La Palma y el Jardín - Ismael Pérez Vigil

La Palma y el Jardín – Ismael Pérez Vigil

Publicado en: Blog personal

Por: Ismael Pérez Vigil

Voy a hacer un paréntesis en el tema político, para hacer una crónica de una visita guiada que un grupo de amigos hicimos al Jardín Botánico de la UCV, aunque una de las aristas de mi crónica toca y se sumerge en la realidad del país. Seguramente muchos hemos visto rodando por las redes sociales un video del Dr. Mauricio Krivoy, Director del Jardín Botánico, en el cual habla de la próxima “floración” de la Palma de Ceilán (Corypha Umbraculifera). Quienes no hayan visto el video, les recomiendo hacerlo en alguno de estos “vínculos”: https://bit.ly/3HYQ2cbhttps://bit.ly/3s00Dhs  y https://bit.ly/3Bv7uCy

La Palma de Ceilán es una palmera que florece, por primera y única vez, después de 30 o 40 años; en el caso de la que está floreciendo ahora, en el Jardín Botánico (JB) de la UCV, cuenta con unos 50 años. Esta soberbia palmera tiene más de 20 metros de altura y su tallo o tronco un diámetro de más de 1,3 metros; es una planta imponente, −calificarla de exótica se quedaría corto y no le hace justicia−. Al lado suyo, hay otra, más “pequeña”, de una altura entre seis o siete metros, pero sus ramas tienen una envergadura que ya alcanza un diámetro de diez metros; es una verdadera “palmera bebé” −como le dicen los que trabajan, cuidan y protegen el JB− pues solo cuenta con 28 años; es decir, le faltan otros tantos más, para tener su correspondiente “floración”. Estas palmeras, son las que tienen la inflorescencia más grande del mundo, con un penacho, cogollo o copa que alcanza una altura de hasta 6 metros y produce más de tres millones de flores. Florecen, como ya dije, una sola vez en la vida y se mueren; por lo tanto, nadie que pueda evitarlo, debe dejar de ver esta palmera y su floración, que debe estar en pleno apogeo en uno o dos meses. La anterior de estas palmeras que floreció en Venezuela, lo hizo en el año 2003 y de ella son algunas de las fotos y videos que están rodando por las redes. Fue introducida al país por el botánico, jardinero, suizo August Braun, quien dedicó buena parte de su vida −junto con Tobías Lasser y Pedro Naspe− a desarrollar nuestro Jardín Botánico; falleció en 2003, antes de verla florecer completamente. Sus cenizas están esparcidas en el JB.

Fue gracias a una amiga que nos enteramos de estas visitas guiadas y se encargó de los arreglos para que la pudiéramos hacer. Más que un paseo, fue una experiencia extraordinaria, por varios motivos:

