La borrachera y el ratón – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Algunos fuimos acusados de pájaros de mal agüero, de viudas delsoledad morillo belloso 2 pasado, de profesionales del pesimismo. Nos hartamos de alertar que la bonanza del precio del petróleo era un espejismo y que a todo evento debíamos evitar caer en la tentación de emborracharnos. Que si nos embriagábamos con desmesura, las patas del ratón nos saldrían hasta por las orejas. De nada sirve el «yo te lo dije». Amen de antipático, es patéticamente estéril. Porque la borrachera ocurrió y ahora hay que trasegar el ratón y sin medios para siquiera tomarse un par de aspirinas.

 Al país se le hace una daño inmenso cuando se le miente, cuando se le pretende embrujar con sortilegios lingüísticos. Es cierto que no es la primera vez que hemos tenido un alto índice inflacionario. Pero lo grave está en la confluencia de inflación descontrolada, escasez de todo, bajísima producción nacional, notorio desabastecimiento y disgusto generalizado. Eso, en síntesis, es una bomba quiebra patas. Los controles de precios y de la moneda, la corrupción incalculable, la acidez del verbo gubernamental y la negación de la evidencia se mezclan con la abulia ciudadana y la franca incapacidad de la población para comprender a ciencia cierta qué diantres pasó, qué pasa y qué pasará.

 El gran desafío de los políticos oficialistas es conseguir que la gente siga creyendo en esta fantasía idiota. Y si no hay plata para aumentar sueldos o hacer obras, hay sí suficiente dinero para una campaña de engaños, de besuqueadera, de comida de muchas calorías y pocos nutrientes. El reto de los líderes de oposición, sean o no candidatos a las curules parlamentarias, es despertar a los millones de ciudadanos de esta pesadilla disfrazada de sueño de una noche de verano. La verdad por delante. Cruda y dura. Aunque duela. Claro, los verdaderos líderes saben y entienden que tienen que poner la espalda para recibir los cuerazos. Liderar no es ponerse por arriba, sino al frente, a los lados y atrás. Estamos en un laberinto. Y de los laberintos sólo se sale por arriba, como bien escribe Leopoldo Marechal.

 Estoy convencida que de este desmadre saldremos. Magullados, escaldados y, seguramente, desilusionados. Ojalá al menos, cuando consigamos superar el caos en el que pataleamos, hayamos aprendido algo. Porque si bien la responsabilidad del fracaso económico y social de Venezuela es fundamentalmente del gobierno, el costo de ese portentoso fracaso lo estamos pagando todos hoy y, más grave aún, lo pagarán nuestros hijos y nietos. Hay que aprender. De lo contrario, ni la borrachera ni el ratón tendrán el más mínimo sentido y propósito.

 Por supuesto, en democracia hay que protestar. Hay que decirle al gobierno todos los días y por todas las vías posibles que tiene que rectificar y cambiar. Pero, también en democracia, cuando el gobierno se niega a cambiar, llega el momento en que por vía constitucional, y sólo por esa vía, hay que cambiarlo. La domesticación no está en el guión de ningún ser que crea en la democracia. A los gobiernos malos que se niegan a cambiar hay que botarlos legalmente, echarlos, sacarles tarjeta roja, con votos.

 Así que si usted todavía cree que esto no tiene remedio, prepare su ánimo y su dedo. El mejor instrumento de un demócrata venezolano es el flexor digital máximo. Úselo con rabia, con inteligencia, con conciencia y, sobre todo, con pasión. La pasión es la mejor gasolina que mueve el carro de la democracia.

 soledadmorillobelloso@gmail.com

@solmorillob

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