaca. Dólares. Porque cuando casi todo lo que se consume se importa, la imprenta de bolívares del BCV no sirve para nada. Así las cosas, el paquetazo, el plan de ajuste, o como quieran llamarlo, es inevitable. Quimioterapia económica de la brava. Y el presidente necesita un parlamento con mayoría opositora, no sólo para que se lo aprueben sino para repartir el pesado fardo del costo político y llegar políticamente vivo a las próximas elecciones presidenciales. ¿Me explico?

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

Compartir

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes