Sin novedad en el frente - Elías Pino Iturrieta

Sin novedad en el frente – Elías Pino Iturrieta

En vísperas de un nuevo comienzo de negociaciones entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición; los representantes democráticos en este diálogo ¿comprenden los peligros del hermetismo? El autor con el símil del riesgoso juego de póker, los emplaza: “No hubiera estado mal que esos señores nos hubieran comunicado, quizá solo por la obligación de la cortesía, que iban al casino a hacer apuestas que no solo les conciernen a ellos sino a las mayorías nacionales. (…) se comportan como los miembros de un club selecto que se reserva el derecho de admisión, y en cuyas mesas no hay sillas para mucha gente”.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

No hay señales capaces de indicarnos que la política venezolana haya cambiado, desde el comienzo del régimen de Maduro. Si la percepción de la realidad depende de las evidencias que provienen de su seno, solo con dificultad, o con ganas de exagerar, se puede decir que la sociedad esté indicándonos que ensaya nuevos rumbos que la separan de vivencias anteriores en relación con los asuntos públicos, o que esté anunciando conductas diferentes a las de la víspera. Estamos ante una situación generalizada, esto es, ante una cacofonía que arropa a los factores de la dictadura y a los protagonistas de la oposición, sin que se puedan advertir diferencias que los distingan o separen

Como durante la semana ha circulado la noticia de que comienza un nuevo ciclo de negociaciones entre representantes de la dictadura y voceros de la oposición para la proposición de iniciativas que culminen en mudanzas de la situación política, la advertencia sobre la falta de testimonios de novedades de conducta que se acaba de señalar no es una trivialidad. Si, desde lo que uno puede atisbar en el mirador de la vida cotidiana, desde lo que un observador puede retener partiendo de la normalidad de sus habilidades, el panorama no muestra variaciones capaces de pensar en la posibilidad de las sorpresas, o en el refrescamiento de una escena caracterizada por el letargo, nadie en sano juicio puede esperar que las cosas cambien de la noche a la mañana, o en un plazo más holgado, a menos que crea en las artes de la magia.

“Los peligros del hermetismo de la oposición sobre los movimientos que hace para tratar con la dictadura, susceptibles de multiplicar recelos cuando la situación reclama un clima de confianza”

Para colmos, lo que maneja un observador normal parte de una posición sin asidero debido a que carece de informaciones fiables que permitan asomar pronósticos susceptibles de atención. Si la oposición no le ofrece al escribidor, ni a ninguno de los destinatarios venezolanos con quienes tiene la obligación de comunicarse, pruebas del nuevo sendero que está trazando, ¿cómo se puede asegurar que pronto tendremos aportes diversos sobre lo que intenta hacer con la dictadura en materia de buenas nuevas, o de nuevas regulares? Es un hermetismo que se debe reclamar a los dirigentes más cercanos a quienes luchan desde hace tiempo contra la dictadura, sin que se le pueda exigir una cosa semejante a los detentadores del poder, generalmente aficionados a la penumbra de los rincones. Si es así, solo queda el auxilio de la paciencia, o el aliciente de las ilusiones en el seno de las mayorías de la sociedad y entre quienes tratamos de escribir para ella una vez a la semana. Es decir, mover el teclado de la computadora o hacer comentarios en reuniones privadas sin que lo que se hable o escriba parta de algo concreto.

Sería un absurdo pedir a los líderes de la oposición que jueguen un riesgoso póker en presencia del público, mostrando a cualquiera las cartas que tienen entre manos y que deben poner sobre el tapete con todas las cautelas del mundo, pero no hubiera estado mal que esos señores nos hubieran comunicado, quizá solo por la obligación de la cortesía, que iban al casino a hacer apuestas que no solo les conciernen a ellos sino a las mayorías nacionales. No iban a jugar en una timba privada, ni en una ruleta clandestina, porque no los fichamos para esos sigilosos contubernios, pero se comportan como los miembros de un club selecto que se reserva el derecho de admisión, y en cuyas mesas no hay sillas para mucha gente. En situaciones como la descrita la descortesía no es una falta menor, sino un riesgo que puede costarle el pellejo a quienes se empeñan en su ostentación. Porque nosotros, se supone, les concedimos el derecho de mover y revolver la baraja partiendo de un manual de instrucciones que, pese al enigma de unos tiempos impenetrables, nadie ha cambiado con la debida anticipación y después de pensar en el asunto.

El problema aumenta si se consideran las dificultades de los periodistas para informarnos de la situación. Sin prensa libre, se cierra el canal a través del cual circulan las noticias como circulaban en la época de la democracia representativa. Entonces los medios ofrecían pistas que permitían seguimientos fructíferos de los desafíos que interesaban a la colectividad, e hipótesis con sustento sobre ellos. Entonces le sobraban a la opinión pública los soportes para actuar con solvencia, o para manifestarse con alguna propiedad. Por lo menos estaban a mano para quien los quisiera utilizar. En la actualidad, con la prensa amenazada y sujeta a los desmanes del oficialismo, solo queda la posibilidad de moverse en un limbo de conjeturas. De allí los peligros del hermetismo de la oposición sobre los movimientos que hace para tratar con la dictadura, susceptibles de multiplicar recelos cuando la situación reclama un clima de confianza capaz de alimentar un cierto grado de animación que brilla por su ausencia.

 

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