Nuestro laberinto - Andrés Caleca

Nuestro laberinto – Andrés Caleca

Publicado en: Polítika UCAB

Por: Andrés Caleca

Cualquier viejo comunista que hubiera abrevado sus conocimientos en el Manual de Marxismo Leninismo de la Academia de Ciencias de la URSS o en otro libraco similar, diría sin pensarlo dos veces, que “las condiciones objetivas” están dadas para que en Venezuela se produzca un cambio de régimen en cualquier momento, pero que “las condiciones subjetivas” son insuficientes… y razón no le faltaría.

     En efecto, los indicadores económicos, los pocos y poco creíbles que aún publican las instituciones gubernamentales venezolanas, así como los que de manera aproximada hacen las ONGs, universidades, investigadores independientes y organismos internacionales, dan cuenta de la espantosa tragedia en la que está sumida la que antes fue la economía más próspera de América Latina,  así como de sus secuelas terribles para toda la sociedad: desnutrición, pobreza, índices de mortalidad, deserción escolar, colapso de los servicios públicos y hasta la expectativa de vida de los venezolanos, entre otros, que son el resultado de la extraordinaria revolución del desastre que ha significado 20 años de gobierno chavista.

     Y sin embargo, el chavismo se mantiene en el poder, atornillado y apretando las tuercas que lo sostienen. Las razones para que ello ocurra son múltiples, desde las que corresponden a la propia naturaleza represiva del régimen, su capacidad de destrucción de todo el entramado social e institucional del país; su estrecha alianza con los sectores más atrasados del militarismo secular venezolano; la extensa red de cuerpos policiales y parapoliciales, que con asesoría extranjera reprimen desde el primer foco de resistencia al régimen, entre muchas otras, hasta aquellas razones que tienen que ver con la debilidad, los desaciertos, las contradicciones internas y las carencias de la oposición venezolana.

     En efecto, el panorama político venezolano es desolador. Las últimas mediciones de la opinión pública dan cuenta de que más del 90% de los venezolanos tienen una evaluación negativa de la situación del país y más del 60% responsabiliza de ello al gobierno; más del 80% evalúa negativamente la gestión de Maduro y del PSUV; pero al mismo tiempo, el 86% reprueba la actuación de la oposición y de los distintos partidos que la componen. Desde los partidos históricos hasta las nuevas organizaciones surgidas a los largo de estos últimos años, no alcanzan ni siquiera el apoyo del 5% de la población. (Encuesta Nacional Ómnibus, febrero 21. Datanalisis).

     Y allí está el quid de las condiciones subjetivas que echaba en falta nuestro marxista de marras: a pesar del desastre, la incapacidad, la corrupción, la represión y de tantas otras calamidades que caracterizan al régimen chavista, no tiene enfrente, en el momento actual, una fuerza política capaz de disputarle el poder, ni aun en la percepción de la población. Y como le oí decir a un viejo dirigente político hace muchos años, “la política es como la física, ambas aborrecen el vacío”: ante la inexistencia de una alternativa real o imaginaria de poder, el chavismo, pese a sus carencias y limitaciones, se mantiene apoltronado en Miraflores.

     Construir (o reconstruir) esa fuerza política como una alternativa de poder, es la tarea ineludible de la oposición  democrática venezolana. Y quiero subrayar lo de oposición democrática, porque es esa caracterización la que da pie a la posibilidad de la unidad orgánica que es indispensable asumir con valentía y desprendimiento en estos momentos. La agonía de la nación venezolana tiene múltiples padecimientos, pero la causa, la raíz, el tumor que la provoca, es el autoritarismo desembozado del régimen chavista. Sin la derrota del chavismo, sin la implantación de un régimen democrático en el país, el camino hacia el futuro de Venezuela conducirá inexorablemente hacia una dictadura totalitaria, que es la verdadera vocación del proyecto histórico chavista.

     La debilidad de los partidos opositores es un infortunio, no hay duda, pero también es una oportunidad para plantear la tarea urgente de la unidad; porque ¿qué sentido tiene mantener diversas y minúsculas expresiones, muchas veces en franca contradicción y competencia entre ellas, si entre todas no alcanzan ni el 5% del apoyo popular?

     Es urgente unificar orgánicamente a los demócratas venezolanos. Unidad en la estrategia, unidad en la táctica, en la conducta, en la imagen, en la dirección, en la organización. Un cuerpo sólido, compacto, capaz, preparado para avanzar en la lucha política y social y listo, llegado el momento, para asumir y mantener el poder hasta lograr desmontar el régimen autoritario y consolidar la transformación democrática del país.

     No es una empresa fácil ni de corto plazo, pero es la tarea. No hay otra y no se puede seguir eludiendo en base a fantasías y aspiraciones sin sustento. Que las condiciones son difíciles es una realidad de Perogrullo, pues de eso precisamente se trata el autoritarismo: ahogar, impedir y si le es posible, aniquilar cualquier oposición. Pero en esquivar la embestida dictatorial y avanzar a pesar de ella radica la inteligencia colectiva del liderazgo opositor. Y esa inteligencia colectiva hay que construirla paso a paso hasta que alcance la capacidad necesaria para plantar cara en cualquier escenario que se plantee, porque como le decía a sus compañeros Rómulo Betancourt, hace ya casi 100 años, cuando andaba en las labores de construir el formidable partido que a la postre construyó: “la lucha política impone… dar la batalla donde el contrincante, más fuerte casi siempre, la sitúa”.

     A la oposición venezolana le ha llegado el momento de verse a sí misma, evaluarse de manera despiadadamente crítica, sin remilgos ni condescendencias. No hay más tiempo. La tarea de reconstruirse, reorganizarse, redefinirse es impostergable, por dura que sea. Porque la fragilidad de esta maquinaria madurista es evidente, es un verdadero “tigre de papel” y puede ser derrotada. Nunca nos perdonará la historia, a las generaciones de demócratas que estamos aquí, hoy y ahora, que no seamos capaces de hacerlo.

 

 

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