Tanto ha hablado la  derecha en Colombia de castrochavismo, tanto ha endilgado la palabreja por ahí, que cuando por fin asoma la cara el chavista, pilla a los pastores distraídos tomando tinto.

Gustavo Petro es discípulo de Hugo Chávez, no de Fidel Castro, quien poco pinta aquí. Al igual que el difunto coronel, su émulo local quiere mandarse hacer una Constitución a la medida, solo que el caudillo venezolano por lo menos esperó un año antes de convocarla, mientras que Petro querría hacerlo por la vía de un referendo el 8 de agosto de este año, si los colombianos somos tan sonsos como para elegirlo presidente. ¿No dijo él mismo hace unos días en La W que “la Constitución de 1991 es de las más democráticas del mundo”? No le hace, va para la caneca.

Al igual que Chávez, a Petro le gusta el caramelo. Dice, por ejemplo, que su asamblea estaría acotada, un claro oxímoron porque cualquier Constituyente en el mundo puede declararse autárquica y promulgar una carta totalmente nueva, si así les parece a sus mayorías. ¿Mayorías digo? Petro, ahora copiando a Maduro, nos dice que su proyecto no sería nacional, sino regional. ¿O sea que unos votos, digamos los de Sincelejo, van tener mayor peso que los de Medellín o Bogotá?

Son muchas más las similitudes de lo que propone Petro con lo que acaba de suceder en Venezuela. Allá la Constituyente sirvió de instrumento para desbancar a la Asamblea Nacional, donde el chavismo era minoría, es decir, para dar un golpe de Estado. Por su parte, Petro dijo a Semana que le parecía imposible trabajar con el Congreso que saldrá elegido el 11 de marzo y explicó que la Constituyente le permitiría quitarle a este todas las funciones, lo que en español antiguo equivale a revocarlo. Poco importa que así esté descartando la división de poderes sobre la cual descansa la democracia. Quien toda la vida fue un chavista furibundo, quien nunca criticó el descaro con que Chávez planeaba permanecer 30 años en el poder, no es ni remotamente un demócrata auténtico. Yo sospecho que Petro quiere una Constituyente porque no le gusta obedecer las leyes vigentes, como no le gustaba a Chávez. Prefiere leyes hechas por él y para él. Uno se lo imagina haciendo cálculos: “no tendré bancada parlamentaria. ¿Qué hacer? Ya sé, me saco del cubilete una Constituyente, descarto todas esas tonterías formales y procedo como me dé la gana”.

Cuando uno mira el programa de Petro, cae en la cuenta de que no es para cuatro años, sino para muchos más. ¿La idea de la Constituyente es reinstalar la reelección para imitar a Chávez y quedarse en el poder durante décadas? No se sabe, pero por si acaso, una Constituyente es el único mecanismo que permitiría revivir la reelección en Colombia. No se nos olvide que la presidencia es prestada. Debemos asegurarnos de que al próximo que se la prestemos, la devuelva. Porque la doctrina chavista consiste en quedarse con ella.

Infortunadamente para su admirador local, el régimen de Maduro va derecho al colapso, de modo que ahora Petro anda buscando escondederos a peso cuando lo relacionan con él, pese a que en su momento defendió la Constituyente del grandulón venezolano, hoy criticada en casi todos los países democráticos como ilegítima, antidemocrática y dictatorial. En fin, los venezolanos que cruzan en masa la frontera están votando sin saberlo en las elecciones colombianas. Votemos con ellos y no elijamos admiradores o imitadores de Chávez o de Maduro.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes