Los vientos de 2020 – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Estas letras son para explicar a mis lectores cómo es eso que hemos dado en llamar «oposiciones». No hay que escribir complicado lo que en realidad no lo es. Vamos, pues, sencillito, sin regorgallas lingüísticas.

La mesita y taburetes

Hay un grupo minoritario (fundamentalmente «la mesita» y algunos más) que cree que con Maduro hay que bailar un danzón moderado. Su posición recuerda a la que tuvo el Mariscal Petain con ese gobierno de Vichy en tiempos de la ocupación alemana de Francia. No les gusta el régimen pero creen que a Maduro lo vencerá el tiempo, el agotamiento y la quiebra económica del país y que, por tanto, caerá por su propio peso, casi como por inercia. No le ponen plazo a esa caída, lo cual es un reconocimiento implícito de una rotunda superioridad de Maduro tanto así que ya hablan abiertamente de un posible revocatorio y, si eso falla (profecía autocumplida), de elecciones presidenciales en 2024 para sustuir a Maduro en 2025. Si bien en ese grupo hay enclenques politiqueros de oficio (que han debido pasar a retiro) hay también gente seria e inteligente y, por cierto, muy respetable. Abogan por soluciones por cuotas y por hacer acuerdos segmentados con el régimen de Maduro y con los gobiernos aliados. De triunfar esa posición, el régimen rojo rojito se mantendría en el poder al menos cinco años más. Pero la AN pasaría a dividirse en cuatro toletes, a saber, la oposición mayoritaria, la fracción GPP, la fracción 16J y la fracción «la Mesita». Y quedarían algunos lobeznos sueltos.  El régimen lograría el beneficio del «divide y vencerás».

Los radicales

Hay un segundo grupo, también minoritario, que cree que a Maduro hay que derrocarlo, con «c». Dejemos claro que no necesariamente un derrocamiento ocurre vía golpe de estado. Esto puede ocurrir porque la situación se torne tan inmanejable que el mandatario se vea forzado a entregar su cargo, como por ejemplo ocurrió con Evo Morales. Poniendo de lado consideraciones éticas y morales y sin entrar en el detalle de los costos reales de una intervención militar foránea o local,  la principal debilidad operativa de esta estrategia está en que la fuerza para lograr tal cosa está fuera del control de ese grupo que la propone. Descansa en fuerzas externas y/o en grupos uniformados que hasta hoy lucen muy leales al régimen (digo hasta hoy porque es harto sabido que «los militares son leales hasta que se alzan».) Y eso hace a esa estrategia lejana e improbable. Importa poco si son obtusos, como algunos opinan en lo que no es sino un juicio de valor, o si están empecinados en una posición extremista e intransigente; lo fundamental es lo inviable de una propuesta que supone recursos y fuerzas de los que no se dispone y menos aún se controla. En este grupo hay gente muy poco competente  políticamente pero también hay personas que tienen vastos conocimientos.

Es bueno entender que a los ocupas de Miraflores les conviene hacer creer que estos dos grupos son fuertes y hasta mayoritarios (sin que haya una sola medición sería que los identifique como tales). Nótese que no los atacan sino más bien los convierten en protagonistas. 

La mayoría

El tercer grupo (ese es el mayoritario, por mucho, tanto en números parlamentarios como en apoyo popular ) busca derrotar al régimen. Léase bien, derrotar, con «t».  Por vías constitucionales y en el marco de la democracia. Dentro de esas vías está la electoral. Es un camino largo y espinoso y algunos piensan que ingenuo. Se trata de hacer acopio de poder político, de sumar apoyos internacionales (políticos, institucionales, financieros), de defender a los venezolanos (fuera y dentro del país) y de estar listos y preparados para la Venezuela que hay que construir (600 profesionales, desarrollo de todas las áreas, 19 mil horas hombre de trabajo, 2 mil horas de revisión, visión de corto, mediano y largo plazo, 6 mil páginas, eso es el

detalladísimo y muy profesionalmente desarrollado Plan País). 

