Entre el debate y la pared

Por: Jean Maninat

Los tiempos de la política suelen ser imperfectos, por eso es tan difícil predecir con exactitud sus variables y los contornos siempre sinuosos que la conforman. No en balde los analistas suelen ser expertos en adivinar lo que pasó ayer. Es complicada como la pelota. ¿Quién puede entender que entregar una base por bolas puede ser una astuta movida defensiva y al mismo tiempo una falta de precisión vergonzante del lanzador?  Todo en el mismo libro de tácticas y estrategias. Hay que haber crecido viviendo el juego.

Más endiablado aún es ejercerla, ser un practicante del oficio, eso que algunos llaman con desdén: un político. Cuántas veces no hemos escuchado, «yo no tengo estómago para ser político» y la persona que ha soltado la frase es un cirujano que viene de abrir en canal un tórax, intervenir un corazón y salvarle la vida a una persona. ¡Vaya estómago se necesita para tamaña operación! Es cierto, los políticos no salvan vidas, pero son capaces de arruinarlas con sus decisiones. Para eso se inventó la democracia -la más compleja de las profilaxis- para impedir las malas prácticas y que se mate al paciente a nombre de su buena salud, tal como han hecho con los organismos sociales todos los autoritarismos y totalitarismos de los que se tenga conocimiento.

A los jerarcas rojos les fue negado el ejercicio democrático en el seno de su organización por el fundador y demiurgo del socialismo del siglo XXI. Que uno sepa, jamás reclamaron un derecho de palabra que no fuera concedido de antemano por el jefe eterno. Tampoco emitieron una opinión diversa y propia, salvo la que ya se les había dictado de antemano. Siempre se jactaron de cumplir con la obediencia debida y agradecieron con fruición la oportunidad que tenían de que alguien pensara en su lugar y les recordara, con frecuencia de pulso acelerado, sus carencias y debilidades. Al fin y al cabo, supusieron, crecerían pacientes como los hongos gracias a la oscuridad que se les otorgaba.

Sólo que el tiempo de la política es imperfecto, y cuando menos lo esperaban ya no tenían el parasol que los anulaba al  protegerlos, y se dieron de bruces con la luz pública sin las herramientas necesarias para transitar la política por ellos mismos. Aves, mausoleos vivientes, encuentros con el más allá, sirvieron de prótesis para intentar remediar la orfandad desnuda en la que habían quedado. Luego vino el desespero, las agresiones verbales y físicas en contra de la oposición democrática, y, hace nada, la degradación a la que sometieron, una vez más, a la Asamblea Nacional celebrando a carcajadas las patochadas de una mente abyecta.

Tic, tac… aún imperfecto el tiempo de la política sigue su marcha. Cada día son menos los subterfugios que les quedan para no asumir su responsabilidad y confrontar  la grave crisis que vive el país. Hoy poco importa quién imposta mejor al fundador; quiénes aún lo veneran, distinguen sin pestañear la copia del original. El país variopinto está impaciente, unos exigen y otros esperan irritados. Todos quieren una respuesta: los oficialistas, los opositores, los niniceados y los empijamados.  El alto gobierno será juzgado con votos por lo que están  haciendo mal y, sobre todo, por lo que dejen de hacer. Trampa no mata descontento generalizado.

No basta correr en todas direcciones, esconderse en un avión volando de aquí para allá, pasar los días  hablando de todo y resolviendo nada. Inseguridad, corrupción, inflación, desabastecimiento, salud, vivienda, le respirarán sin pausa en el cogote dondequiera que vayan y los estarán esperando cada vez que toquen tierra en Maiquetía.

Ya los trucos están vetustos y  los pases de magia descifrados. Tendrán que plantarle cara a lo inevitable: debatir con el país, rendir cuentas, confrontar soluciones, indagar y ver lo que se está haciendo en la vecindad democrática y exitosa, y ponerse a trabajar.

No hay de otra, hagan lo que hagan Capriles y la oposición democrática los están esperando, por eso se encuentran… entre el debate y la pared.

@jeanmaninat

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