Gotham como arquetipo – José Rafael Herrera

Por: José Rafael Herrera

Según Jung, los fenómenos histórico-culturales que han experimentado los hombres a lo largo de su devenir van dejando sedimentos que, tarde o temprano, reaparecen, una y otra vez, de los modos más diversos e inesperados. Sedimentos que se acumulan en el fondo del “inconsciente colectivo”, configurando el modelo general que permite comprender el “aquí y ahora”. Se trata de formas, de estructuras del quehacer social –Das Bildung, diría Hegel–, que penetran y, al mismo tiempo, recubren el modo de ser y pensar propio del espíritu de los pueblos, de las más diversas maneras y en sus más diversos estratos. A tales formas, Jung las denomina arquetipos, es decir, ese tejido –esa tramada batista– dentro del cual se producen y reproducen –corso e ricorso– las experiencias y recuerdos de la entera humanidad. Nadie, ningún individuo particular, se desarrolla independientemente de la sociedad, porque el contexto cultural determina e influye de un modo decisivo en lo más íntimo de todos. Este es el verdadero “legado” de ideas y valores que el pasado le otorga de continuo al presente. Un yo que es un nosotros, un nosotros que es un yo.

Bruno Heller es el creador de Gotham, la extraordinaria saga estrenada por la Warner Bros en 2014 que narra los orígenes de Batman y del resto de los personajes de Bob Kane y Bill Finger. Gothic-town Gotham es la ciudad arquetípica del tiempo presente. Las primeras andanzas del “Pingüino”, de “Gatúbela”, del “Espantapájaros” o de “Two Face” y “The Joker”, encuentran en la oscura ciudad, locus del crimen y la corrupción, sus primeras incursiones, antes de que se precipite el clímax que, no sin copiosa problematicidad, termine inclinando la balanza hacia Locke y Rousseau o hacia Hobbes y Nietzsche, en torno a la “naturaleza” –buena o mala– del género humano. Se trata, en fin, del horizonte problemático de una sociedad en plena descomposición. Horizonte que da sustento a la Ciudad de la furia –diría el inmortal Gustavo Cerati–, como premisa del surgimiento del debate interno entre justicia y venganza.

Es claro que más de un prejuicioso –da lo mismo que sea de derecha o de izquierda– pensará que se trata de ilusorias fantasías sacadas de la fertilidad mental de los demiurgos de los cómics, banales historietas que poco o nada tienen que ver con esta auténtica villa de los villanos que ha hecho de la narco-industria y la corrupción del espíritu el mayor de sus propósitos. Pero Gotham es, por eso mismo, un Aleph, uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos, “el lugar donde están sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”. Lugar, pero también tiempo, según la agudísima contribución dada a la cronotopía por parte de Carlos Fuentes: “Borges designa un tiempo y un espacio totales, aproximados por un conocimiento total”. Espacio y tiempo. Tiempo y espacio.

Gotham es, pues, un arquetipo y, como tal, el modelo del menesteroso presente, adecuado a todos los espacios y todos los tiempos. Muestra la crueldad, la agresión, la barbarie, propias de una sociedad profundamente enferma. Sus espacios y sus tiempos son, en consecuencia, los espacios y tiempos de un planeta, de un continente, de un país o de una ciudad en manos de la narcocracia. La torsión de la palabra, al servicio de la mediocridad y la pobreza, dan cuenta de un mundo secuestrado y al cual se le ha impuesto la idea de que se debe retomar el camino del César carismático, del fanfarrón dictatorial, del repulsivo gritón prehistórico y tropero que acompaña a toda forma característica de fascismo. Los pingüinos y los guasones pululan por doquier, a veces, vestidos de indigenista, a veces, de red neck, a veces con liquiliqui o con un ridículo mazo de plástico en la mano, en una sociedad que tiene por divisa la conversión de la sociedad en cartel. No hay en esto astucia alguna de la razón. La progresiva depauperación del lenguaje actual da cuenta de la creación de sistemas de vida carentes de espíritu, rígidos, intolerantes, no-libres, ajenos a la eticidad. Escisión –desgarramiento– entre lo que se quiere ser y lo que se va siendo.

Gotham está en cada saqueo, en cada bolsa Clap, en cada perdigón, en cada bomba lacrimógena, o en cada bala disparada contra un rebelde, acusado de “terrorista” y “traidor a la patria”; en cada secuestro de la propia voluntad; en cada billete sin ningún valor real; en cada cola para comprar un pollo o una canilla de pan. Y, peor aún, en el temor de quien, aun en contra de su propia voluntad, pretende votar por una “constituyente” que no constituye, por puro miedo a perder su trabajo. Es la configuración de la realidad que ha sido construida sobre la tristeza de los sedimentos acumulados, que ya no reposan en el fondo del “inconsciente colectivo”, sino, más bien, en la superficie de un “colectivo inconsciente”. Es la sociedad que se ha ensamblado sobre aquello que está muerto en sí mismo, la sociedad de los zombies (¡The walking death!), la sociedad que autoproclama su abstractamente feliz derrota de las conquistas de la humanidad. Es el paroxismo de la esquizofrenia del ser social.

Pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad. Por fortuna, en la calle se lucha a cada instante. Por fortuna, para el espíritu del mundo, la libertad vive con firme insistencia en el asfalto y penetra con plena convicción en los hogares, los hospitales, las academias, los gremios y sindicatos. La voz de cambio, el espíritu de la justicia y la razón, marca los acordes con su inquieto movimiento civil, por todas partes. Por fortuna y –hay que decirlo– por virtud, la decadencia del tiempo presente parece estar llegando a su fin. Por lo menos lo está aquí y ahora, en esta tierra pionera de libertades.

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