El problema de las cenizas

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El muy temible, en siglos pasados, Santo Oficio de la Inquisición no ha dejado de existir. Ahora se le conoce como la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y esta congregación ha publicado recientemente una orden,  firmada por el Papa, que parece remitirnos a aquellos tiempos de la iglesia oscura, severa y dogmática.

¿Qué ha dicho la Congregación para la Doctrina de la Fe? “Se prohíbe expandir las cenizas de los difuntos o tenerlas en casa”.

Una nota que leo en El País de Madrid:

“La Iglesia católica sigue prefiriendo enterrar a los muertos, perodescarga en el caso de que –por razones higiénicas o por la voluntad expresa del finado— se optase por la cremación, prohíbe desde hoy que las cenizas sean esparcidas, divididas entre los familiares o conservadas en casa. Según un documento redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe –el antiguo Santo Oficio– y firmado por el papa Francisco, la prohibición pretende evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”

“El consultor de la Congregación de la Doctrina de la Fe, el padre español Ángel Rodríguez Luño, para la Iglesia, «la conservación de las cenizas en un lugar sagrado ayuda a reducir el riesgo de apartar a los difuntos de la oración». Además, «se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas».

“El prefecto de la Congregación, el muy conservador cardenal alemán Gerhard Mueller, llegó a decir durante la presentación del documento: «Los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un campo santo su resurrección».

Curioso dictamen. ¿Qué hace usted entonces con las cenizas? ¿Las entierra? ¿En dónde? Las cenizas no son más que eso, cenizas. Y su valor es exclusivamente simbólico y sentimental.

El padre de querida amiga Mari Montes, el negro Pedro Montes, aparte de ser un gran traumatólogo jugó beisbol hasta el final de sus días, y su verdadera casa era el Estadio Universitario. Un domingo, temprano en la mañana, fuera de temporada, acompañé a Mari y a los amigos de Pedro a esparcir sus cenizas alrededor del montículo. Por allí debe estar el viejo Pedro Montes. ¿Está de verdad? Evidentemente no. Pero en la memoria de los que le quisieron, siempre va a estar allí Pedro, feliz en su estadio de beisbol.

Vale para los que prefieren que las cenizas se las echen al mar. O para los caraqueños que quieren que se las echen en la montaña. Pero eso ahora no lo ve con buenos ojos la Iglesia Católica. El riesgo, si usted desobedece, supongo que será no ir al cielo, si es que eso todavía se decide aquí abajo, o si es que todavía sigue existiendo el bendito lugar allá arriba. Pero el verdadero riesgo terrenal es que perderá el funeral. El muerto, se entiende. Aunque a quien castigan es al vivo.

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