Soledad Morillo Belloso

La Margarita de Francisco Suniaga – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Yo veo a Margarita hoy. Despedazada. Yerma. Vapuleada. Irrespetada. Con gente que deambula buscando ver cómo diablos sobrevivir.

Y, sin embargo, veo más allá. Porque veo oportunidades. No me refiero a unos cuantos bodegones repletos de exquisiteces, o a comercios enormes con escondido  oficio de lavanderías, o a algún restaurante de cinco platos con rayitas decorativas al que solo pueden ir algunos pocos privilegiados.

Yo veo posibilidades enormes para una isla que tiene la suerte de estar en el pedacito mágico del Caribe que no visitan los huracanes. Veo una isla sin problemas raciales, ni religiosos, donde todo el mundo quiere mostrar su sonrisa y las manos están abiertas.  Veo una isla lo suficientemente grande pero no demasiado como para extraviarse. Que puede ofrecer todo eso que le gusta al turista que quiere tragos con paragüitas, cocina con autenticidad y hablar de calle. Veo una isla con el lujo de un clima casi igual todo el año y con temperaturas de verano siempre presente, donde llueve de a ratos pero siempre hay la promesa de un catire esplendido que nos pone la piel linda y tostadita. Veo un mar en vaivén, que no se irrita mucho y que deja navegar.

Veo oportunidades. Hace años Margarita se parecía a Marbella. Hoy parece Tucacas antes de los hoteles.

Pero a pesar del descuido, yo veo posibilidades. De festivales de música, de gastronomía, de literatura. Veo campeonatos deportivos. Veo conciertos. Veo turismo que viene a festejar a la Vallita, que quiere caminar por su playas y ver el vuelo de las tijeretas. Veo gente de todo el mundo comiéndose una arepas dónde Moya y pensando si se va a comer la tercera empanada de cazón en la playa a la que haya escogido ir. Veo niñitos ofreciendo agua e’ coco y recitando poemas. Veo doñita con pañuelos de colores y camisas muy blancas que ofrecen vuelve a la vida mientras cantan un polo o un galerón. Veo gente que protege a la cotorra y a los tortuguillos, que pasea por la plaza de La Asunción luego de haber visitado la iglesia.

Mis ojos ven el desastre de hoy pero son capaces de imaginar un buen mañana. Ven los pueblos renaciendo y abriendo sus puertas para saludar a los visitantes. Veo a los pescadores faenando con orgullo y con la cara sudada de felicidad.

Veo a los carricitos cantando el himno nacional cada mañana en el patio de las escuelas. Veo a los jóvenes con sus morrales caminando a la universidad.

Veo las flores de las trinitarias que festejan la vida. Veo la Margarita que pinta con sus letras de pasión y mil colores Francisco Suniaga. Yo veo esa Margarita de la que me enamoré. Y sí, la veo y me vuelvo a enamorar.

Yo veo todo lo que puede ser y será.

 

 

 

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