La absurda historia de Pancho y Gabo – Leonardo Padrón

Por: Leonardo Padrón

Era domingo 19 de junio, día del padre. La familia Márquez Lara no_OIy8-Y4_400x400 tenía otra forma de celebrarlo que a través de internet. Todos estaban en distintas geografías. Así, el padre, Ricardo Márquez, recibió el abrazo de sus tres hijos vía skype. Pero hubo un momento en el que se le torció la sonrisa, justo cuando su hijo menor, Pancho, le comentó que ese mismo día iría manejando desde Caracas al Estado Portuguesa a prestar apoyo logístico en el proceso de validación de firmas para el referéndum revocatorio. A la alarma del padre se sumó la de María Luz, la madre. Él los tranquilizó, no tendría por qué haber problemas, era una jornada que lo entusiasmaba, además iría con Gabo, su gran amigo y mano derecha en la Alcaldía del Hatillo. A las 6 pm envió un mensaje diciendo que ya estaba por llegar a su destino. El señor Ricardo sintió entonces que el día del padre terminaría de forma plácida y sin contratiempo alguno.

Estaba totalmente equivocado.

A las 9 de la noche su teléfono en San Diego, California, sonó con la aspereza de las malas noticias. Una amiga de la familia les comunicó que ambos muchachos, Pancho y Gabo, habían sido detenidos por la GNB en la alcabala del antiguo peaje de Apartaderos en el Estado Cojedes. Hubo un segundo de perplejidad. ¿Detenidos por qué? Según dictan la lógica y la ley, en todos los confines del planeta, cuando a alguien lo llevan preso es porque ha cometido un delito. En este caso, el delito era casi un chiste.

Al revisar el carro de Francisco Márquez los guardias se habían topado con una buena cantidad de volantes con el rostro de Leopoldo López y Bs. 2.990.000 en efectivo. Ambos elementos tenían su razón de ser: 1) Pancho y Gabo son militantes del partido Voluntad Popular, ergo, era bastante coherente que llevaran panfletos con la imagen de su líder político. 2) Para apoyar a los ciudadanos del estado Portuguesa que quisieran firmar por el revocatorio se necesitaba una logística que entrañaba alquiler de transporte, toldos, comida, hidratación y un consabido etcétera. Ese era el único objetivo de tal dinero. Claro, en esta Venezuela devaluada, donde el papel moneda encarna de modo trágico la hiperinflación en curso, resulta apabullante esa cantidad de dinero en efectivo. Pero en ninguno de esos actos hay el más mínimo rastro de algún delito tipificado por la ley.

Igual van preso, caballeros.

¿Necesitan el argumento de un crimen para justificarse ante la opinión pública? Anoten allí: legitimación de capitales e instigación pública. Y punto. Pa’l hueco!

***

Son ya 46 días de encierro en una celda sin ventanas, sellada y sin resquicios, cocinándose a fuego lento en el hervor de Guárico. Son ya 46 días de humillación y privación de libertad en circunstancias que agreden sin tregua la condición humana. Es lo que están viviendo Francisco Márquez (Pancho) y Gabriel San Miguel (Gabo) en el Centro para Procesados 26 de Julio, en San Juan de Los Morros. Y, fíjense, oh contradicción, a pesar del nombre de la cárcel, ellos aún no han sido procesados. Pero en nuestro país, lo sabemos, la justicia circula por canales extraños.

Mientras tanto, la vida les ha cambiado dramáticamente a Pancho y Gabo, dos jóvenes de 30 y 24 años que solo pretendían colaborar para que la gente de Portuguesa ejerciera sus derechos democráticos.

Apenas al entrar a prisión les raparon el cabello y los confinaron a una celda con camas de cemento, sin luz natural ni artificial. En el techo, como un tesoro, avistaron un agujero producido por una granada tras un motín. Por allí se cuela clandestinamente el sol. Pancho y Gabo cuentan que siguen el curso de ese delgado rayo de sol como si fuera un surtidor de agua, una bocanada de oxígeno, una mínima ración de vida normal. Sobre sus cabezas escuchan permanentemente el paso de guardias armados que deambulan en el techo, como un recordatorio del sojuzgamiento que viven. Una norma de esa prisión es someter a los cautivos a un aislamiento de un mes, un larguísimo mes sin contacto con la realidad, sin libros, sin poder recibir cartas, sin asideros de ningún tipo para lidiar con la adversidad. Algo que no puede menos que calificarse de tortura psicológica. Felizmente, en algún momento pudieron sortear tanta rigidez y lograron tener acceso a algunos libros y cuadernos que les sirvieron para escribir cartas de desahogo.

