La diáspora se empodera en España – Ernesto Lotitto Martínez

Publicado en: Producto

Por: Ernesto Lotitto Martínez

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Suenan por todas partes. Los pana, chamo, vaina y chévere, entonados en ese cantar tan particular -tan canario de origen- se dejan escuchar cada vez más en toda la geografía ibérica. De Madrid a Barcelona, de Sevilla a Santiago, de Tenerife a Alicante, ya son más de 350.000 los venezolanos que hacen vida en España, ejerciendo un dominio que va mucho más allá de lo demográfico y que ya es palpable en lo social, cultural, político y económico.

Hay señales a la vista.

La arepa, gran embajadora de la cocina venezolana, convertida en una tendencia culinaria consolidada en Madrid, una de las indiscutibles capitales gastronómicas del mundo. Goiko Grill, un emprendimiento de origen venezolano que en apenas cinco años ha sido valorado en 150 millones de euros, se ha convertido en uno de los grandes casos de éxito del ecosistema empresarial español.

Los tequeños, popularizados gracias a Antojos Araguaney, se cuelan cada vez más entre las «tapas» más tradicionales de bares y restaurantes. O esas Meninas -tan españolas, tan de Velázquez- que se dejaron fotografiar en las calles madrileñas por turistas y locales gracias a la iniciativa de Antonio Azzato, un artista venezolano…

Otra señal inequívoca fue ver la icónica Puerta del Sol «invadida» por una multitud tricolor -no una, sino dos veces- que realizó la mayor manifestación de un colectivo extranjero que haya visto Madrid en su historia reciente, a tal punto que consiguió torcer el brazo del Gobierno socialista de Pedro Sánchez y su criticada respuesta inicial ante la crisis política venezolana.

La diáspora se empodera en España - Ernesto Lotitto Martínez
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Es que hablar de 350.000 personas es hablar de una comunicad interconectada que mueve mercados, genera tendencias, enriquece culturas, y hasta tiene, potencialmente, el poder de definir elecciones.

Pero, este fenómeno no ocurrió de la noche a la mañana.

Además de la innegable afinidad histórica y cultural que une a ambas naciones, la clave de este imponente desembarco está en la conjunción de dos coyunturas: (1) la crisis institucional, económica y democrática que fue generada por el chavismo desde sus inicios; y (2) la crisis económica de España (2008-2014), que dejó a la sociedad desmoralizada y con el bolsillo golpeado.

El desembarco criollo

El venezolano es un emprendedor nato. En primer lugar porque es heredero directo de varias generaciones de inmigrantes (libaneses, italianos, portugueses, españoles, alemanes, chilenos, colombianos, argentinos, húngaros, polacos, árabes, judíos) que crearon centenares de empresas y oportunidades en la que fuera una de las tierras más prometedoras del siglo XX.

Por otro lado, es una forma de darwinismo: en un país complejo, caótico, caracterizado por el deterioro crónico y continuo de la economía (desde hace por lo menos 36 años), lo mejor es ser dueño de tu propio negocio.

Así, buena parte de la emigración se ha abierto camino en el mundo haciendo lo que sabe hacer: emprender. De hecho, Tomás Páez, fundador del Observatorio de la diáspora venezolana, calcula 20% de emprendedores entre los exiliados.

España, por su parte, que en 2010 ya sentía los embates de la crisis -a pesar de los esfuerzos del entonces jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero por negarla- generaba un dato, cuando menos, alarmante: el país necesitaba de unos 500.000 emprendedores «para hacer sostenible la economía», con el agravante de que, para 2011, 72% de los jóvenes españoles tenía como objetivo profesional ser funcionario público (17% por «vocación»; 55% para «ganar un sueldo seguro y disfrutar de horarios cómodos»), y apenas 4% quería ser empresario.

Entonces, el tejido social español, sediento de empresas, recibió a una generación necesitada de estabilidad, seguridad jurídica y normas más claras. Venezolanos que invirtieron dinero, tiempo y esfuerzo; probaron, se equivocaron, aprendieron, rectificaron y, con algo de suerte, no perdieron demasiada plata. Y que, una vez asentados en España, comenzaron a recibir amigos, familiares y algún que otro «pana». Luego llegaron los panas de los familiares y amigos. Luego los amigos de los panas de los familiares, y así sucesivamente, con todas las permutaciones posibles…

Basta, por ejemplo, con entrar en cualquier empresa con ADN venezonalo (Goiko Grill es un ejemplo claro) para notar que el «buen rollo» del staff está imbuido en la cultura corporativa y es, en buena medida, en agradecimiento a la muy afortunada situación de tener trabajo estable, aún lejos de casa. Este es un eslabón imprescindible de un círculo virtuoso que se refleja positivamente en las ventas, en los resultados del negocio y, a la larga, en la sociedad.

