Indolencia

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El presidente Maduro transmite un micro en canal 8 llamado “Contacto con la realidad”, como si solo a través de ese micro televisado él tuviese el imprescindible contacto. Efecto Cocuyo titula hoy: “Maduro recibió doble dosis de “contacto con la realidad” en televisión nacional”. Estaba inaugurando el Centro Nacional de Genética Médica Dr. José Gregorio Hernández, en Guarenas, y la página muestra el video –tomado de la pantalla de VTV- cuando se le acercó una señora:

-“Presidente, mire, yo quería pedirle ayuda”.

-“Sí, cómo no. Estamos en vivo por televisión”.

El presidente, quizá sospechando que viene algún reclamo, le quita el micrófono y no oímos lo que dice la señora. Entonces comenta:

-“Bueno hay que resolver inmediatamente. ¿Dónde está la Almiranta, por favor?”

Y mientras mira alrededor, como buscando a la Almiranta, brevemente le acerca el micrófono a la señora. Ahora sí la oímos:

-“Nosotros somos de pocos recursos. Mis niños están presentando problemas de desnutrición”.

-“¿Verdad? –reacciona incómodo el presidente-. Bueno, vamos a atender todo eso, vamos a atenderla inmediatamente”.

Hasta allí el video. No sabemos qué pasó con la señora, tampoco qué más ordenó el presidente. Lo que sí nos queda claro es que el problema de la mujer le resulta, a parte de incómodo, indiferente. Su comentario (“¿Verdad? Bueno, vamos a atender todo eso…”) es banal, supérfluo, por salir del paso. Igual ha podido decir, chica hace frío, o hace calor, o me duele la barriga.

Ese segundo de televisión evidencia lo que está pasando en el país: la indolencia. El micrófono en manos del presidente simboliza todo el poder. A la señora se le escucha o no se le escucha según él manipule el micrófono. Él, autoungido dueño de la realidad, nos sube o nos baja el volúmen, nos da o nos quita voz, presencia, existencia, según su capricho y prepotencia. Desde esa altura lo que pasa aquí abajo no le importa y mucho menos le duele. Ese segundo de tv dejó a los ojos de todos lo que nos pasa. “Mis hijos están desnutridos”, dice la madre en su súplica, y la reacción de este señor -que se supone es el presidente de la republica y por lo tanto de todos los venezolanos- es dramatica, imperdonable: no le duele para nada lo que está pasando en el país.

Dice la nota de Efecto Cocuyo:

“Posteriormente en el mismo acto, el Jefe de Estado habló con un niño, cuyas palabras agarraron a Maduro “fuera de base”, pues ni siquiera le preguntó por el tema:

-“Señor Presidente, el Clap no llega a mi casa desde diciembre”.

“Ante la confesión infantil, el mandatario ordenó rápidamente solventar esa situación y siguió su camino. Minutos después, pusieron al mismo niño a cantarle al Presidente.”

Y en este segundo caso no solo tenemos indolencia sino también crueldad. Al niño no solo lo despacha con la misma indiferencia que a la señora, sino que luego le obligan a que le cante. (¿La Lopna?, muy bien gracias pasa la página).

¿Por qué un niño le tiene que cantar a este señor? ¿Por qué una madre humilde y abandonada tiene que cantarle a este señor?

¿Por qué Venezuela tiene que cantarle si a él, evidentemente, no le duele Venezuela?

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