Trapos, banderas y terrorismo – Ramón Hernández

Por: Ramón Hernández

Izar la bandera de Cuba en un módulo de atención Barrio Adentro no es delito, tampoco en los centros de diagnóstico integral. En los ministerios y en todas las oficinas públicas, tanto en los despachos de los jefes, sobre el escritorio de los burócratas y en los sitios donde atienden los requerimientos de los ciudadanos nunca falta la foto de Fidel Castro, de su hermano Raúl o de Ernesto Guevara, el monstruo de La Cabaña. Nadie se escandaliza. Hemos visto fotos de instalaciones militares en las cuales se rinden por igual honores a las dos banderas. No sé si escuchan los dos himnos nacionales al izarlas.

Luego de la declaración de la independencia en 1811, y con una constitución que privilegiaba el sistema federal y la democracia, pensada para el progreso y el bien común, aparecieron los primeros núcleos de insurgencia contra el nuevo orden que llevaron a la caída de la Primera República, la prisión del Generalísimo Francisco de Miranda y la salida de Bolívar con un salvoconducto todavía no bien explicado. Es historia patria. Entre 1813 y 1815 no había nada más acusador que ser español o canario, «contad con la muerte, aun siendo indiferentes», y, en el otro bando, ocultar el trapo tricolor en los refajos del alma. En la defensa de esa bandera y todo lo que significaba, libertad y soberanía, murió más de un tercio de la población: 250.000 personas, muchas de la manera más cruel e inhuma fuera del campo de batalla.

Han pasado poco más de 200 años y la bandera tricolor volvió a ser un riesgo, un símbolo que delata y motivo de cárcel, tortura y hasta muerte. Quien la lleve entre sus pertenencias, la exhiba en su vehículo o la despliegue frente a las fuerzas del orden y la represión puede ser acusado de «terrorista», la palabra que acuñaron Ernesto Villegas y sus maestros cubanos para estigmatizar al pueblo que se levanta contra el yugo, la opresión y el hambre.

Ruedan historias de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana que han molido a coñazos a muchachos por llevar una bandera en el morral y abuelas que han sido detenidas por llevar desplegado el tricolor en el vehículo que usan para buscar a los nietos en la escuela. Persiguen el símbolo patrio, guardan su arrojo y valentía para izar la bandera de Martí mientras gritan: “Viva Cuba, viva Fidel; Chávez vive, la lucha sigue”. No se vendieron, se entregaron.

En otros tiempos de guerra, en que se descuartizaban azules y amarillos, conservadores y liberales, hubo más muertos que en las 84 batallas que rompieron las cadenas con España, pero no era delito llevar el tricolor en el corazón. La equivocación era que unos pensaban que la querían más que los otros. Nada que vender, pero abunda la esperanza.

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