Toda estrategia política es un organismo vivo, un modelo circular de planificación que permite y exige revisiones, ajustes y correcciones. La estrategia aplicada ha tenido fallos y éxitos, retrasos y avances. Ha tenido, por tanto, costos, pérdidas y ganancias. Y es obvio que en ese continuo revisar se detectaron traspiés y errores y ya se están haciendo cambios estratégicos y tácticos que respondan a las demandas de los cambios e imprevistos ocurridos en el escenario.

Dónde estamos

Francamente, no lucía posible que el nuevo CNE fuera nombrado antes de finalizar 2019. Eso no pasó de ser el verso de un bolero para alimentar una queja. La cuenta por los lapsos procedimentales no daba y menos aún los tiempos políticos. Es un asunto complicado que no puede ser despachado con simplezas y consignas como si fuera un mero trámite administrativo.

Si a ese nuevo CNE lo nombra la AN (como constitucionalmente debe ocurrir), será para – ajustadísimo y respetándose todos los formalismos – el mes de febrero, como muy cerca. Si lo hace el TSJ (por alguna nueva trampa), bueno, pues más hacia marzo o abril. Porque Maduro y su combo de «ocupas» no tienen hoy interés alguno en acelerar la convocatoria de un proceso electoral parlamentario que, en primer lugar, pueden perder (otra vez), y en segundo, la elección de diputados bien puede desatar en el país (y hasta en el mismo PSUV) un ánimo de desear una elección presidencial en un lapso corto. Y eso pondría en serios aprietos a Maduro. 

Insisten algunos (confundidos, mal dateados o con una agenda muy peculiar) en que la oposición no quiere participar en parlamentarias. Lo repiten sin cesar. Casi como si en su cantinela quisieran que así ocurra, sea para poder escribir en ilustrados textos ese «yo te lo dije» que parece causarles tanto placer, o, porque tras su predicción se oculta el deseo de una abstención que podría beneficiar a amigos filibusteros. Igual, si esa abstención no ocurre, dirán que fue su presión la que consiguió que la oposición tomara la «decisión correcta», frase que viene a ser lo mismo que el «yo te lo dije». Es el hábil ejercicio del cobrar méritos de cualquier manera. «Si no la gana, la empata»,  reza el viejo dicho popular. Ellos bien saben que a quienes tienen que tomar decisiones sobre el qué, el cómo y el cuándo (estrategia y táctica) les sabe a carato de parcha lo que unos pocos (que ni de lejos son la voz de las mayorías)  escriban o declaren en medios y redes. Cabe suponer que esa fría indiferencia de los liderazgos hacia las expertas posiciones y opiniones de «cientistas políticos» hiere su orgullo. Quizás no estarían en esa situación si se hubieran paseado por comprender que para influir sobre las decisiones de los liderazgos políticos, los caminos más inútiles son el de la pontificación,  de la crítica a distancia y el de la antipolítica. Los políticos prestan atención (y además consultan) a quienes ven que están dispuestos a mojarse las patas, a quienes se involucran y se comprometen, a quienes claramente arriesgan algo muy preciado y están dispuestos a dejar el cuero pegao’. A los políticos hay que saber hablarles. No por encima del hombro, no desde la pedante altura. No con ácidos tuits. Hay que ganarse su confianza. Son ellos en definitiva los que a la hora de las chiquitas van a tomar las decisiones y los que van a pagar el costo político de los errores. No van a correr riesgos innecesarios. Saben bien que el éxito tiene muchos padres pero el fracaso es huérfano. 

Sí pero no «como sea»

Hay también los que cantan el estribillo de «la oposición del G4 quiere unas elecciones como sea». Eso simplemente no es verdad.  Hay deseo de participar en elecciones, pero con un mínimo de condiciones. Claro que se sabe que los procesos electorales no serán perfectos, como no lo fueron varios comicios en los que la oposición participó. No es cierto que todos las elecciones han sido iguales. En cada una el CNE (el mismo CNE) se portó peor, fue más salvaje,  permitió y cometió más irregularidades e ilegalidades. La piratería creció y engordó. Se trata entonces de lograr unas condiciones que eviten que las elecciones se conviertan en procesos suicidas que, además, le hagan el favor al régimen de lavarle la cara. Se trata de poder ir a elecciones, no a un heroico paredón de fusilamiento y pasar estúpidamente a la historia como mártires. 

