JKO: clase, estilo y liderazgo - Soledad Morillo Belloso

JKO: clase, estilo y liderazgo – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

No vayas donde guía el camino. Ve donde no hay camino y deja huella

Ralph Waldo Emerson

Sus detractores la acusan de haber frivolizado la atmósfera  política, de haber hecho de su posición un escenario banal.  No faltan los que afirman que el suyo fue un desperdicio de talento. Nada más alejado de la realidad.

Nacida en 1929 y fallecida en 1994, fue cualquier cosa menos irrelevante. Me atrevería a decir que fue una de las mujeres más marcadoras de la posguerra. De hecho, ella simboliza esa nueva mujer occidental que surge en aquel  mundo que había cambiado, que había logrado superar viejos dolores y se enfrentaba a dolores nuevos.

Hay que comenzar por afirmar que en su papel como esposa del presidente John F. Kennedy cambió el paradigma de «Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer» por «Al lado de un gran hombre hay una gran mujer». Sí, al lado, nunca detrás.

Ya otra primera dama estadounidense – Elinor Roosevelt – había conseguido sacar a las mujeres «de la cocina» («far from the stove» fue una de sus frases) y las había convencido de tener su propio y abierto protagonismo, con lo cual logró que en su país se produjera un aumento exponencial de las mujeres trabajadoras y empresarias, lo cual cambió la visión que de las mujeres se tenía y, acaso más importante aún, en el cómo las mujeres comenzaron a verse a sí mismas. Desempañaron el espejo.

En aquel mundo que florecía en los sesenta, Jackie fue una buena noticia, una gran noticia. Una mujer distinta, que no se parecía a las anteriores. Una mujer que indicó una manera diferente de surcar en los nuevos vientos a  las mujeres de su país y más allá, a la nueva generación que se abría paso. La política necesitaba nuevos aires, nuevos tonos, nuevos decires, nuevos haceres.

Ella hablaba con sus palabras, con sus gestos, con sus ropas, con sus miradas, con su agenda. Jackie marcaba tendencias. Su marido, que era grande, bien que lo sabía. Estaba muy consciente que ella era no solo su esposa y la madre de sus hijos, sino más bien su aliada. ¿Incondicional? No, nunca. Si él era John F. Kennedy, el presidente de una de las naciones más poderosas del mundo, pues ella dejaba claro que ella era Jackie («I am Jackie»). Tuvo un papel protagonista en la escena nacional e internacional. «Soy el hombre que ha acompañado a Jacqueline Kennedy a París, y lo he disfrutado», dijo en junio de 1961 el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy durante una visita de Estado a Francia.

Exagerada en nada, construyó un modo distinto de caminar, de vestir, de hablar, de ser. Con la elegancia de la sencillez y la amabilidad de una sonrisa, reconstruyó la imagen, la estética y el sentimiento. Con sus atuendos de líneas rectas sin abrumadores adornos, hizo de su estilo un modo de ser, estar y hacer.  Menos es más. Y ese más era arte y mensaje. Es incalculable la cantidad de mujeres en su país y en el mundo que hicieron de sus guardarropas inspirados en Jackie una estrategia de triunfo. Dejaron de escuchar ese tan equivocado «Oh, qué lindo traje» y comenzaron a inspirar un «oh, qué bien te ves, cuán elegante estás». Y eso con unas faldas rectas, una blusa unicolor, un par de guantes, un pequeño sombrero sin miriñaques («pill box») y un bolso de líneas simples. Un collar de perlas y acaso un pañuelo al cuello. Y para mejor sorpresa, aquel «look», sobrio, sencillo y a la vez poderoso costaba la mitad que todo lo que venían utilizando. Jackie democratizó la moda.

Su empeño en rescatar la Casa Blanca no fue un antojo. Lo hizo para recuperar la historia que se había extraviado en los pasillos. Cuidó cada detalle pero no reservó su obra para los pocos que allí acudían. Esa casa la hizo del país y así  la mostró en el medio más masivo de la época, la televisión. «Esta es la casa de nosotros, de los millones que somos los hijos de Estados Unidos de América».

Debe ser terrible que a tu marido lo asesinen con semejante vileza y que su cuerpo herido y ensangrentado caiga sobre ti. Seguramente cualquier mujer hubiera preferido velarlo en la privacidad. Pero Jackie no era cualquier mujer. Ella entendió que la pérdida no era solo de ella, de sus hijos y de los miembros de la familia Kennedy. Era de millones y a millones debía permitírseles dar su adiós. Su figura estoica en las exequias dio cuenta de la talla de una mujer superlativa.

Pudo hacer carrera política. De seguro hubiera sido muy exitosa. No quiso. Pero si dió apoyo y acompañamiento a sus cuñados, sobrinos e hijos.

Una mujer poderosa es atractiva y se siente atraída por hombres poderosos. Sus dos esposos, Jack Kennedy y Aristóteles Onassis, lo fueron. Si ella fue feliz con ellos es asunto sobre el que podemos especular. Incluso algunos suponen que ella fue más querida por ellos que lo que ella los quiso. Pero jamás tendremos certezas. Jackie mantenía su vida sentimental en reserva. Lo que vemos en películas y series es libre aproximación.

Sus hijos, Carolina y John John, la adoraban, respetaban y admiraban. Murió en 1994. Fue enterrada en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia, junto con el presidente Kennedy, su hijo Patrick y su hija mortinata Arabella. Aún hoy es considerada una de las figuras más influyentes del s. XX. Mucho hay que agradecerle. Mucho por la cual recordarla.

 

 

 

 

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