Los quemaítos

Por: Alberto Barrera Tyszka

  Empecé preguntándome quién sería el fotógrafo. Lo imaginé como un publicista de 60 años, algo calvo, que ha perdido el asombro y siente nostalgia por la época en que le pagaban por retratar muchachas en bikini. Pero la vida da esas vueltas y ahora es un experto en el marketing político. Lleva ya años trabajando para el Gobierno. Así lo imagino. Recibiendo a Ameliach, por ejemplo, ubicándolo en el set, debajo de las luces, en el ángulo correcto; diciéndole cómo debe ponerse, aflójese un poco, sonría, mueva la cabeza hacia allá pero mire hacia acá. Piense en algo bonito. Recuerde que estamos vendiendo un corazón.

  Ahora, cada vez que veo la propaganda de alguno de los candidatos del Gobierno, en uno de esos sites pro oficialistas, vuelvo a recordar esa imagen. Se trata de una industria. Todos los candidatos lucen más o menos igual. Más allá de las camisas rojas y de las frases hechas. Casi posan en el mismo ángulo lateral.

  Casi observan a la cámara de la misma forma. Casi sonríen buscando alcanzar la misma ternura. Repiten la imagen del Presidente en su campaña. Tratan de componer un cuadro idéntico. Bajo la consigna y el emblema del corazón. Quieren copiar su latido, emular su éxito sentimental.

  ¿Has visto a Elías Jaua? Ahora su radicalidad parece formar parte de una vida anterior. Ha reencarnado en un candidato nuevo, lleno de bondad, de alegría y de buen humor. En todos sus años de gobierno jamás había sonreído tanto como en estos pocos días de campaña. La luz, además, lo ilumina de manera religiosa. Lo mismo pasa con Tareck el Aissami. El ex ministro del Interior además ofrece una mueca tan cuchi, como de niño inocente, cazado en una dulce picardía por el rápido flash de la foto. Y otra vez el corazón. Y otra vez la misma frase. Son repeticiones en género rosa.

  La publicidad oficial está dedicada a peluchizar a sus candidatos. El caso de Rodríguez Chacín es el más asombroso, sin duda. También él quiere ser una versión del cariño presidencial. Y está feliz y sonríe, tan lleno de plenitud y de esperanzas. Hay que maquillar mucha historia para vender a alguien que está señalado de haber tenido, supuestamente, alguna responsabilidad en la masacre de El Amparo. Pero ahora nada de eso importa. El ex ministro luce radiante. Con el mismo gesto tierno. Con la misma sonrisa seriada. Una mueca convertida en marca.

  La campaña oficial, o al menos una parte de ella, estandariza a sus candidatos. Borra sus características personales para desdibujarlos en un mensaje mayor. No son ellos: son Chávez. O tratan de serlo. O se quieren parecer a él.

  Esa es su propuesta. Lo imitaremos lo mejor posible. Es una operación afectiva particular que consiste en decirle al elector una sola cosa: Olvida que soy yo. Eso es lo fundamental. Ese es el centro del mensaje. Es la ideología de la repetición. Ese es el verdadero contenido: Yo no existo, si votas por mí, votas por él.

  Nuevamente asistimos a la activación de un procedimiento con características religiosas, eclesiales. El dios omnipresente manda a sus representantes a la tierra. Son su imagen imperfecta, jamás lograda, pero es lo único que hay. Tratarán de seguir sus palabras, de distribuir las buenas noticias, de repartir la fe y las promesas de salvación.

  Ese es el nuevo sentido de la representatividad democrática y celestial.

  Pero no basta. No es suficiente. Los candidatos oficiales también son copias que necesitan subtítulos. Y con frecuencia. Es necesario recordarle al rebaño que las cosas tampoco son de gratis. Nadie llega a un paraíso sin dar algo a cambio. Así es el capitalismo. Todavía estamos en plena transición. Si quieres un poco de cielo, primero tienes que pagar.

  De una o de otra manera, todos los candidatos oficialistas reiteran siempre ese mensaje. Se presentan como la única garantía de que el Gobierno central ayude a la región.

  Es una variación publicitaria del mismo concepto. Sólo son instrumentos para que el comandante pueda actuar.

  «Chávez necesita apoyo para apoyarlos», dijo esta semana el ex vicepresidente Jaua. Es un programa electoral de alto vuelo, como se puede ver. Hay algo de acoso y de extorsión, de utilización del Estado y de la pobreza de la gente. Es una propuesta de lo más socialista y libertaria. Si no votas por mí, el Gobierno no te dará recursos. Si no votas por mí, serás miserable e invisible. Así funciona la exclusión en la quinta república.

  Veo nuevamente las fotos de los candidatos. Más que un producto de photoshop parecen salidos de una simple fábrica de quemaítos. La democracia también puede ser un ejercicio de piratería.

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