Nunca es tarde para entrar en el mundo de la salsa

Publicado en ALnavío

 Por: Nelsón Rivera

La del 12 de febrero de 1924 es una de las fechas míticas de la historia musical del siglo XXI. Esa noche, George Gershwin estrenó Rhapsody in blue, obra que entonces polarizó a los comentaristas: unos expresaron su júbilo, otros dijeron que aquello era “una amalgama incomprensible”. Años después, cenando en Nueva York con el violinista Max Rosen, éste le preguntó qué explicaba reacciones tan dispares. Gershwin, en lo esencial un autodidacta de inteligencia desmedida, elaboró, delante de un humeante bacalao al horno, su filosa distinción entre el crítico y el melómano.

Decía Gershwin al joven Rosen: “El crítico va a la sala de conciertos y, mientras escucha, chequea en su libreta si los compositores estamos cumpliendo con los códigos. Si sacas un pie afuera de la libreta, te castigan. Le dicen al público: no vuelvas a escuchar a ese tío. Los melómanos son otra cosa. Los melómanos vienen a las salas a escuchar. Es lo único que les importa. Escuchan sin libreta. Y por eso Rhapsody in blue no les amenaza. La disfrutan, porque la escuchan sin prejuicios. El melómano escucha en ese momento. El crítico compara siempre con el pasado”

Y esa es justo la condición primera, sustantiva de El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano (Turner Publicaciones, España, 2017), de César Miguel Rondón: es el recorrido de un melómano. De alguien que vibra con esa especificidad que lleva el nombre de salsa. No un observador, sino un involucrado que escribe desde el gusto y el pálpito musical. Que habla de ella, desde un específico lugar: como algo suyo, pero con una evidente intención: persuadirnos de la maravilla, narrarnos las recompensas que recibiremos si nos atrevemos a escuchar con nuestros oídos y nuestros cuerpos.

Las múltiples ciencias del melómano

Más que un género musical, la salsa es una indagación corporal y social. Su carácter popular y bailable; su condición de género híbrido con fuertes acentos afrocubanos; su naturaleza orquestal, la peculiar y múltiple poética de sus letras; su poder revelador de la cultura caribeña, de todo ello da cuenta César Miguel Rondón. Pero no se limita a esto. Página a página, el libro se adentra tanto en las realidades humanas y culturales que produjeron el boom salsero, como en las complejidades con que los países del Caribe se convirtieron en público cautivo.

Melómano, reportero y consecuente testigo del fenómeno, Rondón recorre el género en términos cronológicos, pero también musicales, literarios, artísticos, sociales, empresariales y económicos. Es, sin pretensión alguna, un inmenso tratado de antropología del Caribe. La cantidad de datos, episodios e hitos recopilados, concierne a millones de personas, habitantes de varios países de una región del mundo y que, por efecto contagioso de esta música, se proyectó por el continente americano y el resto del planeta, asociados a unas estimulantes y rítmicas sonoridades.

El inmenso caudal salsero

El neoyorquino salón Palladium opera en esta narración como el punto de ignición del fenómeno salsero. A finales de los 40 y toda la década siguiente, son los años de las orquestas como la de Machito y sus afrocubans, del conjunto The Picadilly Boys conducido por Tito Puente, y de la voz incomparable de Tito Rodríguez. A partir de estos primeros trazos, el libro de Rondón adquiere las proporciones de un gran caudal de hitos, hasta alcanzar y desgranar a las figuras capitulares: Ray Barreto, Justo Betancourt, Rubén Blades, Willie Colón, Celia Cruz, Rafael Cortijo, Tite Curet Alonso, Oscar D’León, Larry Harlow, Héctor Lavoe, Ismael Miranda, Johnny Pacheco, Eddy Palmieri, Ismael Rivera, Roberto Roena y tantos otros, imposibles de enumerar.

El libro de la salsa puede leerse como un caudal de relatos, donde unos y otros, a menudo, se entrecruzan, como ocurre con Fania All-Stars, por sí misma una galaxia musical, discográfica y de conciertos, imprescindible para la historia. Es, desde la perspectiva del lector, una narración producida desde adentro.

Lo que hace inagotable y perdurable a este libro, publicado por primera vez en 1979, es que fue escrito desde la perspectiva de quien estuvo allí. Si El libro de la salsa es indiscutible en su especialidad, es porque nada remplazará el privilegio de Rondón de haber visto y escuchado sin intermediaciones, de haber asistido a los conciertos y recitales, de haber compartido la mesa con los protagonistas, de haber paladeado las letras de las canciones, que escruta y comenta como solo puede hacerlo un verdadero apasionado.

Para al menos tres generaciones de latinoamericanos, y para muchos cosmopolitas del mundo, El libro de la salsa es un inigualable capítulo de la sentimentalidad, un guiño a la memoria y las emociones. Es, además, una guía sin competencia, especialmente para los lectores de esta edición de 2017: en 1979 no existía YouTube. Leerlo hoy, alternando las páginas del libro con la posibilidad de escuchar las canciones, de repasar las letras o de ver los vídeos de los espectáculos, es simplemente incomparable.

 

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