Pancho y Gabo apenas han podido hablar con sus abogados durante lapsos de 30 minutos. (Reza en la ley que la visita debe ser tan larga como sea necesario para la defensa). Tienen dos semanas que no hablan con ellos a 1 día de su acto conclusivo. Sus familiares solo han podido verlos una vez en 46 días, lo cual agrava la angustia de todos a su alrededor. En la celda han convivido con jóvenes detenidos por los saqueos ocurridos en Cumaná a mediados de junio. Incluso uno de ellos resultó ser miembro del PSUV. Las penurias del cautiverio los han convertido en amigos. Uno que otro momento de liviandad ha ocurrido y así, en ocasiones, Pancho les da clases de inglés mientras uno de los jóvenes orientales les enseña el arte de tocar el cuatro. Todos deben lidiar día y noche con el pútrido olor de la única letrina que hay en el calabozo. Ya hay presos que presentan cuadros de diarrea y sangramiento. Apenas reciben 10 minutos de agua diaria para asearse. Todo es extremo. Todo es precario.

Y ese es el mismo lugar que cuando lo inauguró el 27 de febrero la ministra Iris Varela proclamó –rimbombante, henchida de orgullo, patriótica como pocos– que era“un centro que viene a demostrar lo que es la voluntad de un gobierno que respeta absolutamente los derechos humanos y que trata a los privados de libertad con condiciones de dignidad, como nunca antes se registró en nuestro país”.

Cabría averiguar qué significa la palabra dignidad para la ministra Varela.

***

En el año 2012, Pancho, que acababa de culminar un Master en Políticas Públicas en la Universidad de Harvard, sorprendió a su entorno cuando decidió, en vez de aceptar las ofertas de trabajo que le llovieron en Estados Unidos, volver a su país y ejercer su vocación de servidor público en un momento de gigantesco colapso social. Más aún, anunció en su muro de Facebook que había comprado un pasaje aéreo a Venezuela, sin ticket de regreso. One way. Hoy, a pesar de su injusto e inesperado presidio, no hay un milímetro de arrepentimiento en su decisión.

Por su parte, Gabo, quien actualmente estudia una maestría en Derecho Constitucional en la UCAB, posee una templanza que supera sus cortos 24 años. En la fundación Lidera descubrió la importancia del servidor público. Hoy, como Pancho, ha logrado concitar el respeto y aplauso de todos los que lo conocen. Su madre, Marybel Rodríguez, profesora jubilada, ha transitado este dolor con la soledad de la viudez. Y lo confiesa desde el ahogo: “La vida me cambió desde la noche del 19 de junio a las 10 y 30 pm cuando Gabriel me avisó que los habían detenido. Él me aseguró que al día siguiente, a más tardar a mediodía, estarían libres”. Eso nunca ocurrió.

El padre de Pancho, filósofo y ex jesuita, lo ha expresado con el énfasis de quien no solo quiere sino también admira: “Francisco y Gabriel pertenecen a esa generación de jóvenes que se dieron cuenta que hay que formarse para trabajar en política, que hay que crear dentro de sí mismos lo que se quiere crear afuera, que la política es garantizar la dignidad de la gente, que no haya ignorados ni excluidos”.

María Luz Lara, la madre de Pancho, no se cansa de esgrimir argumentos de coraje y sensatez. Necesita a su hijo libre y agita los espacios del cielo y de la tierra para que ello ocurra. Es una doctora experta en alergología e inmunología que subraya la devoción de su hijo por su país de origen. Le parece inconcebible que tanta vehemencia amorosa esté tras las rejas.

Hoy, 4 de agosto, cumplen 46 días encarcelados en una prisión concebida para criminales de alta peligrosidad, habiendo sufrido un largo inventario de violaciones de sus derechos humanos desde el mismo domingo en que fueron detenidos. Pancho tiene varios días sufriendo altas fiebres y se sospecha que puede ser dengue, algo previsible en un calabozo atestado de mosquitos y humedad. Gabo también está presentando síntomas parecidos.

El viernes 5 de agosto se vence el lapso para presentar el acto conclusivo del Fiscal. Los abogados lo dicen a voz en cuello y en su clásica jerga: las actuaciones están viciadas de nulidad producto de la violación de las garantías procesales y constitucionales. En síntesis: No hay delitos. No puede haber culpables. Todos los procesos de detención y reclusión han sido ilegales. Pancho y Gabo nunca debieron ser detenidos. Merecen estar libres. Merecen recuperar su vida. Merecen sentir que a veces la justicia ocurre en Venezuela.

Leonardo Padrón

por: CaraotaDigital – agosto 4, 2016

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