Después del informe de la ONU - Elías Pino Iturrieta

Después del informe de la ONU – Elías Pino Iturrieta

Las maquinaciones ahora conocidas de la opresión no pueden tener como respuesta la retórica de Juan Guaidó, cada vez más lampiña y desalentada; ni el regodeo de los adecos en pleitos domésticos y anacrónicos, sin una sola idea digna de atención en el medio de las pueriles borrascas; ni las indefiniciones de Primero Justicia, más dignas de compasión que de entendimiento ante las ocurrencias huecas de Henrique Capriles; ni la dependencia de Voluntad Popular ante lo que ordene y mande el omnipotente don Leopoldo López desde un distante encierro que lo aleja de la candela.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

Antes de que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU publicara su reciente informe sobre tropelías y crímenes de lesa humanidad llevados a cabo por la dictadura en Venezuela, teníamos una idea bastante adecuada de lo que estaba y está sucediendo entre nosotros. Es cierto, en principio, que la Comisión no hizo un descubrimiento capaz de mostrar asuntos que ignorábamos, pero solo en principio. En realidad, lo hizo con creces.

Lo importante del documento es su proveniencia, la calidad de la fuente de la cual mana, en primer lugar. Un conjunto de especialistas que no forman parte de una bandería ni representan intereses sectoriales, un elenco de profesionales que trabajan en la averiguación de los delicados temas que analizan como parte del ejercicio de una profesión que los obliga a llegar a afirmaciones insospechables desde el seno del organismo internacional más importante del planeta, nos pone frente a un cúmulo de crueldades y  arbitrariedades cuya existencia acredita, es decir, sobre las cuales asegura que se han concretado sin posibilidad de duda porque tienen las pruebas de su existencia.

Conviene insistir en el punto. No son reproches que vienen de un partido de oposición, ni de agrupaciones nacionales que pueden estar dominadas por la  subjetividad, ni del dolor de las víctimas, que puede ser exagerado en ocasiones; ni de la voz de un dirigente con ganas de llamar la atención, ni del comadreo de los tuiteros. No son ellos los que denuncian la existencia de un régimen criminal y sanguinario, los que aportan evidencias sobre tormentos recurrentes, asesinatos en serie, abandono de las poblaciones, depredaciones materiales y ruinas institucionales, sino la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Estamos frente a palabras mayores que deben, necesariamente, modificar la atención de la sociedad y de los dirigentes políticos.

En especial porque el documento asegura que no se trata de violaciones producidas por desmanes que en algunas oportunidades puede perpetrar una autoridad determinada, sino de un plan orquestado en la cúpula de la dictadura. De acuerdo con las afirmaciones de la Comisión, existe una telaraña que han tejido las máximas autoridades civiles, militares y policiales en tenebroso concierto para el control absoluto de la sociedad, sin dejarle oportunidades al azar o a la voluntad individual de ciertos verdugos entusiastas y autónomos. Es la barbarie amasada en una logia que no se da el lujo de la improvisación, es el mal pensado en conjunto por sus ejecutores para que se concrete con precisión matemática, para que el pueblo no escape de un cálculo destinado a apuntalar una hegemonía dispuesta a mantenerse a cualquier precio y ante todo escollo.

Estamos ante el aporte fundamental del documento: Todo está pensado a propósito para el mantenimiento de una tiranía. Un cogollo de apandillados, civiles y militares, no deja cabos sueltos en su afán de dominación, afirman los investigadores de la ONU. Describen un laboratorio de horror y salvajismo, en suma. ¿Cómo puede reaccionar la sociedad ante la pública exhibición que se ha hecho de un monstruo que antes se ocultaba según su conveniencia? Nadie lo puede vaticinar.

Quizá previniéndose más de la cuenta, sintiéndose más vigilada y atemorizada  mientras procura escudos distintos que la protejan de una amenaza sobre cuyo ataque ya no caben las dudas. Pero lo que es evidente es la necesidad de una mudanza radical de la conducta de los líderes de la oposición. Las maquinaciones ahora conocidas de la opresión no pueden tener como respuesta la retórica de Juan Guaidó, cada vez más lampiña y desalentada; ni el regodeo de los adecos en pleitos domésticos y anacrónicos, sin una sola idea digna de atención en el medio de las pueriles borrascas; ni las indefiniciones de Primero Justicia, más dignas de compasión que de entendimiento ante las ocurrencias huecas de Henrique Capriles; ni la dependencia de Voluntad Popular ante lo que ordene y mande el omnipotente don Leopoldo López desde un distante encierro que lo aleja de la candela. ¿Van a pelear así con la afinada orquesta de avasallamiento que el Informe de la ONU ha colocado en primer plano?

Entre las piezas de la partitura oficial están las elecciones parlamentarias, desde luego. Una composición de atrocidades como la destacada por el organismo internacional las incluye en lugar preferente, y obliga a respuestas distintas a las que se han manifestado sobre su cercano desarrollo. Proponer remiendos o solicitar indulgencia a sus promotores, después de saber que los comicios forman parte de una trama mayor sobre la cual existen testimonios palmarios, sería una demostración de pusilanimidad, o de falta de ideas, que abundaría en la descalificación de quienes lo intentan. Los que ya las han rechazado deben profundizar sus argumentos, buscando que se las vea ahora como parte de un aborrecible designio de conocimiento universal que las puede borrar del mapa. A la oportunidad la pintan calva.

Tales pasos son parte del menú de opciones que ofrece el informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU sobre las desventuras de Venezuela, cuyo contenido sugiere alternativas de renacimiento cívico que parecían borradas del panorama.

 

 

 

 

 

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