  • Primero, porque tuvimos el privilegio de que dirigiera nuestra visita una botánica, graduada de bióloga en la UCV y con un doctorado en Biología; la Dra. Yaros Espinoza, quien nos condujo toda una mañana por el JB, respondiendo todas nuestras preguntas, algunas muy pertinentes, otras de curiosidad infantil, pues como negar que nuestros conocimientos de botánica se remontan a la primaria o todo lo más al bachillerato, finalizado unos 50 años atrás. No hay como visitar estos sitios con un experto, con profundos conocimientos del tema, pero que además es obvio que le gusta y ama lo que hace.
  • El segundo motivo para calificar de extraordinaria esta visita, no fue solo ver esta maravillosa y extraña planta, la Coripah Umbraculifera y enterarnos de los pormenores de cómo llegó y creció aquí; pero, también lo fue la oportunidad de ver y escuchar de una especialista la descripción de una buena cantidad de especies, que algunos de nosotros jamás habíamos visto o apenas habíamos oído nombrar; en mi ignorancia botánica, recuerdo algunos nombres: Carocaros; Camorucos, el árbol emblema del Edo. Carabobo; Palo Mulato; Indio Desnudo; Vinagrillo; Astrolojas; Guamachitos; Taparos; Eucalipto Limón, gigantesco y grueso; Palma Azul o Bismarckia; Palma Dracena o Draco; Palma Rabo de Iguana; el Samán, más que centenario, de la Hacienda de las Ibarra);  Coco de Mono o Bala de Cañón; cientos de Bromelias; variedades de Agaves; Flores de Loto, el blanco, sagrado o Loto de la India y el rosado o Loto de Japón; Victoria Amazonia o Regia, Nenúfares; diversos tipos de Tunas; Ñame Isleño; Ficus, entre ellos el Ficus Costarricense y el Religiosa o Ficus Sagrado de la India;  y un muy largo etcétera, de docenas de plantas para cuyos nombres mi memoria no alcanza.
  • El tercer motivo fue la experiencia de ver y recorrer el Jardín Botánico, del que tantas historias hemos escuchado y enterarnos por una testigo privilegiada −la Dra. Espinoza, nuestra guía− de la realidad de este jardín, declarado patrimonio cultural de la humanidad en 2001, por sus propias características y no solo por ser parte de la UCV. Lo primero es desmentir, categóricamente, la información de que el JB está abandonado; nadie ha abandonado el jardín botánico; lo que no tiene son recursos y por eso los empleados, profesores e investigadores que trabajan allí, hacen denodados esfuerzos por mantenerlo, cuidarlo y protegerlo, a pesar de no contar con un presupuesto adecuado, con el que tampoco cuenta la UCV. Aclarado esto, hay que destacar la actividad desplegada por estos trabajadores, investigadores y profesores quienes han organizado un voluntariado que hace tareas de limpieza, conservación y mantenimiento; han organizado un grupo de guías, especializados, que por un módico monto −menos que una entrada al cine− y una contribución de algún producto de limpieza, quien desee visitarlo, puede realizar una visita guiada, muy educativa, que incluye el equivalente a una conferencia del más alto nivel científico y de información que sobre el tema pueda haber en el mundo; esa “conferencia” fue la que disfrutamos el grupo con el que yo recorrí el JB; han organizado también actividades con alumnos y representantes del Colegio de Fe y Alegría, del barrio cercano, además de que reciben visitas organizadas de muchos institutos educativos de Caracas; han logrado acuerdos con sus vecinos de los barrios populares cercanos, para prevenir invasiones, que ya han ocurrido, y han sido los propios habitantes de estos barrios que han advertido de las mismas a las autoridades del JB y han ayudado a solventarlas.

Este último motivo deja, para mí, una lección muy importante. El país no es un simple paraíso de alardes y fiestas en un “tepuy”; tampoco es una “burbuja de bodegones”, con abundancia de productos caros −incluso en dólares− para el disfrute de unos pocos, mientras la gran mayoría sigue privada de lo más esencial. Pero si ese no es, ni mucho menos el país, a pesar de la crisis y el deterioro, tampoco es un país totalmente destruido, en ruinas, en donde todo es desolación, miseria y muerte.

Aquí todavía vivimos varios millones de Venezolanos que trabajamos, estudiamos, amamos, peleamos, porque no apoyamos este régimen y nos oponemos a él, de diversas maneras −lamentablemente sin ponernos de acuerdo y quizás por eso aún no hemos logrado salir de él−, pero no nos rendimos. Si, es verdad que también a veces lloramos, de dolor, de impotencia, de rabia; pero, también reímos, celebramos cumple años, bautizos, primeras comuniones y bodas; nos graduamos, recorremos el país, vamos a la playa, a los Andes, a la Gran Sabana —cuando conseguimos gasolina—, salimos a comer y a cenar, a tomarnos un trago con familiares y amigos… Lo más importante es que recordemos que Venezuela NO se ha muerto. Venezuela sigue viva. Y esta visita al Jardín Botánico de la UCV, y lo que allí vi, me lo recordó.

 

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