La ópera de Verdi – Mari Montes

Publicado en: Prodavinci

Por: Mari Montes

 

El médico Archibald Graham se convirtió en un jugador de béisbol inolvidable gracias a que su historia es parte de la trama del clásico Campo de sueños. El personaje, encarnado por Burt Lancaster, recuerda que estuvo a punto de tomar un turno al bate, pero cambiaron al lanzador y el manager John McGraw lo envió a la banca.

En uno de los monólogos más célebres de la película, Graham describe su deseo de tomar un turno y conectar un triple.

La de “Moonlight” no es la única. Entre esas historias de jugadores que tuvieron su “debut y despedida” el mismo día, está la de Frank Verdi. Su vida fue una ópera.

Su nombre completo era Frank Michael Verdi. Nació el 2 de junio de 1926 en Brooklyn, Nueva York. Su niñez transcurrió en los años de la Gran Depresión, en el barrio Bedford-Stuyvesant, donde vivían inmigrantes judíos e italianos, y afroamericanos. Su padre, Michael, era carnicero, y Frank y su hermano Joseph hacían entregas a domicilio en bicicleta.

Era un vecindario de pequeñas casas de ladrillos rojos, en el que los muchachos jugaban en la calle. Encontraron una de sus principales diversiones atrapando las pelotas que salían de jonrón o de foul del Ebbets Field, hogar de los Dodgers.

Estudió en Brooklyn Boys High School, donde jugó baloncesto, fútbol y béisbol. En 1944 se alistó en la Marina. Según el historiador John W. Fox, “jugó como campocorto y probó suerte en el boxeo mientras estaba en Camp Shelton, Virginia. Sus habilidades en el diamante pueden haber evitado que lo enviaran al extranjero para pelear en la guerra”.

Digamos que fueron las “primeras balas” que esquivó.

En un extenso y muy rico trabajo de investigación de Erick Vickrey, para la Sociedad Americana de Investigadores del Béisbol, se lee:

“En 1946, después de su servicio militar, Verdi se inscribió en la Universidad de Nueva York con una beca para jugar baloncesto, años más tarde, uno de sus compañeros de la NYU dijo que Verdi tuvo el talento suficiente para haber jugado básquet profesional”.

“También jugó en el equipo de béisbol, donde su desempeño llamó la atención del scout Paul Krichell, el mismo que firmó a Lou Gehrig y Phil Rizzuto. Convenció a Verdi para que firmara un contrato por $ 200 al mes. No se sabe si la rivalidad Dodgers-Yankees entró en los sentimientos de Frank, pero estaba haciendo realidad su sueño de convertirse en un jugador de béisbol profesional”.

Siempre escuchamos que el sueño de casi todos los niños que juegan pelota es llegar a las Grandes Ligas, algunos van todavía más allá y agregan que quieren jugar con los Yankees de Nueva York, vestir el legendario uniforme a rayas y la gorra de béisbol más famosa del mundo.

Verdi ya tenía esa parte del deseo cumplido. Pero aún le faltaban muchos innings.

“En su primer año de pelota profesional –según Erick Vickrey– Verdi se hizo muy amigo de un compañero de equipo llamado Edward Ford, quien más adelante sería conocido por su apodo «Whitey». Unos años más tarde, en Binghamton, Nueva York, Ford le presentó a Verdi una joven ‘atlética y hermosa’ de 18 años llamada Pauline Pasquale, cuando Ford estaba saliendo con la hermana de ella. Frank y Pauline se casaron el 3 de febrero de 1951”.

Siguió su desarrollo en las ligas menores hasta que llegó la primavera de 1953. Fue parte del “equipo grande”.

Los Yankees siempre han sido los Yankees, pero digamos que hay unos Yankees más Yankees que otros. Los Yankees de Babe Ruth y Lou Gehrig, por ejemplo, o los de Joe DiMaggio, Yoggie Berra, Phil Rizzuto, Billy Martin y más tarde Mickey Mantle. Junto a estos últimos compartió los juegos de exhibición del Spring Training e inició la temporada regular, porque en aquellos días los equipos podían llevar jugadores adicionales sin estar en el roster, hasta el 15 de mayo, cuando debían recortar la lista a 25 jugadores.

Verdi estuvo con los Yankees únicamente en los juegos en casa. Así fue todo abril, aunque no hay mucha información sobre él en esos días, porque su nombre no apareció en ninguna parte, hasta el 10 de mayo.

