Ras y mi papá

Ras y mi papá

Eduardo Robles Piquer, Ras, fue un brillante arquitecto paisajista español que vivió largos años en nuestro país como exiliado de la República Española. Escribía con frecuencia una columna en El Nacional, siempre a manera de semblanza de un personaje de la actualidad política y cultural de aquellos años 60. Ilustraba sus columnas con caricaturas que él mismo realizaba de los personajes reseñados. Sus caricaturas eran sorprendentes, pocas líneas le bastaban para sugerir el rostro exacto de la persona aludida.

En algún día de 1968 le tocó a mi papá ser el protagonista de su afamada columna. La caricatura que le dedicó -lo digo sin parcialización alguna- fue de las mejores que logró en aquel tiempo. Luego, en una exposición en una afamada galería caraqueña (lamentablemente no recuerdo cual), la montó bellamente en cerámica sobre madera. Mi mamá todavía conserva la pieza con mucho orgullo. Los amigos de @LaHistoria200 me sorprendieron publicándola en el Twitter. Y después me enviaron el texto que Robles Piquer redactó en su oportunidad, y que terminó publicado en un libro que recogió sus mejores textos y caricaturas.

Hoy, con no poco orgullo y alegría, quiero compartirlos con ustedes.

 

CMR.

 

 

En las páginas se lee:

«AL ACTUAL Presidente de la Cámara de Diputados lo conocimos bastante joven y ya exiliado en México, donde llevaba esa vida digna, económicamente difícil y que tanto prestigiaba a Venezuela, entonces casi conocida en el resto del mundo solamente por su riqueza petrolera. Esa vida que fue la de todo aquel grupo de personajes, con el Presidente Rómulo Gallegos a la cabeza, que hubieron de abandonar su patria en 1948, pertenecientes a una emigración política que si menos numerosa, duradera y bulliciosa que la española de la guerra civil, es también merecedora de que alguien escriba su historia con nombres y apellidos. Después, ya en Venezuela, hemos seguido la trayectoria de maestro y político, especializado en Ciencias Sociales y en Derecho Internacional, que ha llevado a la elevada posición que ocupa hoy a este apureño nacido en 1924 en Elorza, aunque viviese desde pequeño en el Zulia, de donde muchos le creen nativo y ha sido diputado repetidas veces.

Pero no es sólo la amistad antigua la que nos lleva a escribir esta nota, sino la lectura de un discurso suyo del 12 de febrero, en la conmemoración de la batalla contra Boves, en La Victoria, hace 155 años, librada por Ribas y sus imberbes universitarios y seminaristas dentro del procese de integración de la nacionalidad venezolana. Un discurso que Rondón dedica a la juventud de nuestro tiempo no sin antes incluir muchas vigentes observaciones y recuerdos, como la declaración del Libertador el 2 de enero de aquel mismo 1814 ante los Representantes populares, que a nosotros nos llega hondo: «Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar en su patria. No es el árbitro de las leyes ni del Gobierno; es el defensor de su Libertad».

En la parte medular del discurso, que debería divulgarse ampliamente, trata con mucha sensibilidad el tema de la rebeldía juvenil de todo el mundo, incomprendida pero con nuevos métodos de lucha dentro de una posición de izquierda que se niega a transitar los caminos del «izquierdismo tradicional» de sus progenitores, divididos y parcializados en lugar de buscar la participación de todos los grupos en una sólida unidad a favor de los explotados. No es posible transcribir en unas líneas el sentido y la proyección de este discurso que le sitúa al frente de la fuerza más importante de esta Venezuela con abrumadora mayoría de jóvenes creyentes en la igualdad, la justicia social y la libertad sin otras limitaciones que las que se derivan de la convivencia civilizada entre hombres y naciones. Es falsa la versión de una juventud irresponsable en su mayoría. La verdad es que están en la misma línea política del Dr. Rondón Lovera: tolerancia, comprensión y respeto al derecho ajeno. Con su as pecto de hombre pacífico y apacible -al que sin embargo se han con fiado misiones de guerra frecuentemente aun en los momentos en que el lenguaje ardoroso hace difícil el diálogo, como observa Analuisa Llovera, encuentra un rincón propicio para la comprensión este político con nombre romano, independiente pero de ideas bien definidas.»

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