En este contexto, los emprendedores venezolanos son los héroes silenciosos de la diáspora, ya que ofrecen ayuda, estabilidad, trabajo y/o conexiones a los coterráneos que huyen de las calamidades del inefable Socialismo del Siglo XXI, alimentando así la llegada de profesionales de todo tipo y en todos los sectores de la vida productiva.

Hoy están en las startups y en los bares. También están en el mercado inmobiliario, invirtiendo en desarrollos y vendiendo pisos, o en el Mercado de Maravillas, rodeados de amarillos empaques de Harina P.A.N., vendiendo empanadas y quesos venezolanos fabricados en España. Son el banquero, el diseñador autónomo, el creativo publicitario, el desarrollador del software o la maga de moda. son tu conductor de Cabify y el repartidor de Glovo que te lleva la comida en bici cuando te da pereza cocinar.

No obstante, vale destacar que dentro de la heterogeneidad de situaciones, hay también una homogeneidad en el pensamiento político: salvo casos aislados, la diáspora es testimonio viviente -amén de apasionada difusora- de los peligros del populismo, de demagogia y los discursos de la izquierda radical, generando un piso común con partidos como Partido Popular (PP) y Ciudadanos, naturalmente enfrentados al PSOE de Sánchez (apoyado por Podemos, hijo directo del chavismo), que no al de Felipe González. Así las cosas, los venezolanos (muchos votan) están jugando un papel clave dentro en la política española.

La revalorización de la Marca Venezuela

El interés que ha despertado el «tema Venezuela» está construyendo un momentum global que no se debe perder de vista.

Un gentilicio pisoteado por la bota populista durante años, hoy se muestra con orgullo más allá de sus fronteras. La diáspora que ha sido capaz de salir adelante, abrirse paso en lo económico, influir en lo social y cultural, mejorar la percepción de todo un país ante el mundo, cambiar decisiones políticas y hasta derrocar a una dictadura, hoy está empoderada.

Porque lo que está sucediendo en España se replica en otros países con similar contundencia. Los venezolanos, como tantas otras comunicades de emigrantes a lo largo de l historia de la humanidad, forman colectivos vivos, en los que la identidad y la conectividad -el gran commodity del siglo XXI- juegan papeles determinantes.

Esta comunidad, además, ha llegado para quedarse: el Embajador Fernando Gerbasi -diplomático venezolano de carrera, hoy exiliado en Madrid- recuerda datos de ACNUR al afirmar que, «por lo general, cuando hay un cambio de régimen como el que puede ocurrir en Venezuela, un 15% de la diáspora regresa inmediatamente y, unos meses después, otro 5%; pero el 80% normalmente se queda en el exterior».

En ese sentido, el Embajador Gerbasi aboga por la creación de un organismo que promueva la inversión de empresas españolas en Venezuela. Algo más que lógico y necesario con la inminente transición a la democracia: estamos viviendo una oportunidad histórica de inversión y crecimiento para todos los países que han abrazado a los migrantes venezolanos.

Es que España puede aportar, y mucho, a la urgente reconstrucción de Venezuela.

Apelando no sólo a lo netamente comercial y empresarial, ambas naciones deben trabajar en todos los espacios necesarios -legislativos, políticos, económicos, educativos, culturales- para establecer un vínculo a largo plazo, ya no con un Estado forajido, sino con un país ávido de inversión, formación, cultura y talento.

Un puente (que tácticamente está a medio hacer) reconocido por Estado, Empresa y Sociedad, fundamentado en el respeto mutuo, el espíritu de desarrollo y los valores democráticos. Un vínculo basado en la familia y las «querencias» (Tío Simón dixit) que han enraizado a los venezolanos en la España de hoy, y que son tan fuertes como las que, hace más de medio siglo, peninsulares y canarios encontraron en nuestra tierra, cariñosamente llamada «La octava isla».

Hacia allá vamos. Y #VamosBien.

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