No te vistas que no vas

Hay otras aclaraciones que es pertinente hacer. No hay ninguna evidencia que sustente la teoría según la cual si la oposición hubiese participado en las elecciones presidenciales Henry Falcón hoy sería presidente. Si no hubiese habido la maraña de bombas quiebra patas en todo ese proceso, la oposición hubiese participado pero muy probablemente Falcón no hubiese sido el candidato abanderado. No es cierto que los ciudadanos que quieren un cambio de presidente (abrumadora mayoría) van a votar por cualquier candidato que la oposición nomine. Falcón (él lo sabe) nunca ha sido el preferido ni de los grupos y liderazgos políticos ni de los electores.  Quizás hubiese habido unas primarias en las que varios hubieran concursado y muy probablemente Falcón hubiese perdido. Y si la decisión hubiese sido por consenso de la fuerzas políticas, Falcón no hubiese sido el escogido. Otra persona hubiera sido el candidato. Hoy no sorprende que Falcón esté mal en las encuestas. Al desastre de haber participado en una elección choreta, suma el ser el líder principal de una tendencia minoritaria que montó una mesita de acuerdos con el régimen cuyo accionar no se ha traducido en ventaja alguna para una población en creciente sufrimiento y disgusto. La mesita de Falcón causó mucho revuelo al principio, pero ha terminado siendo mucha bomba y poco chicle. Es un colchón desinflado. Su evidente fracaso como instrumento de negociación solo pone de bulto que el régimen no respeta a los grupos alternativos, pero los usa a su conveniencia como arma para atacar al grupo mayoritario.

2020 y 2021

Por supuesto que la situación es compleja. Comienza 2020 mostrando claramente que ni el régimen tiene la fuerza para eliminar a la oposición, ni ésta tiene cómo derruir al régimen.

Eso fuerza a la oposición mayoritaria y a Maduro y su combo a un proceso de negociación que no hay que ser un genio para entender como inevitable. Todos los caminos conducen a una negociación política. Y eso es exactamente lo que ocurrirá a partir del 5E, luego de la elección de autoridades de la AN. A pesar de los pleitos, todo indica que Guaidó se mantiene en la presidencia. Algunos diputados  «opositores» no van a votar para ratificar a Guaidó, pero no se sabe por quién van a votar. Quizás se abstendrán, lo cual imagino entienden tendrá su alto costo político. Harían bien en reflexionar. 

La AN seguirá siendo el principal terreno de juego con, por cierto,  los patios más limpios pues lo ocurrido con algunos diputados implicados en acciones ilegales o convertidos en tránsfugas, va a resultar mucho más conveniente de lo que parece. La oposición mayoritaria se ha quitado tumores. Es mucho el daño que estaban haciendo e incalculable el perjuicio si no hubieran sido detectados. Penalizados deben ser política, moral y socialmente y, claro está,  expulsados del juego. De las sanciones penales a qué haya lugar ya se encargará el sistema judicial,  cuando lo tengamos. 

El juego sigue. Es un juego político aunque se haga uso de herramientas financieras, sociales, diplomáticas, judiciales, publicitarias.

Huele a elecciones parlamentarias en el último trimestre de 2020 y a elecciones presidenciales en 2021.

Los vientos van a soplar fuerte. Algunos traerán nubes de borrascas. Otros serán ráfagas secas. Algunos barcos naufragarán. Otros enfrentarán y sobrevivirán a la zozobra. Los buenos pescadores saben que no hay que navegar en tormentas perfectas. 

Lea también: «Lo que quiero que se lleve el viento«, de Soledad Morillo Belloso

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