Nosotros y ellos – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Mi amor por mi país es terco, persistente, empecinado. Es un amor que duele, como todos los amores serios. Que involucra y compromete, como todos los amores verdaderos. Que cuesta y cobra, que exige y demanda, como todos los amores que valen la pena. 

Yo nací en 1956, cuando todavía mandoneaba el chichón de piso. Tenía apenas dos años cuando cayó y se escapó. Entonces todo mi conocimiento de esos años horrendos es aprendido. Yo no sé sino ser demócrata. Y no quiero ser otra cosa.

La democracia es difícil. A no dudarlo. En realidad, es el sistema de gobierno más complicado y que pone a los ciudadanos en modo  «activo», de protagonistas, no de espectadores. Eso supone conocimiento, responsabilidad y una visión social distinta a otros sistemas en los que los pobladores son políticamente pasivos. La democracia es tozuda. Muchos la quieren pisotear y ella no se deja. Para vencerla no basta atacarla, la tienen que aniquilar. Pero eso tampoco es fácil. 

A muchos no les gusta la democracia. Les parece fastidiosa,  ineficiente, blandengue. Pero como la autocracia tiene tan mala fama, pues montan esquemas de gobierno para nada democráticos pero vestidos de tales. En realidad, en el planeta hay unas diez y nueve democracias reales, pero hay unos ciento cincuenta y tantos países que dicen ser democráticos aunque no consiguen pasar un mínimo examen de credenciales. La inmensa mayoría de esas democracias son caudillismos, con mandones jefes de estado con poderes y privilegios casi ilimitados. 

La democracia es un edificio en perpetua construcción. Nunca está lista, nunca está completa, siempre le falta algo. La de Venezuela, que había costado mucha sangre, mucho sudor y mucha lágrima para ir construyéndola ladrillo a ladrillo , y distaba mucho aún de llegar a niveles satisfactorios pero que era infinitamente mejor que los sistemas autocráticos que habíamos tenido como una maldición intermitente casi todos los años desde la independencia de la Corona Española, esa democracia fue pisoteada, vejada, contaminada, enfermada. Lo que hoy tenemos es ya (directamente y sin elaboraciones lingüísticas) una dictadura sin maquillajes. Pero a no confundirnos. Maduro luce como la cabeza de la tiranía. Pero eso es una ficción. Este país no es gobernado por quienes han usurpado la jefatura de estado, el TSJ, el CNE y el Poder Ciudadano y por quienes hoy intentan usurpar el Poder Legislativo. Esta nación ha caído en manos de traficantes con nexos con el crimen organizado trasnacional. Eso ocurre en la sombra; los reflectores están sobre títeres. ¿Cuántos saben quién es un individuo de nombre Alex Saab? Haga el ejercicio, amigo lector. Pregunte en la calle a cualquier ciudadano del común y le apuesto que un altísimo porcentaje de sus consultados no tiene ni la menor idea de quién diantres es ese «señor». 

Luis Parra y su banda no son más que piezas utilitarias en esta etapa del juego, como lo es también la mesita, hoy con una mega  devaluación que la ha convertido en banquito. No sé si les pagaron por hacer este papelón. Importa poco si les pagaron o no. Total, ¿qué son cincuenta o sesenta millones de dólares comparado con los miles de millones de dólares que en estos años los verdaderos capos se han trajinado y que están siendo lavados y perfumados  en Venezuela y el exterior en operaciones que implican una intrincadísima y pestilente red de testaferros, compañías de maletín e inversiones? Si les pagaron, eso es propinitas. 

Si usted, como yo, es una persona normal y corriente y tiene conocimientos básicos de finanzas, bueno, usted está perdido. Y si escucha a los economistas, pues más perdido aún. Ellos nos hablan como expertos en economía, no como detectives de crímenes financieros. Usted, como yo,  necesita que como en CSI nos expliquen cómo fue el crimen contra nuestra PDVSA, contra nuestras industrias básicas del sur, contra nuestras industrias metalmecánica, automotriz, de línea blanca, de calzado y vestimenta, química,  agroalimentaria, etc. La destrucción paso a paso de cada área y sector productivo de Venezuela convino a alguien. Sépalo, usted y millones, somos lo que en inglés se llama «casualties of war». Es decir, víctimas. Sea porque perdió su empleo, su negocio, su fábrica, su local, sus ahorros, sea porque usted o alguien de los suyos tuvo que migrar, sea porque los bienes muebles e inmuebles que usted compró con el sudor de su frente hoy no valen nada. Somos víctimas de un proceso sistemático de destrucción que magnatizó a unos pocos miles, de diversas nacionalidades y repartidos por el planeta, cuyos nombres usted ni siquiera conoce. 

Nadie en ninguna parte entiende cómo pasamos de ser una «potencia petrolera» a convertirnos en un país que hasta la gasolina y los lubricantes los tiene que importar. Hace un tiempo en los centros de estudio y los corrillos nacionales y extranjeros se decía que la destrucción de nuestra principal industria se debía a incompetencia de quienes la gerenciaban. Hoy las sospechas van por otros rumbos. La pregunta es a quien benefició el crimen de la masacre de PDVSA. 

Pregúntese, amigo lector, a quien convino el arrase de cientos de empresas venezolanas. Sus productos y servicios que desaparecieron o con suerte pasaron a tener micro espacios de mercado fueron sustituidos por un montón de improvisados y, peor, por empresas  importadoras oportunistas.  Los comercios, factorías, edificios, fincas, restaurantes, medios y todo lo que usted pueda imaginar, otrora propiedad de gente decente ahora están en manos de ladrones. La revolución no es un sistema político, es un hostil «take over».

En Colombia ocurrió algo parecido. Hubo un momento en que el país se lo repartían los carteles de narcotraficantes, las guerrilleras y los paramilitares. Y los ciudafanos murieron por miles, el estado casi perdió todo control y la sociedad casi fue sofocada. Aún Colombia lucha por recuperarse. 

Eso lo han entendido los #100Diputados que tuvieron el coraje de rebelarse contra los abigeos. No se están enfrentando a Parra y su banda de babiecas. Tampoco a Maduro. O a Diosdado. O a Moreno. O a Padrino. Esos son los «tenientes», los gerentes medios. Eso hace la lucha mucho más difícil, más hosca, más peligrosa. Y no, no pueden hacerlo solos. Nosotros los necesitamos y ellos a nosotros. Se trata de nosotros y ellos. 

Lea también: «Al día siguiente del horror«, de Soledad Morillo Belloso

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes