Dignidad y democracia – Gustavo Roosen

Publicado en El Nacional

Por: Gustavo Roosen

Quizá debería haber titulado “Dignidad en democracia”, especialmente si se piensa en la dignidad como un derecho humano y en la relación de los derechos humanos con la democracia, fundamentos sobre los que deberían afirmarse los Estados. La reflexión me viene de la lectura en The Wall Street Journal de un reciente artículo en el que se analiza el tema desde una perspectiva histórica y cultural para establecer diferencias entre una tendencia que privilegia la dignidad individual y otra que se inclina por la colectiva.

La cultura occidental, se dice en el artículo, da prioridad a la dignidad individual, afirmada en la condición humana, en lo que el ser humano es, en sus atributos y características, con independencia del aprecio, reconocimiento o valoración social. La dignidad se sustenta en las capacidades racionales y volitivas de los seres humanos y en los valores en los que se concretan, es decir, en los de autonomía y libertad. En culturas como la china pesa más la historia, el concepto de dignidad colectiva, con sacrificio incluso de la personal.

La dignidad entendida como derecho individual protege la autonomía personal, se impone como exigencia de crecimiento y se manifiesta en condiciones de vida que atiendan la integridad personal, la salud, el respeto, la convivencia, el reconocimiento de las diferencias, la ausencia de discriminación, la posibilidad de crecer. La obligación del Estado frente a ese ámbito de protección de la dignidad consiste en crear las condiciones que hagan posible a las personas el legítimo derecho a una vida con dignidad.

Consagrado en las declaraciones universales de los derechos del hombre y en la mayoría de las constituciones, el derecho a la dignidad ha sido más de una vez olvidado, cuando no transgredido o degradado por los autoritarismos o las desviaciones políticas interesadas en su aprovechamiento.El uso demagógico del derecho a la dignidad termina vaciándolo de lo esencial, relegando el valor de la persona en nombre del colectivo, anulando la libertad y la capacidad de decisión. En nombre de los valores colectivos, el totalitarismo termina invadiendo la vida personal, el ámbito de lo privado, el espacio de la dignidad y de la independencia. En sus manos, la dignidad individual termina sacrificada por la entelequia de la masa o del partido. Se cambia dignidad por supervivencia, libertad por obediencia, autonomía por sumisión, voluntad de crecimiento por resignación. Nada de eso es dignidad.

La comparación entre una tendencia que aboga por la dignidad desde el individuo frente a otra que antepone lo colectivo, remite a la discusión más general entre una visión que ubica en primer lugar al individuo y otra que da preeminencia al Estado. La historia ha probado que la preeminencia del Estado sobre el individuo lejos de generar prosperidad e igualdad ha agudizado las condiciones que conducen al fracaso y consagran la discriminación. Un reciente trabajo de Humberto García Larralde, presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, resulta, en este punto, sumamente esclarecedor. “A los doscientos años del nacimiento de Carlos Marx: el pasado de una desilusión” es el título del escrito en el que García Larralde demuestra la inconsistencia de los supuestos económicos esgrimidos por Marx y el desplome de sus profecías revolucionarias.

Cuando se piensa en las prioridades de la reconstrucción nacional se olvida, con frecuencia, la recuperación de un estado de dignidad para los individuos, de respeto a la condición humana y a los valores de libertad, de desarrollo. La reflexión tiene sentido cuando se observa cómo, cada día, la agudización de las condiciones de vida en la Venezuela de hoy se traduce en deterioro del derecho a la dignidad personal.

En momentos así no está de más recordar que la defensa de la verdadera dignidad tiene que ver más con los principios que con los acomodos, más con los logros personales que con las dádivas, más con lo que se hace que con lo que se recibe, que no existe dignidad colectiva sin dignidad individual. La recuperación de la dignidad va de la mano con la recuperación de la democracia.

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