Recordar lo que duele – Alberto Barrera Tyszka

Publicado en: Efecto Cocuyo

Por: Alberto Barrera Tyszka

Recordar lo que duele

Estoy viendo nuevamente el video en el que Elizabeth Salazar, en una protesta por la escasez de medicinas, ya desesperada por explicar su situación, jala de pronto su vestido y muestra su seno enfermo ante las cámaras de televisión. Es una imagen que duele. Se hunde por los ojos hasta los pulmones y ahí se queda, se mueve, raspándolo todo. Comparte su daño. No sé muy bien qué hacer con ella, dónde ponerla. Pero si sé que no debemos dejar que se borre. No podemos permitir que desaparezca también de nuestras palabras. Ahora siento que estamos obligados a regresar a ella, de forma inquietante, perturbadora. Tenemos que pronunciar su nombre cada día. Tenemos que dibujar su seno. Nos tiene que doler de nuevo. Otra vez. Si la olvidamos, la dictadura habrá ganado.

Foto Cortesía: Efecto Cocuyo

Sobran los ejemplos. Lamentablemente, no todos caben aquí. El país tiene más heridas que domingos. Bastaría citar el caso de quienes padecen insuficiencia renal. Esta semana, en el hospital José Manuel de los Ríos, murió Karla Romero. Se estaba tratando en la única unidad de hemodiálisis pediátrica que existe en el país y que, desde hace varios meses, tiene problemas de filtración en las tuberías, cortes de agua y contaminación. Todo esto sin contar, además, con la escasez de insumos y de medicinas que enfrentan diariamente quienes tratan de sobrevivir a una enfermedad crónica en Venezuela. Karla Romero. Repite su nombre. Karla Romero. Tenías seis años de edad. Es una de tantas. Una de todas. No podemos olvidar sus nombres, sus vidas y sus muertes. Así tampoco olvidaremos, entonces, a Luis López, el ministro de Salud que dice que no hay crisis humanitaria, que descalifica a las ONG, que sataniza a los representes sindicales, que criminaliza cualquier manifestación para reclamar el derecho a la vida. No podemos olvidar a quien nos dice: “Tu podrás padecer algún tipo de enfermedad, pero si abres la boca y te metes en el mundo político, ¿qué respuesta quieres?”.

Las mentiras del poder necesitan de nuestra amnesia. El gobierno necesita que nadie recuerde la represión salvaje, los abusos y atrocidades ordenados, ejecutados y luego premiados por el poder en el año 2014. Los poderosos necesitan que solo se escuche su memoria. Que solo se escucha la voz artificial y hueca de la verdad oficial, la voz de la Comisión de la Verdad. La voz que jamás, por ejemplo, pronunciará el nombre de Marvinia Jiménez. El poder nunca recordará a esta mujer, brutalmente golpeada por una guardia nacional y, después, detenida e incluso acusada por los servicios de inteligencia del gobierno.

Ocurrió el 24 de febrero del año 2014. Su nombre, y el de todas las otras víctimas, deberían sonar frecuentemente entre nosotros. Traerlos aquí, de nuevo, es también una forma de recordar que, en esos mismos días, la entonces ministra de Comunicación, Delcy Rodríguez, dijo que todo lo que ocurría era un “montaje”, una “campaña mediática”, que nada era verdad. Ahora que la nueva vicepresidente se muestra oronda, que sonríe resplandeciente, que quiere presumir de un gabinete lleno de mujeres; ahora hay que volver a recordarle a Marvinia Jiménez. Que vea las imágenes, que oiga su voz, que escuche su nombre. Marvinia como muchas otras, como tantas. Como todas las mujeres que este gobierno ha negado. Todas las que ha silenciado. Todas las que pretende apagar cotidianamente.

¿Y las víctimas de las OLP? ¿Y los muertos en todas las masacres cometidas por los cuerpos de seguridad? ¿Los asesinados en Cariaco, en Barlovento, en el Amazonas, en….? ¿Y la ejecución de Oscar Pérez y sus compañeros? ¿Y los presos políticos? ¿Y los funcionarios de la Fuerza Armada detenidos y desaparecidos en las oscuras gavetas de los tribunales militares? ¿Y los ciudadanos que no tienen nada que ver con política y que, de todos modos, como los hermanos León Ramírez, han sido vejados y torturados en las cárceles? Todos esos casos, todos esos nombres, forman un álbum que el gobierno desea desaparecer. Es una pelea que también se da en el territorio de la intimidad. No olvidarlos también es una forma de creer y de construir el futuro.

El destierro es una metáfora evidente. Alejan aquello que no pueden destruir, pero que tampoco pueden tolerar. Confían en que nosotros también, algún día y finalmente, saquemos su nombre de nuestro propio mapa. El nombre de Villca. El nombre de todos los presos. El nombre de todos los muertos. Quieren que los expulsemos de nuestra memoria. Quieren que no existan en la historia. Desde ya, están limpiando su propio expediente. Borran los rastros de sus crímenes. Es, también, una forma de negar su propio fracaso. Intentan borrar su violencia. Las huellas de un gobierno que solo ha repetido lo peor de todo nuestro pasado.

Quizás hace falta que sea un ejercicio diario. Como quien va y camina o corre una hora en un parque. Así mismo. Quizás tenemos que planteárnoslo de esa manera. Como una tarea. Cada caso, cada nombre, cada hecho, cada situación…Para que la rabia no se duerma. Para que la indignación no desaparezca nunca. Para que el país siga vivo.

Hacer patria: recordar lo que duele.

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