Todos los caminos conducen a Roma

Por: Jean Maninat

Me cuentan los amigos que han hecho el Camino de Compostela: extenso, laborioso y exigente, repleto de historia y de escondrijos conocidos donde abrevar la sed y calmar el hambre que, al final de la jornada, cuando se llega a la ciudad santa de Santiago de Compostela, se les turba el ánimo y la entereza como «Cuando voy a Maracaibo y empiezo a pasar el puente, siento una emoción tan grande que se me nubla la mente». Los peregrinos de toda condición: creyentes –que son los más calificados-, deportistas excelsos, cultivadores de anécdotas, rastreadores de aventuras o simples turistas, se topan con el hecho inigualable de encontrar al más allá asentado por siglos en el más acá.

Otro tanto pasa con Roma, la ciudad de los pecados, tantas veces erigida y tantas veces abolida. Roma ciudad abierta, la declaró Rossellini, en una de sus obras más memorables. Pero, henos aquí, que la ciudad de las siete colinas y anfitriona de la Santa Sede, acogió a un seguidor del gurú indio Sai Baba y lector de pajaritos difuntos, para regalarle un reconocimiento prontamente deslavado, por partida doble.

Fue el Vaticano, el Estado que se aloja dentro de la ciudad eterna quien ubicó, una vez más, la lucha por la democracia en Venezuela en el plano internacional. Muy a pesar de lo que creía Nicolás Maduro y su corte de creyentes de ocasión, no es tan fácil ganar indulgencias con escapulario ajeno.

«Recen por mí, pero no en contra» registra la prensa internacional que habría dicho el Sumo Pontífice a sus visitantes a guisa de despedida. ¿Qué premonición habita en esas palabras? ¿Qué mensaje volandero les querría haber dejado?

Poco sabremos de lo exactamente dicho en el encuentro, y mucho menos de lo que el régimen quisiera haber escuchado. Una cosa es verdad, el Papa le entregó a Maduro, como presente nada protocolar, el documento con las conclusiones de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe que tuvo lugar en Aparecida, Brasil, el cual contiene señalamientos de importancia para algunos gobiernos de América Latina y el Caribe. Allí los obispos advierten sobre la existencia de «democracias frágiles», «desvíos autoritarios», y de un «avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas ocasiones, derivan en regímenes de corte neopopulista». Casualmente, la presidenta argentina recibió el mismo regalo con el señalamiento del Papa de que el obsequio tenía el propósito de darle una idea de cómo estaban pensando los padres latinoamericanos. Quien tenga ojos…

Detrás de las «fotos de oportunidad» tomadas al granel, perduran las recomendaciones hechas en voz queda, pero escuchadas por todos los presentes, y las cautelas expresadas en un castellano porteño seguramente amable, pero certero, en su conminación de que es necesario dialogar con el que no piensa igual.

Nadie se reúne con el Papa y sale indemne del asunto, sobre todo si es Francisco y sabe de lo que está hablando en hábito propio. Por eso el Gobierno tendrá que sopesar lo que dijo y no dijo con todo respeto y cuidado.

De nada le valió a Ernesto Cardenal, poeta y cura alternativo, arrodillarse con una sonrisa burlona ante el papa Juan Pablo II durante su visita a Nicaragua, a la búsqueda de una dispensa para su alocado trajín por defender a los sandinistas y sus tropelías en el año 1983. Está grabado para la historia el dedo malhumorado del entonces Papa cuando lo conminó a decidir entre autoritarismo y fe.

Para que no quedara duda de que cuando Francisco exige diálogo es porque lo practica, apenas unas horas después del encuentro con Maduro, la cancillería del Vaticano recibió al diputado opositor Edgard Zambrano. Y por esos insondables designios que recorren la Santa Sede, Francisco, el Papa de los humildes, se «topó» con la delegación opositora para escuchar su agradecimiento por las bendiciones recibidas y la preocupación que ha tenido con nuestro país.

Todos los caminos conducen a Roma, pero pocos al corazón del Vaticano. La fe suele tender sus trampas nos advirtió Octavio Paz.

@jeanmaninat

 

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