La soledad acompañada – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Jean ManinatEl reciente episodio en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), nos trajo, de nuevo, la orfandad de orientación política que signa el día a día de la oposición venezolana. La indignación por la presencia del primer mandatario -en un lugar técnicamente extraterritorial, y una escapada publicitaria a Harlem- es comprensible entre gente desprovista de conocimientos acerca de las características particulares de las instituciones internacionales, sus cartas fundacionales, y el  laborioso entramado de su institucionalidad. No es producto del azar que en la instancia más determinante en la toma de decisiones de la ONU, el Consejo de Seguridad, de 15 países que lo conforman, solo 5 tengan poder de veto: EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Se pagan y se dan el vuelto, en un ejercicio necesario de mutua contención.

Por la Asamblea General han desfilado todo tipo de jefes de Estado y de Gobierno -incluyendo a personajes extravagantes como el Che Guevara, que no era ni lo uno ni lo otro, y a Gadafi, que lo era todo a la vez-. Pero también una mayoría de mandatarios respetuosos de los derechos humanos y la libertad. Es la pasarela, por excelencia, de la atribulada realidad mundial que nos confina. De manera tal que otorgarle al régimen victorias o derrotas por su presencia en la ONU, es un acto de infantilismo político. Salvo la comparecencia de un mandatario “superestrella”, la sala plenaria suele estar notoriamente poblada de notetakers -en la jerga de los pasillos onusianos- mientras los líderes tienen sus reuniones bilaterales, que es en realidad a lo que han ido. Ninguno quiere asistir de oyente de otro.

La diferencia, notable esta vez, es la andanada reprobatoria de gobiernos latinoamericanos a la displicencia del gobierno venezolano con el éxodo de sus gobernados hacía países vecinos; el “impuesto exógeno” que incide sobre los ya atribulados presupuestos de los países receptores, a medida que los penitentes venezolanos se deslizan por miles en sus fronteras. Los problemas internos de un país se convierten en dramas de todos, cuando traspasan los límites geográficos. Pero la solución definitiva del problema corresponde al país que sufre, en carne propia, los rigores de la desastrosa gestión de su gobierno.

El apoyo internacional es parte importante, más no determinante, de la contienda por recuperar la democracia de manos de gobiernos totalitarios, o autoritarios, que la han conculcado. (Si los demócratas chilenos no se hubiesen organizado -en medio de sus marcadas diferencias- para ganarle el plebiscito al general Pinochet, de poco habría servido la solidaridad internacional que concitó su lucha. Ayúdate que yo te ayudaré).

No hay manera de hurtar la responsabilidad de resolver nuestros asuntos entre nosotros. Salvo los tontos de capirote, de aquí, allá y acullá, a nadie se le puede ocurrir que una “intervención humanitaria” nos salvaría de nuestro propio abandono. De tanto mirar hacia afuera, se ha perdido la noción de lo logrado para resistir el desmantelamiento de una sociedad que alguna vez fue un ejemplo de prosperidad y convivencia, y que atrajo a tantos ciudadanos de otros lugares, a pesar de nuestras deficiencias de entonces. Quizás haya que volver a creer en nosotros mismos.

Lo cierto es -disculpen la cantinela- que solo la oposición democrática venezolana tiene en sus manos la forma de cómo desatar sus ataduras, plantarse como una opción creíble -frente al país, y la comunidad internacional- y recobrar su pertinencia de ayer. Nadie nos hará la tarea: ni el Grupo de Lima, ni la OEA, ni la ONU, menos aún el presidente Trump, que bastante tiene en su plato por resolver. Es la soledad acompañada, y habrá que asumirla.

 

@jeanmaninat

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