Después del fin -Jorge Volpi

Publicado en reforma.com

Por: Jorge Volpi

Veinticinco años atrás, la caída del Muro de Berlín y la olaVolpi democratizadora que se expandía por Europa (y luego por el resto del mundo) anunciaba una era de grandes esperanzas. Un poco más adelante, en diciembre de 1991, la Unión Soviética se desmembró tras el fallido golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov -hasta entonces ídolo de millones- y concluyó oficialmente tanto la Guerra Fría como esa división más esquizofrénica que bipolar que había prevalecido en el orbe desde el final de la Segunda Guerra. Así, mientras Francis Fukuyama anunciaba el «fin de la historia», la globalización neoliberal se enquistaba por doquier.

El optimismo duró apenas una década y, cuando los aviones convertidos en misiles atravesaron las vidrieras de las Torres Gemelas, a la expansión del libre comercio se sumó el mayor de los miedos y un enemigo más dúctil, si no más poderoso, que el anterior: el integrismo musulmán. No había manera de conservar la fe en el futuro, pero en tanto los halcones de Washington removían el nido de avispas de Oriente Medio, enzarzándose en un interminable conflicto lleno de mentiras y derrotas, políticos, ideólogos, banqueros, empresarios e inversores aprovecharon la ocasión para desregular al máximo los mercados.

Si los años anteriores al fin de la Unión Soviética vieron el nacimiento de las sociedades más prósperas y equitativas de la historia en Europa Occidental, América del Norte y lugares tan remotos como Australia y Nueva Zelanda, para el término de la primera década del tercer milenio la desigualdad se había acentuado brutalmente en todas partes, incluso en las más ricas. La Gran Recesión acabó con las últimas promesas de 1991: quizás los ciudadanos del mundo ya no estuviesen preocupados por la extinción provocada por una guerra nuclear -o al menos dejaron de pensar en ello-, pero en todos los demás rubros las promesas se resolvieron en traiciones.

En resumen: hace veinticinco años se soñaba con un planeta con menos temores y más libertades, preocupado por la ecología y con menos violaciones de derechos humanos, con menos conflictos regionales y mejor distribución de la riqueza. Veinticinco años después, ninguno de estos anhelos se mantiene. La libertad política creó sociedades capaces de elegir a sus gobernantes, pero ello no significó que éstos no fueran a corromperse o a proteger sólo sus intereses. La libertad de comercio auspició el libre tránsito de mercancías, mas no el de personas, retenidas en campos de concentración o expulsadas por carecer de tener papeles. El neoliberalismo quiso frenar la parálisis estatal y a cambio desmanteló todos los mecanismos que habían permitido la expansión de la clase media. Y el miedo ante la bomba se decantó en miedo al terrorismo: un pánico aún más fácil de instrumentalizar dado que no tiene un origen claro ni unas metas precisas ni una lógica identificable.

El resultado: una globalización que, en 2016, siente nostalgia por los nacionalismos del siglo XX. Una época dominada por el resentimiento y la apatía; por la desconfianza hacia los políticos profesionales que, carentes de ideología, solo se preocupan por sí mismos; y por el auge repentino de líderes que lucran con la xenofobia, la falta de empatía y el horror a la diferencia. Una era, en fin, en la que todos nos sentimos frustrados: los ciudadanos, por no ser tomados en cuenta; los políticos, por no ser siquiera respetados; los demagogos, por no alcanzar sus objetivos; los religiosos, por no tener más influencia; los ateos, por no haber conseguido desterrar tantas creencias primitivas.

Una a una, las grandes esperanzas surgidas hace veinticinco años se han desvanecido. Nadie parece sentirse más libre, más seguro, más tranquilo ante el futuro que entonces. Pero, con la experiencia del siglo XX, nadie se atreve tampoco a exigir un cambio drástico, violento. Y todo esto mientras nuestras élites políticas y económicas se desentienden por completo de las mayorías, preocupadas solo por verse al ombligo. La parálisis y el estancamiento son el único resultado de nuestro desasosiego. ¿Qué esperar de un mundo donde nadie imagina un mundo mejor?

@jvolpi

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