Les cuento la historia que puede encontrarse en el Box que de ese juego publica Baseball Reference. Así la imagino traduciendo los números.

Fue un domingo en la tarde en un repleto Fenway Park. Había 28.884 aficionados para presenciar un juego que duró casi 3 horas. No dice el BoxScore qué temperatura hacía, pero las tardes de mayo en Boston siempre son frescas.

Joe Collins bateó de emergente por Phil Rizzuto, el campocorto titular de los Yankees. Entonces el mánager, Casey Stengel, llamó a Verdi, quien entró como campocorto en la parte baja del sexto capítulo. Según la anotación, nadie bateó hacia la pradera corta.

En la séptima entrada, con 2 outs, 6 Yankees seguidos se embasaron con hits y boletos, anotaron 3 carreras y tomaron ventaja de 5-3. Las bases estaban llenas para Frank Verdi, quien estaba en el círculo de espera.

Es fácil imaginar la emoción que debió sentir. Era un Yankee, responder en aquel turno podía significar todo en su historia ¡La gloria, si la pelota se iba del parque! Era la gran oportunidad de convertirse en un imprescindible.

Entró en la caja de bateo, pero entonces el manager de los Medias Rojas, Lou Boudreau, cambió al castigado Ellis Kinder por Ken Holcombe, así que Casey Stengel le quitó el bate a Verdi para darle la responsabilidad a otro novato, Bill Renna, quien había dado 28 jonrones en las ligas menores el año anterior. Fue el último out con elevado y terminó el inning. También la carrera de Verdi en las Grandes Ligas.

Fue asignado a Triple-A Syracuse 2 días después, cuando hubo que recortar los rosters. Su historia en las Grandes Ligas es así de breve: debutó el 10 de mayo de 1953 y ese mismo día fue su “juego final”.

Su temporada en las menores finalizó en agosto, debido a una lesión en el tobillo derecho por causa de una colisión en el plato.

Ese año, los Yankees ganaron la Serie Mundial y por su breve aparición en aquel juego en el que no pudo batear, Frank Verdi recibió una parte de las ganancias de la taquilla de la Serie Mundial: un cheque de $500,100 dólares más que el recoge bates.

Frank Verdi fue cambiado a Kansas City, donde jugó con Columbus y Tulsa, principalmente en segunda y tercera base, hasta que su contrato fue vendido al Rochester Red Wings, entonces filial Triple-A de los Cardenales de San Luis. Verdi pasó 3 temporadas en la tercera base de Rochester. Con este equipo, protagonizó una escena increíble, de esas que apenas se cuentan porque no siempre hay tanta suerte.

En Cuba, el nombre de Frank Verdi aparece en una anécdota de principios de la revolución, en 1959.

Cuenta la historia que el 26 de julio de ese año, el sexto aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, coincidió con un juego de la Liga Internacional, categoría Triple A, entre los Cuban Sugar Kings y Rochester Red Wings.

Centenares de hombres del campo fueron llevados a La Habana para conmemorarlo. Fidel Castro invitó a asistir al “pueblo”. Compraron 10 mil entradas para repartir entre los campesinos y los soldados. Debían corear el nombre del líder. El estadio de béisbol era una plaza para exhibir su popularidad.

A la medianoche, el juego estaba empatado a 4 en la décima entrada.

La crónica de Vickrey dice así:

“Todo el estadio se oscureció y un foco de luz resaltó la bandera cubana que ondeaba en el jardín central, mientras se tocaba el himno nacional para conmemorar la fecha aniversario de la Revolución Cubana. Luego, aproximadamente entre 40 y 50 soldados, que estaban en las tribunas, comenzaron a disparar al aire para celebrar la ocasión. Verdi recordó la escena en 1999: ‘Las balas caían del cielo por todas partes. No sabíamos qué diablos estaba pasando’.

“El juego finalmente se reanudó después de que las cosas se calmaron y se detuvieron los disparos. En la undécima entrada, el mánager de Rochester, Cot Deal, fue expulsado por argumentar que un jugador de La Habana no había pisado primera base antes de anclar en segunda. La acalorada discusión y la expulsión de Deal encendieron a la multitud, algunos de los cuales reanudaron los disparos. Verdi, que no estaba activo en el roster después de una racha de derrotas, asumió las funciones del manager y salió al campo, donde recibió una bala perdida calibre .45 en la cabeza, tirándolo al suelo. Afortunadamente, usaba una protección de plástico dentro de su gorra. Verdi atribuyó a este invento el haberle salvado la vida. ‘Si esa bala hubiera estado 5 centímetros a la izquierda, los muchachos del equipo habrían tenido que poner $5 cada uno, para comprar flores’. Otro jugador, el campocorto de La Habana, Leo Cárdenas, fue rozado en el hombro por otro proyectil, casi al mismo tiempo. En este punto, los árbitros dieron por terminado el duelo y quedó registrado como un empate a 4. La temporada siguiente, con el aumento de las tensiones políticas, los Sugar Kings se trasladaron a Jersey City”.

La prensa de Cuba publicó al día siguiente que la decisión de parar el juego “fue parte de una conspiración desde el imperio”, insistían en que el propio Eisenhower ya había comenzado a tomar medidas para acabar con la revolución castrista.

Volvió al béisbol organizado con varios equipos y en total permaneció 18 temporadas en las Ligas Menores, donde acumuló 1.832 hits en 6.776 turnos, con promedio de .270, dio 48 jonrones y caminó más veces de las que se abanicó, tuvo 601 bases por bola y 531 ponches.

Siguió como técnico en las ligas de desarrollo y en las ligas caribeñas.

En 1972, Frank Verdi se tituló en la Liga de Béisbol Profesional de Puerto Rico con los Leones de Ponce y fue campeón de la Serie del Caribe que tuvo lugar en Santo Domingo, República Dominicana. Las Águilas Cibaeñas tuvieron a Ozzie Virgil como mánager, Rod Carew comandó a los Tigres de Aragua y Vinicio García a los Algodoneros de Guasave.

De vuelta a dirigir en las menores, tuvo bajo su mando a jugadores de Thrurman Munson, Dave Righetti y Don Mattingly. Sus logros en esas ligas, le hicieron merecedor de estar en el Salón de la Fama de la Liga Internacional.

Su nombre aparece en los registros de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, cuando dirigió a los Tiburones de la Guaira, en la temporada 78-79; esa campaña en la que Willie Horton le dio a Magallanes y a Venezuela el segundo título de Serie del Caribe. Verdi estuvo en 70 juegos, ganó 29 y perdió 41.

Nunca se desligó del béisbol. Fue una empresa casi “familiar”, donde iba como manager toda la familia estaba involucrada. En Syracuse, su esposa Pauline tocaba el órgano para animar a los aficionados, y sus cuatro hijos (Michael, Frank Jr., Paul y Christopher) servían como batboys, operadores de pizarra y miembros del equipo de mantenimiento del campo. El apoyo de Pauline fue tan importante en la exitosa carrera de Verdi, que hay crónicas sobre eso. Además, la cocina de su esposa se convirtió en legendaria gracias a las referencias de jugadores, escritores y amigos a lo largo de los años. “Lo que estas esposas aguantan… Me quito el sombrero ante ellas”, dijo Frank Verdi Jr. en una entrevista en 2020, para Tampa Tribune.

Su amor por el béisbol lo llevó a terminar sus años como manager de pelota escolar, donde siguió transmitiendo conocimiento mientras se divertía.

En su casa de Florida tenía una vitrina con numerosos recuerdos de sus años en el béisbol.

Cuenta Vickrey que “aunque Verdi tuvo sólo la más breve de las carreras de Grandes Ligas, según Frank Jr., su padre ‘se consideraba bendecido por poder hacer lo que amaba’. Le encantaba la parte estratégica del juego, lo conocía por dentro y por fuera. Billy Martin dijo una vez que era un pecado que no pudo jugar o dirigir en las Grandes Ligas”.

“No tengo ninguna duda de que podría haber sido manager en las Grandes Ligas, sin duda mucha gente también lo cree. Pero así es la vida”, dijo Verdi en 2004 en una entrevista con Joey Knight.

Frank Verdi falleció el 9 de julio de 2010, a la edad de 84 años. Está enterrado en Grace Memorial Gardens en Hudson, Florida.

A diferencia de Archibald Graham, quien se dedicó a la medicina luego de esa única aparición en una alineación de Grandes Ligas, Verdi dejó una historia escrita para quien desee hacer una película de uno que “no llegó”, pero que supo quedarse en el béisbol.

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